sábado, marzo 31, 2007

Por un marxismo romántico y melancólico

Para los lunáticos que mejor que un Marx apegado a la melancolía, mirando a lo alto, allí donde habita esa ficción falsamente consoladora que llamamos Luna llena...

Descartes, en su búsqueda de un ámbito de certeza, esto es, un ámbito donde pueda afirmarse de algo que es y qué es sin ningún género de duda, llega a la conclusión de que dicho ámbito es la extensión. Así pues, sólo en la medida que reducimos los contenidos del pensamiento a matemática, a relaciones cuantitativas, a figuras, etc. obtenemos un conocimiento verdadero de la realidad y, a un mismo, tiempo damos con la construibilidad de la realidad misma. Este es el llamado Principio Moderno que empieza a regir el espíritu de los tiempos de Descartes de ahí que el francés lo expresara magistralmente.

Este Principio con la Ilustración y el establecimiento definitivo del capitalismo atravesará toda nuestra realidad social en forma de maquinismo industrial, automatismos por doquier, periodizaciones temporales de todas nuestras experiencias vitales, dando con las relativamente recientes tecnologías del bit, esto es, del cero o el uno, del sí o el no donde el argumento brilla por su ausencia, etc. Sin lugar a dudas, todo este proceso de afirmación de la cantidad, de colonización por parte del cálculo de todas nuestras dimensiones vitales, esta expansión sin límite de la racionalidad que diría Weber, llevará, en última instancia, a la pérdida de otras dimensiones humanas, al vacío axiológico, a la falta de valores y contenidos con los que dotar de sentido a la existencia, a la desustancialización de nuestro existir, al universalismo frente a lo particular, a afirmar lo racional, el cálculo egoísta, el interés, frente a los sentimientos, la interioridad, a menospreciar lo enigmático, lo inexplicable, etc.

Desde finales del siglo XVIII, el romanticismo será la principal reacción contra todo este desencantamiento racionalista del mundo. Los románticos afirmarán la importancia de los sentimientos y las emociones frente a lo que ellos consideran el racionalismo escueto de los ilustrados, reivindicarán melancólicamente un pasado perdido repleto de valores, idolatrarán algunos de ellos la Edad Media, afirmarán el individuo frente a la pérdida de éste en los nuevos universales aparejados a los agentes sociales del capitalismo, se decantarán por una libertad con pretensiones de absoluto frente a la inserción del individuo en una maquinaria social asfixiante que coloniza incluso nuestro interior, etc. Surgirá así un romanticismo tradicional que anhela un vuelta al pasado pero también otro tipo de romanticismo que mirando atrás, a lo perdido por el proceso racionalizador capitalista, pensará el futuro, la utopía, el porvenir. Este último romanticismo es el que puede entenderse como una parte inherente a la obra de Marx y Engels.

Bajo el capitalismo todo este proceso desencantador tiene su expresión genuina en la afirmación del valor, del valor de cambio, frente al valor de uso. Es más, todo el despliegue de la substancia-sujeto del capital, toda la ilusión metafísica constitutiva de la realidad capitalista, se despliega conforme a la lógica hegeliana triádica de dicho valor. Al capitalista le es indiferente vender un peine a un calvo que a alguien que tenga pelo, para él lo importante es el valor que encierra la mercancía peine, cerrar el círculo sitémico hegeliano del capital, no su valor de uso concreto para una u otra persona. Nuevamente vemos la afirmación típicamente moderna de la cantidad en detrimento de las propiedades positivas de la mercancía, en contra de su valor de uso. Así pues en El Capital de Marx asoma de manera implícita cierta crítica romántica al capitalismo. Marx, por tanto, realiza una inversión nostálgica, apela al valor de uso, al universo simbólico, a la imagen, al apego sentimental hacia la cosa, hacia todo aquello que era preeminente en las sociedades precapitalistas frente al valor de cambio, frente a la estricta racionalidad cuantitativa, frente al automatismo enajenado, frente al cálculo vil y egoista del burgués. Ahora bien, esta crítica al Principio Moderno negador de todo mundo axiológico, de todo encantamiento, es una mirada melancólica al pasado (recordar si no por ejemplo el interés de Engels por las comunidades del llamado comunismo primitivo como ejemplos éticos de vida igualitaria y antiautoritaria), es un poner la vista en el pasado pero no de forma reaccionaria sino con vistas a pensar el futuro, es un intento de nuevo cierre circular hegeliano fuera del espacio mercantil, una propuesta de lucha por superar de la modernidad que no es simple vuelta al pasado sino mirada atrás, al mundo no enajenado, no escindido, para desplegar en el presente las potenciales contrariedades que apunten a una nueva reconciliación: el Reino de Dios sobre la tierra.

sábado, marzo 17, 2007

Porque la condena del amor es esa...

