sábado, noviembre 25, 2006

¿Qué sentido tiene la muerte para un loco triste?


"La vida es más compleja de lo que parece"(Jorge Drexler)


Lo Real es aquello que nos aterroriza, aquello que no puede ser dicho al completo, lo que escapa al lenguaje y que, por ello mismo, aparece como fantasma que nos coloca en el borde del abismo, que nos sitúa en la artificialidad de todo orden simbólico, de toda realidad. Lo Real señala siempre a cierta carencia, a una insatisfacción insoslayable, a un brecha que nos atraviesa. La vida puede llegar a ser una condena, terrorífica, en la medida que nos acosan fantasmas por doquier.

Un espectro me acecha sin descanso. Ahora entiendo que me persiguirá siempre, a pesar de que sólo hay dolor en él, en pensarlo y, sobre todo, en sentir su desgarro, su fraude, su desfachatez, su poco decoro. La brecha abismática es insalvable y ello, aunque sólo haya odio y asco hacia él, es lo que hace de mi un muerto en vida, un lisiado, un neurótico, un lesionado emocional sin remedio, un mar de lágrimas infinitas.

Soy un muerto en vida, un muerto que sólo vive para constituirse en símbolo de su eterna culpa. Dicen que la muerte, ese fin que nos acaba, que define lo que finalmente hemos sido, es el precio justo que hay que pagar por la vida. Yo pregunto: ¿Qué sentido tiene la muerte para un muerto en vida? ¿Qué significa para aquel que ya está acabado en vida, para un loco triste?

jueves, noviembre 23, 2006

Soneto VII


T'estimo...


Entre humos y alcohol nos encontramos,
nos miramos por suerte de soslayo
y surgiendo palabras sin desmayo,
no perdiendo tiempo nos abrazamos.

De amores faltos los dos nos hallamos,
yo presto a cantarte un bonito sayo,
dispuesta tú a no llegar a mayo,
y, ahora, noches de seda soñamos.

Sin quererlo te hayas enamorada,
de mi, un loco triste sin destino,
un perdido en palabras de su amada.

Y yo, cauto, atado vivo a mi sino,
por tu boca yerro si estás callada,
con caricias y mil besos no atino.

lunes, noviembre 06, 2006

Tres miradas al acontecimiento...


Por detrás, por delante y sobre del acontecimiento. Tres perspectivas radicalmente distintas, tres formas de proyectar significados mundanos.


El acontecimiento es un suceso que marca un antes y un después en nuestra relación con el tiempo, cuando ocurre el acontecimiento cierto vacío inherente a nuestra metafísica queda lleno. El acontecimiento es un poner al completo nuestra concepción metafísica del mundo, un cubrir cierta ausencia inherente a la trama de significados e ideas cosificadas con que interpretamos y vemos el mundo. El acontecimiento en la medida que cierra cierto universo significativo antes inacabado transforma el propio universo significativo, la cosa completa no es ya la cosa por completar, y ello dirime en gran medida de qué forma dotamos de sentido al todo en general y a nuestro existir en particular.

Ese llenar cierto vacío ontológico supone un completar un algo existencial de suma importancia para nosotros. Si hay vacío ontológico se está a la espera del acontecimiento, nuestra mirada se dirige al futuro, si el vacío ya fue cubierto por el acontecimiento entonces ya no hay espera y nuestra vista se orienta hacia el pasado, al momento en que se llenó nuestro vacío existencial. Si hay vacío ontológico el sentido de nuestro existir se encuentra mirando al futuro, lo que está por venir es lo que dota de sentido a nuestra vida. Si no hay vacío ontológico, si el acontecimiento ya ha ocurrido, entonces nuestro existir se fija en el pasado, lo ya ocurrido es la fuente significativa para nuestra vida.

Ilustremos todo esto con un par de sujetos, uno cuyo vacío ontológico ha sido recubierto y otro cuyo vacío está por cubrir. Como paradigma del primer caso podemos considerar a un cristiano. Obviamente para el cristiano el acontecimiento que rellenó el vacío ontológico propio de su primitiva concepción metafísica fue la llegada de Jesucristo, del mesías. Por el contrario, dicho vacío permanece incompleto para el judío, no reconoce éste a Jesús como su profeta, tampoco a otros personajes posteriores que son igualmente productos del carácter performativo del lenguaje. El judío considera que el profeta todavía está por llegar luego entiende que el acontecimiento aún no ha tenido lugar. Así pues, el cristiano no espera la llegada del acontecimiento, este ya sucedió. El cristiano dota de sentido su existencia a través del ejemplo de Cristo, es decir, vía un acontecimiento ya ocurrido. Así mismo, el cristiano mide el tiempo a partir del acontecimiento, marca éste evento, la llegada del nazareno, el tiempo cero del universo cultural cristiano. Por el contrario, el judío está a la espera de que algo ocurra, de que llegue el suceso extraordinario, el acontecimiento que marca un punto de inflexión temporal. El tiempo para el judío es una cuenta atrás. El sentido existencial para el judío se construye sobre la base de un esperar aquello que está por advenir.

El hecho mismo de que dicho vacío ontológico esté relleno o no condiciona nuestra mirada de forma radical. Considerados estos dos paradigmas de vacío, el cristiano y el judío, el completo y el incompleto ontológicamente hablando, veamos un ejemplo de cómo la mirada queda radicalmente condicionada al realizar un acto tan aparentemente simple como observar una foto. Cuando un cristiano observa una foto su hábito de encontrar el sentido en el pasado, hace que su observación se dirija a lo ocurrido hasta el momento en que fue realizada la foto misma. El cristiano dota de significado al significante "foto" a través de la historia de los elementos constitutivos de la foto. El cristiano encuentra el sentido en la historia. El judío, por el contrario, cuando mira una foto ve un ocaso, un instante captado que se sitúa en el momento del apocalipsis, ve en toda foto algo que se termina, un instante que se está acabando. El judío no dota de sentido a la foto a través del pasado, mirando a la historia. El judío establece el significado de la foto a partir del futuro, luego la imagen es mirada desde la perspectiva de lo que está por venir mostrando así su carácter transitorio, su carácter efímero, fugaz. La foto para el judío señala a un momento final, indica un punto final, límite, una frontera entre mundos. La foto es concebida por el judío en el ámbito de una cuenta atrás cuyo tiempo cero, el acontecimiento, es el final de una época y el comienzo de otra. La foto -dicho de otra manera- aparece como preludio de un futuro que está al caer.

La mirada de Crisipo no sería ni la una ni la otra, ni la del cristiano ni la del judío, el sentido no se encuentra ni en el pasado ni en el futuro sino en el instante mismo, el acontecimiento no se sitúa ni en el pasado ni en el futuro sino en el ahora. El vacío permanece eternamente incompleto en la medida que cada acto de completitud augura una nueva incompletitud existencial u ontológica.