sábado, agosto 25, 2007

Hitchcock y lo real de lo espectral

¿Qué es más real, lo que alguien imagina o lo que ocurre pero nadie ve? Esta es una típica pregunta filosófica que aún hoy da mucho que hablar...

En la respuesta a esta cuestión Hegel, Marx y Freud, como en tantas otras cuestiones, apuntarían a un enfoque similar, a saber, poner de manifiesto lo real de lo espectral, lo real de la apariencia, de lo imaginario. Nosotros nos vamos a servir del primer capítulo de la serie Hitchcock Presenta titulado Venganza para escudriñar una respuesta.

En Venganza Hitchcock nos presenta un matrimonio, Spawn y Elsa, que tras la crisis nerviosa de la mujer, con vistas a la recuperación de ésta, se van a vivir unos días en una caravana junto a la playa. Spawn se separa de ella una mañana y cuando vuelve se encuentra que su mujer ha sido víctima del misterioso maltrato de un hombre alto de traje gris. Spawn le pregunta qué le ha pasado y ella responde: «¡Me ha matado! ¡Me ha matado!». Todo el universo simbólico parece cobrar significado a partir de esta expresión de Elsa. Los detectives buscan pistas en la carabana que no hayan, el médico no encuentra daños físicos en la esposa, sólo les aconseja que abandonen ese entorno traumático para ella, Spawn le promete venganza a Elsa, que matará a su maltratador. Finalmente, siguiendo la indicación del médico, la pareja se marcha en coche cuando, circulando por la ciudad, Elsa exclama: «¡Es ese! ¡Es él! ¡Es él!». Spawn se baja del coche, esconde bajo su manga una llave inglesa, persigue disimuladamente al hombre sospechoso del traje gris por su hotel y, finalmente, cumpliendo con su promesa, lo asesina brutalmente. Cuando Spawn sale del hotel, vuelve a subirse al coche y lleva un rato al volante junto a su esposa, ésta presa del pánico vuelve a repetir: «¡Ahí está! ¡Es él! ¡Es él!».

La trama de Venganza pone de manifiesto lo real de lo espectral, es decir, de qué manera lo que alguien imagina, en este caso la fantasía de Elsa consistente en verse a sí misma como víctima de un maltrato a manos de un personaje imaginario de traje gris, desde el momento en que es colocado dentro de las coordenadas de lo real, el marido ignorante de las secuelas psíquicas de la crisis nerviosa de su mujer toma la fantasía de su mujer como real, condiciona toda nuestra “realidad”, hasta el punto que Spawn comete el asesinato del primer hombre alto de traje gris que Elsa identifica como su maltratador. El desenlace traumático del corto coincide con el momento en que la fantasía se muestra “como tal”, esto es, cuando Elsa, una vez Spawn ya había cometido el asesinato, vuelve a repetir «¡Ahí está! ¡Es él! ¡Es él!». A partir de ese instante queda claro el sin sentido de aquél «¡Me ha matado!» que pretendía resumir el maltrato, queda patente su carácter ilusorio, espectral, y toda "la realidad", todo el universo simbólico, de Spawn, del resto de protagonistas e, incluso, de los espectadores cobra un nuevo significado radicalmente distinto.

martes, agosto 07, 2007

Entrevista a Sartre

En esta primera parte Sartre expone la alienación respecto del otro, cómo la identidad se establece a partir de lo que somos para los demás, a partir de lo que el otro considera que nosotros somos...



En la segunda parte desde la relación libertad-compromiso, la dialéctica entre el yo y el nosotros, entre lo particular y lo general, se aborda la lucha contra el racismo, la religión, etc.



sábado, agosto 04, 2007

Maquiavelo, ¿fundador de la ciencia política? (V)

¿Puede considerarse a Maquiavelo el fundador de la ciencia política? Althusser dirá que el florentino es el descobridor de un nuevo continente científico, otros que es un férreo defensor del pragmatismo político...

En el capítulo XV de El Príncipe Maquiavelo, aún sabiendo que lo que va a exponer no es lo «políticamente correcto», que lo que va a decir es susceptible de constituirse en materia de escándalo, se propone dar consejos útiles al príncipe. Maquiavelo escribe: «Siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma». Éste propósito nos dice el florentino exige tratar lo político limitándose a la verità efecttualle della cosa, esto es, un atender a lo político al desnudo, a su gramática, a su lógica, manteniéndose al margen de representaciones imaginarias y fantasías de toda índole.

