domingo, abril 29, 2007

Pasos, más pasos...

Arrojados al mundo definimos nuestra existencia eligiéndonos a cada paso, afirmando, negando nuestro ser, nuestros amores y desamores, lo que nos constituye...



Los pasos recorridos te persiguen
son como huellas imborrables
en arenas de playas inhóspitas perdidas
que permiten verte en lo andado
seguir caminando lanzarse al futuro.

Navegando reconozco a la divina
viendo pasar estrellas fugaces
volando en libertad el horizonte
cielos lunáticos negros infinitos.

Bajo ruinas romanas diviso silencios
caricias vientos marítimos tristes
nostalgias erráticas de amargos fines
no quería lo deseaba sin embargo.

Y ahora que sueños inmaculados
orillean cual remolino mi pensar
tiemblo si asoman lejanías oceánicas
destinos que acechen con tu ausencia.

miércoles, abril 25, 2007

Dialéctica del amo y el esclavo en Hegel

“Autonomía y no autonomía de la autoconciencia; dominación y servidumbre” en la Fenomenología del Espíritu. Este capítulo, el IV, está considerado como uno de los momentos cumbres de la filosofía. Además, este año se cumplen 200 años desde que Hegel acabara esta genial obra bajo los cañonazos de Napoleón, en Jena, a principios de 1807. Marx dirá de la Fenomenología que es el taller del hegelianismo.

El concepto clave en la Fenomenología del espíritu de Hegel es el de espíritu. Si las filosofías anteriores tomaban el ser, lo que “es”, estrictamente como substancia, con Hegel dicha substancia cobra vida a través del concepto de sujeto. Así, el espíritu viene a ser una substancia-sujeto, es lo absoluto entendido como una dialéctica unitaria entre su elemento pasivo, la substancia, y su elemento activo, el sujeto.

Ahora bien, es precisamente en el estudio de la autoconciencia dónde aparece por primera vez el espíritu. La noción de autoconciencia es retorno a sí misma a partir de la alteridad, de lo otro. Lo otro, el mundo sensible, aparece a la autoconciencia como un algo a negar en su alteridad independiente para relacionarlo consigo misma. La conciencia no es la mera contemplación del ser sino deseo de ser. Es el deseo de lo otro lo que lleva a la conciencia a reconocerse a sí misma, por ello Hegel caracteriza a la autoconciencia como apetencia o deseo insaciable. El deseo es el movimiento por el que la conciencia se lanza hacia lo otro no para destruirlo, en este caso la conciencia ya no podría ser reconocida, sino para negarlo en su independencia y convertirlo en medio de la propia autoafirmación. Notémoslo: lo que la conciencia busca en el objeto sensible no es objeto sensible sino a sí misma. Ahora bien, si “la autoconciencia sólo es en cuanto autoconciencia reconocida”, si lo que busca la autoconciencia no es lo otro sino el reconocimiento propio entonces la conciencia no podrá encontrar la satisfacción en ningún objeto sensible sino en un objeto en el que reconocerse y pueda ser reconocida. El deseo que consituye la autoconciencia se realiza, pues, en el fondo como deseo de ser reconocida por otra autoconciencia.

Así, la conciencia para pasar del en sí al para sí necesita de la mediación de otra autoconciencia, el movimiento de reflexión por el que una conciencia llega a sí misma pasa por el reconocimiento de otra conciencia. Ahora bien, cuando cada autoconciencia se afirma como conciencia que debe ser reconocida se enfrentan, se da la lucha entre ambas en la que una debe reconocer y la otra ser reconocida. Esta actitud muestra que la autoconciencia surge como la negación de la naturaleza, se sabe por encima de lo biológico en la medida que implica la voluntad de matar al otro, la otra autoconciencia, y de arriesgar la vida propia, la autoconciencia en sí. El deseo de ser reconocida implica, pues, para la conciencia el riesgo de la vida. El encuentro de estas dos conciencias conlleva, pues, una lucha a muerte en la que cada una pretende someter a la otra y hacerce reconocer por ella. Ahora bien, no todos los hombres ponen el deseo humano por encima del deseo biológico de supervivencia. La una por miedo a perder la vida cede en su deseo de ser reconocida, la otra se mantiene en su deseo de reconocimiento a pesar de poner en riesgo su vida. La primera conciencia se constituye en esclava, la segunda en señor. No obstante, en esta relación hay un elemento llamado a cambiarla de signo. El señor se sirve del siervo como si fuera su propio cuerpo para transformar la naturaleza, su relación con ésta pasa por la mediación del trabajo del siervo y por su reconocimiento como amo. Así, el siervo tendrá dos ventajas sobre su amo:

