martes, diciembre 18, 2007

El laberinto del Fauno

Perderse por El laberinto del fauno significa adentrarse de lleno en la barbarie fascista de la dictadura franquista a través de la imaginación de un niña que crece en dicho contexto histórico. Junto a la lucha de resistencia de los maquis republicanos contra el fascismo, la fantasía de infancia se revela, de una parte, como un mecanismo de consuelo que permite evadir, y de otra parte, como aproximación mimética de la realidad arbitraria, sin sentido, donde la tortura, la reprisión brutal y el hambre se imponen en los años de la España de posguerra.

El laberinto del Fauno es una película genial que, además, es de esas necesarias en un presente que como el nuestro se encuentra sumergido en el olvido y amenaza a diario y por doquier con el holocausto y la barbarie fascista. Que este brevísimo post sirva para agradecer a mis amigos de siempre, especialmente al compositor, el habérmela descubierto.

martes, diciembre 11, 2007

De la actitud natural

TX 7. E.Husserl (1859-1938) Ideas … I,(1913) §30 "Ningún dudar de los datos del mundo natural, ninguna refutación de los mismos, altera en modo alguno la tesis general de la actitud natural".

Husserl en esta breve cita nos invita a pensar que el hecho de poner en tela de juicio aquello que se nos es dado a través de los sentidos, de dudar acerca de los datos que nos ofrece el mundo natural y lo que nos rodea en general, incluso de suspender dicho “material sensible” una vez ha sido espontáneamente organizado por las categorías y los conceptos propios del entendimiento, no supone acicate alguno respecto a la disposición "natural" de los seres humanos a cosificar dichos aparatos conceptuales. De esta manera categorías como “causa” o “sustancia” no son tomadas como formas del “esquematismo” trascendental a partir de las cuáles el entendimiento organiza espontáneamente el material sensible u obtiene nuevo conocimiento sino que, por el contrario, se consideran como pertenecientes a lo nouménico como tal, a la cosa-en-sí. Así pues, y esto es la clave de lo expuesto por Husserl, los humanos tenemos la tendencia natural a tomar los productos del pensamiento, las ideas y los conceptos, como la realidad misma, o dicho de otra manera, en lo cotidiano confundimos el plano de la razón con el plano de lo nouménico-absoluto. Husserl, por tanto, trae a colación la famosa posición filosófica de Kant consistente en aludir nuestra tendencia “natural” a la metafísica.

De esta tendencia a naturalizar los productos del pensamiento sólo citaremos dos ejemplos a modo de ilustración: la cosificación de los aparatos conceptuales de los científicos y, más en lo cotidiano, nuestro comportamiento cuando, por ejemplo, "suena el timbre de nuestra casa". Los científicos hacen uso de sus propios aparatos conceptuales y la deducción lógica realizada a partir de ellos. Estos aparatos conceptuales son válidos en la medida que, diríamos con Popper, dan explicación de los fenómenos y soportan los experimentos que puedan resultarles más adversos. Uno de los aparatos conceptuales que goza de mayor popularidad desde ya hace tiempo es el del modelo atómico. La tendencia metafísica citada, la actitud natural en relación al modelo atómico se traduciría en la cosificación de dicho modelo atómico. Así, los átomos no se tomarían como conceptos que nos permiten interpretar la “realidad” que nos es dada vía la experimentación nuclear sino que, inclinados por nuestra actitud natural, se supondrían como entidades, cuerpos últimos con determinadas propiedades, cuantos de energía, funciones de onda, etc. que existen independientemente del sujeto que conoce. Esta cosificación del átomo es muy común entre muchos científicos por no hablar ya entre el resto de mortales. Si nos alejamos del ámbito científico para ir al ámbito de lo cotidiano ocurre exactamente lo mismo. Imaginemos que “suena el timbre de casa”. Para el sujeto que percibe dicho sonar del timbre, cosa que corresponde a determinado conjunto de impresiones sensibles que diría Hume, automáticamente, espontáneamente, sin que reflexione acerca de ello, esto significa que alguien reclama su atención al otro lado de la puerta. Ahora bien, dicho fenómeno, ”sonar el timbre”, no significa, de suyo, que alguien nos espere al otro lado de la puerta. Sólo en la medida que el fenómeno “sonar el timbre” es incorporado a nuestro universo simbólico, cosa que se hace espontáneamente, hace que nos levantemos espontáneamente para mirar quien se encuentra al otro lado de la puerta. Nosotros, no obstante, no nos planteamos esto cada vez que “suena el timbre” sino que, por el contrario, nuevamente por efecto de una naturalización, consecuencia de la asociación y la costumbre diría Hume, efecto del carácter performativo del gesto dirían autores tan dispares como Marx o Wittgenstein, nos comportamos como si el “sonar del timbre” tuviese como propiedad positiva suya la de alertarnos de que alguien nos espera al otro lado de la puerta. Esto que describimos nos ocurre un gran número de veces a lo largo de cada día sin que nos lo planteemos, es más, si nos paráramos a pensar a qué concepto o significado corresponde cada haz de impresiones que nos llega a los sentidos acabaríamos sencillamente locos. Así pues, en lo cotidiano vivimos en una determinada metafísica, en un determinado universo simbólico que consideramos como algo positivo, natural.