De una amiga que habitando los lares de una Sabadell otrora industrial y comunista ahora sueña entre versos a Miguel Hernández, utopías y amores infinitos... ¡Gracias!

- Dime, ¿por qué la voz a ti debida?

- Porque aquellas casas de pescadores ya no llegaban ni a la playa ni al mar, la existencia de estas se había evaporado. El tren americano pasaba en su lugar, haciendo parecer a las casas dignos estorbos urbanos.

Porque aquel lugar era donde me susurrabas tus alegrías, que eran inventadas de camino a la fábrica y no podías olvidarme, no podías olvidarme.

Porque te reías, tirado en la arena, de mis rarezas, del andar de algún necio o de ti mismo reflejado en las ventanas de los coches.

Cuando pudiste venir a verme, cogiste un taxi. No había desaparecido y creías que había estado buscándote por Can Nubes. Pero no era cierto y cuando lo supiste, seguiste creyendo que te buscaba, al menos como se busca a la muerte.

Porque en la oscuridad gritabas mi nombre y decías que yo era un arbusto, un arbusto del jardín de tus padres. Odiabas ese jardín y no podías odiarme a mí y te parecía tan injusto y tan soez, que odiabas la naturaleza por completo.

Porque les robaste a aquellos poetas del club que adoraban la luna, un libro para regalármelo y yo lo devolví al club por creer que lo habían olvidado en la butaca de la cafetería donde trabajaba.

Porque no llorabas en silencio y las hojas de marzo caían en Octubre. Tus poesías nacían de la desesperación de escribir, como un remolino de viento que te empujaban al abismo. Y tú no sabías sobrevivir sin eso, no sabías.

Porque me quisiste un día al amanecer y repetiste con furia que me querrías para siempre y al anochecer te marchaste a Can Nubes a emborracharte con penas.

Porque no lograste encontrarlo. Aquello que todos buscamos y empezaste a caminar a tientas, sin voz ni leyenda.

Porque tus ojos me miraban sin verme, me imaginaban sin verme, me mataban sin verme. Ellos me amaban sin verme. Pero tú no me veías.

Porque me abandonaste en un desierto de gente, me besaste en la mejilla y al volverte yo ya no estaba. Y se disparó algo en tu interior, un grito, un lamento, un olvido. Entonces fue cuando te condenaste.

Porque la condena del amor es esa. Aunque no me quieras, siempre tu voz está debida.

sábado, marzo 10, 2007

Conocimiento y conducta en Hume

El giro inesperado hacia el emotivismo ético... "La razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones."(Hume)

David Hume (1711-1776), como René Descartes (1596-1565) y Gottfried Leibniz (1646-1716), se va a preguntar por la cuestión de la quaestio iuris, de la validez, del Ser, de la idea, así como de la relación entre ideas. Ahora bien, si para Descartes la quaestio iuris, la resolución en relación al "que es"(claridad) y al "qué es"(distinción), es encontrada en la extensión y para Leibniz ésta no pasaba de ser una nueva facticidad construida a partir de la facticidad inmediata y trataba, por tanto, de evitar toda facticidad, construida o inmediata, manteniendo siempre la distancia entre quaestio iuris y quaestio facti, Hume va a proponer que al tratar de la questio iuris, de la idea, de lo temático, del discurso, se asuma la facticidad, esto es, la quaestio facti.

Situados en este camino, al trabajar sobre el conocimiento, sobre la idea, encontramos sus insuficiencias, sus carencias, esto es, qué nociones están en el fenómeno del conocimiento pero no pueden ser fundamentadas desde el propio conocimiento, lo que indica que siempre hay algo presupuesto en la idea, que la idea tiene siempre como base algún otro elemento. Entre otras insuficiencias tenemos que: a) La idea no trata del existir, no discrimina entre existir y no existir, si la idea discriminara entre existir y no existir entonces la idea que existiera o no existiera ya no sería la idea inicial sino otra cosa, a saber, la idea con existencia o sin ella; b) Por tanto, si el existir es algo interno a la idea misma entonces del conocimiento mismo no puede deducirse una u otra conducta, pues esto implica que haya una u otra conducta, que exista una u otra conducta, ni tampoco puede deducirse enjuiciamiento alguno sobre la misma pues, en este último caso, igualmente sería tratar de lo que debe o no existir.