Hay quien ha visto en este famoso capítulo de El Príncipe el acto fundacional de la «ciencia» política. Maquiavelo, bajo esta perspectiva, vendría a ser a la política lo que Galileo a la naturaleza. Spinoza, el hermeneuta por antonomasia, diría del florentino que pensaba lo político como si de puntos, rectas y planos se tratase, es decir, que su razonamiento, igual que el razonamiento del matemático, está libre de consideraciones morales. El canciller florentino de alguna manera nos alerta contra lo que voy a denominar «falacia moralista» en claro contraste con la «falacia naturalista» enunciada, ya en plena modernidad ilustrada, por Hume. Si el filósofo ilustrado nos indica que de juicios de hecho, de conocimiento, no pueden deducirse consideraciones morales o de conducta, el filósofo italiano afirma que de consideraciones de conducta y morales no pueden desprenderse juicios de conocimiento. Así, la «falacia moralista» viene a ser la otra cara, el reverso, de la «falacia naturalista». Sea como fuere, éste es un rasgo típicamente moderno del pensador italiano. De alguna manera, en este sentido, lo que sorprende del Maquiavelo de El Príncipe es lo que no se dice, la ausencia de argumentos religiosos, la falta de moralina cristiana, aún encontrándonos todavía en un mundo no secularizado. No hay una línea en la obra que se sirva de argumentaciones teológicas para defender sus posiciones, ni una sola vez recurre al miedo fundamentado en escatologías. Hay, por tanto, en el proceder del autor que tratamos un labor profiláctica, una limpieza del pensar político de contenidos metafísicos, religiosos e incluso morales. Esta misma labor higiénica ocurrirá poco después en los modelos cosmológicos posaristotélicos.

En este llamado que hace Maquiavelo a desechar ilusiones, representaciones imaginarias, a un mismo tiempo, se nos está diciendo que si realmente queremos el «bien común», es decir, el establecimiento y mantenimiento de una comunidad política estable, atendamos a la gramática propia del fenómeno político con todas sus vicisitudes, con toda la crueldad que lleva aparejada. Esto es así porque son precisamente los juicios y opiniones acerca de la cosa política basados en la moral dominante los que impiden entender el fenómeno político en su complejidad y, en consecuencia, hacer de la Utopía, de la unidad nacional italiana a través del Principado, una posibilidad real. Esta perspectiva libre de la máscara imaginaria es la que, durante su segunda legación con César Borgia, entre Octubre de 1502 y Enero de 1503, le convence de que la maldad pertenece, de suyo, a la cosa política. Comprendido este principio del mal en política, para el canciller florentino, lo que cuenta ahora no son tanto las buenas intenciones como las consecuencias de la acción política misma, de forma que de poco vale una praxis política sustentada en la moral (cristiana y dominante) y en motivos loables si dan con la ruina definitiva de la comunidad política y, por ende, con la posibilidad de la comunidad ética misma. Tradicionalmente se considera a Maquiavelo un “apologeta” del mal, un defensor acérrimo de la escisión entre ética y política. Nada más lejos de la realidad, Maquiavelo simplemente pone en evidencia dicha fractura entre lo ético y lo político como efecto de la inherencia del mal a la política misma. El florentino simplemente pone en evidencia una problemática.

Aquí llegamos a la famosa crítica que intenta subordinar a Maquiavelo al «maquiavelismo», al artífice de una política amoral. Como ya hemos indicado, para el canciller florentino lo importante es la política porque, en última instancia, la ciudad es la condición de posibilidad de la vida humana misma, de la vida ética y moral, de la libertad. Para Maquiavelo el fenómeno moral no descansa en un sujeto trascendental kantiano, ni en ninguna otra entidad abstracta del mundo de las ideas, idea esta por otra parte típicamente moderna e individualista, sino que éste es producto directo de la comunidad política, de la ciudad. Esto es fundamental porque, tal y como indica el profesor J. M. Bermudo en su pequeña síntesis acerca del pensamiento del italiano, permite desmontar el subterfugio del «maquiavelismo». Maquiavelo, en efecto, se muestra dispuesto a todo, al mal, a la crueldad despiadada, a la apariencia, a simular y disimular, a la perfidia y el engaño, pero ello siempre partiendo de la convicción de que el mal pertenece de suyo a la política en situaciones de excepción como la enfrentada por el duque Valentino en Octubre de 1502 y siempre con vistas a salvar la condición de posibilidad de la vida ética misma. En resumen, el canciller florentino defiende medidas extremas en situaciones de excepción como la italiana y, además, con el objetivo de salvaguardar la ciudad, la comunidad política, conditio sine qua non de la comunidad ética.