Los dos ejemplos citados pertenecen a ámbitos bien distintos, el primero pertenece a un discurso, el científico, que pretende ocuparse de lo real, de aprehender lo inteligible del fenómeno, de lo que nos aparece de la cosa-en-sí, el segundo en cambio pertenece al ámbito de los universos simbólicos, de la “realidad” de la vida cotidiana en que vivimos las personas y que, entre otras cosas, sirven de sostén a nuestras decisiones éticas, nos impelen a elegir una u otra forma de vida, tomar partido a favor de unas u otras opciones políticas, etc. Lo curioso en relación al tema que nos ocupa es que ambos ámbitos se sustentan en gran medida por dicha actitud natural y ello a pesar de que cada día se encuentran más separados. El universo simbólico en que se desarrolla nuestra vida cotidiana, su fundamento, sus preguntas más radicales, es impensable que se sustenten en la “ciencia” o, dicho de otra manera, estamos más lejos que nunca del ideal ilustrado pues la ciencia, en la medida que es un jeroglífico para la mayoría de los mortales, no puede situarse ya como universo simbólico intersubjetivo universal. A modo de resumen, por lo general, el científico cosifica sus conceptos de igual modo a como, por ejemplo, el cristiano cree en Dios, ambos naturalizan los conceptos que al primero sirven de interpretación de la realidad y, al segundo, le sirven de sostén ético-político en su vida cotidiana.

El origen de esta actitud natural es en sí mismo problemático, Hume diría que es el efecto de la costumbre, Kant que emana de una razón que busca partir de lo más general (de lo absoluto sería el caso extremo del cuál arrancará el “idealismo alemán”) para llegar a lo particular, Marx que sería el reflejo ideológico directo de nuestra actividad material cotidiana, Adorno lo situaría como un resto de nuestro instinto animal, de nuestro pretérito carácter cerrado en el entorno natural, etc. No nos vamos a ocupar de esto por falta de espacio pero sí, para finalizar, de lo que a ojos de la fenomenología constituye el reverso mismo de dicha actitud natural, esto es, del acto de epojé, de la suspensión de todo aquello nos es dado y mediado por el entendimiento. Resulta obvio que lo “natural” no es tanto hacer epojé como imbricarnos espontáneamente en nuestra sensibilidad mediada siempre-ya por las imágenes y los significados de nuestro tiempo, por las fantasías y el lenguaje que nos envuelve desde que nacemos y venimos al mundo. Así pues, invirtiendo el énfasis de la sentencia de Husserl objeto de nuestro comentario tratamos ahora no tanto de la actitud natural, de nuestra inclinación patológica a la metafísica que diría Kant, como de la otra cara de la moneda, esto es, de lo problemático mismo del acto por excelencia de la fenomenología, del acto de epojé. Para Husserl dicho acto de epojé es, nada más y nada menos, el punto inicial en la búsqueda de conocimiento. La cuestión que sugerimos es si la epojé, esa observación cauta que suspende la realidad, ¿escapa al marco ideológico o, por el contrario, es el acto ideológico por excelencia? Cuando desde la fenomenología se opone el acto de epojé a la actitud natural es como si se otorgase a sí misma la posibilidad de situarse en un punto de vista privilegiado más allá de categorías, metafísicas de toda índole, etc. Dicho de forma sintética, pareciera que la fenomenología se arrogase a través de la epojé el derecho de propiedad sobre ese lugar que sitúa al sujeto en el punto de vista del “ojo de Dios”, en esa mirada que es ya, que pone, la cosa-en-sí, lo nouménico-absoluto. A mi modo de ver, si tal es el caso, la fenomenología carece de propiedad alguna pues no hay lugar privilegiado desde el cuál se nos presente la cosa-en-sí, sin “esquematismos trascendentales”, sin la mediación de los conceptos, sin “pantalla”, sencillamente, el objeto, también se pierde.