Ese algo que siempre presupone la idea, el conocimiento, la validez, va a ser la impresión, lo sensible, lo fácticamente fáctico, la facticidad inmediata. Toda idea tiene por detrás la impresión. Si la idea es simple esta se corresponde con una única impresión, si la idea es compleja se corresponde con un conjunto de impresiones. Ahora bien, si bien idea e impresión comparten contenido, pues una presupone a la otra, no son lo mismo. No es lo mismo tematizar sobre la base de lo sensible que vivir la sensación. Hume diría, por ejemplo, que no es lo mismo razonar acerca del amor que estar enamorado. No es lo mismo la quaestio iuris que la quaestio facti. La idea, el conocimiento, presupone, tiene como base lo fáctico pero no es facticidad sino validez.

Hume diferenciará entre, por un lado, la impresión primaria, de sensación, (por ejemplo: tener hambre, ver un color, sentir un sabor, etc.) y, por otro lado, la impresión secundaria (o de reflexión, la pasión). La pasión, a diferencia de la impresión primaria, tiene un "de qué", un "a propósito de...", un "acerca de...", se da en relación a una idea compleja, a un quid, a un contenido de conocimiento (por ejemplo: el orgullo es una pasión pues se está orgulloso de algo, el deseo también es una pasión pues se tiene deseo de algo). Así pues, la pasión comporta un ir de lo temático, del quid, a lo pretemático, a la impresión, si en ese ir del quid a la impresión hay cierta sképsis, cierto distanciamiento, dicho quid me agradaría o desagradaría aún en el caso que no tuviera que ver conmigo, aún en una situación que no es la que hay, entonces la pasión es calmada (ej: orgullo/vergüenza, me enorgullezco de algo aún en el caso que no tuviera que ver conmigo); en cambio, por el contrario, si en ese ir del quid a la impresión dicho quid sigue siendo lo que importa, no hay distanciamiento, la pasión es violenta (ej: deseo/aversión, deseo algo que efectivamente hay).

Hume va a encontrar en las pasiones el fundamento que permite dar cuenta de la conducta moral, así como el enjuiciamiento de una u otra conducta moral. Esto tenía que ser así porque no en vano al tratar de las insuficiencias del conocimiento, su incapacidad para decidir acerca del existir y de su imposibilidad en relación a la conducta, veíamos que éstas presuponían algo, había algo que estaba en su base, a saber, las impresiones en general y a las pasiones en particular. Así, la determinación de la conducta sólo puede entenderse como el deseo de algo no referido a una situación que no hay, deseo lo que hay y tengo aversión hacia lo que no hay (o al contrario). La dinámica propia de la pasión violenta resuelve la voluntad, acompaña a la conducta. Ahora bien, el enjuiciamiento, la toma de posición moral frente a una u otra conducta moral supone cierto sképsis, se valora desde cierta distancia, aunque dichas conductas tienen que ver conmigo (me agradan o me desagradan). La pasión calmada resuelve el juicio moral.

lunes, marzo 05, 2007

Dos sueños cándidos, inmaculados...

Fruto de esas maravillosas conversaciones Vinyeta con Iván, él sabe qué astros ocupan nuestros pensamientos, nuestros sentimientos...

Amigo, compañero,
si una te amara a ti,
y la otra a mí,
si esos dos sueños,
cándidos, inmaculados,
nos tocaran al fin,
¿cuántas letras rodarían
por sus blancuras
de uno a otro confín?

Mira sus labios
de dulces fresas,
sus ojos negros
hechos de luz,
sus tersas manos
de gestos sin fin,
y sus historias,
¡oh sus historias!
por cada una de ellas,
por sus elocuencias,
acentos y ademanes,
lo mejor darías de ti,
lo mejor yo de mí.

¿Qué sería de nosotros?
Si no las sintiéramos,
si no las viéramos,
si no las rozáramos,
si no fuera posible
besarlas sin besarlas,
amarlas sin amarlas,
tomarían asiento
el pensar y la imaginación,
morirían de inanición,
de infinito lamento,
sin ningún alimento.

Amigo, compañero,
y qué decir del mundo:
que da miedo sin ellas,
que siendo lo que son,
nuestra más pura,
viva y fugaz esperanza,
es a través de las dos,
de la una, de la otra,
que todo cobra sentido,
que la nada no es nada,
que todo ya es poco,
y mucho no es nada.