  1. Si ha escogido vivir ha sido por miedo a la muerte, la angustia frente a la muerte empuja al siervo a tomar plena conciencia de sí mismo.
  2. El trabajo del siervo lleva consigo un elemento humano que le abre el camino a su liberación. El trabajo, en la medida que crea un mundo cada vez menos natural y más humanizado, contribuye a que éste se libere de los instintos y a reconocerse a sí mismo en un mundo que es su producto.

El resultado de este proceso es la emergencia del pensamiento que surge en la conciencia del siervo de la unión de sus dos elementos esenciales: el para sí de la autoconciencia y el en sí del objeto al que ha dado forma con su trabajo. Es precisamente en este pensamiento donde se han unido el en sí y el para sí donde aparece la libertad, donde el siervo cobra conciencia de su libertad.

domingo, abril 22, 2007

Ausencia de escatologías (V y fin)

Epicuro niega toda escatología sea de tipo trascendente o inmanente, en este sentido, es un pensador que opta por una ontología mínima. El sabio de la Escuela del Jardín es el pensador del periodo helenístico que sin renunciar a la filosofía realizará un recorte metafísico del pensamiento de mayor calado, sin precedentes...

Dice Epicuro a Heródoto «más allá del universo no existe nada» [39, Carta a Heródoto], no hay trascendencia, y a Pitocles en clara alusión a Aristóteles y a los estoicos le enseñará «La sucesión ordenada de movimientos regulares hay que comprenderla por analogía con los acontecimientos similares que se producen en la tierra. De ningún modo hemos de considerar como causa de ellos a la naturaleza divina sino que, muy al contrario, a esta debemos conservarla desligada de cualquier trabajo y disfrutando de una felicidad sin límites. De no hacerlo así, cualquier análisis de los fenómenos celestiales será vano, como ha sucedido ya a aquellos que, abandonando el criterio de posibilidad, dieron en lo banal, ya que, creyendo que las cosas se originan por una sola causa, rehusaron todas las demás posibles y, conducidos a un razonamiento ilógico, fueron incapaces de valorar los hechos que nos proporcionan elementos de juicio.» [97, Carta a Pitocles]. Así pues, el Universo, la materia que conforma esos mundos que surgen y desaparecen, no es el producto del trabajo de Demiurgo conforme a un modelo o paradigma (Platón), no es efecto de la causa final de un Primer Motor Inmóvil trascendente situado más allá de la esfera de las “estrellas fijas” (Aristóteles), ni tampoco es el resultado de la mediación de un logos inmanente a la naturaleza, esto es, de la actividad de ese fuego divino propio de los estoicos que estructura la naturaleza y que Bruno citará en el famoso poema a sus verdugos antes de ser quemado. Para el epicúreo sólo hay causa eficiente, colisión aleatoria de unos átomos con los otros que, caso de haber suficiente afinidad entre ellos, dan lugar a la constitución aleatoria de nuevos mundos, mundos que, con el transcurrir del tiempo, desaparecerán. Epicuro realiza con estos planteamientos una profilaxis metafísica sin precedentes para su tiempo, se queda con la ontología mínima del átomo, esto es, con la intuición fenomenológica básica de la corporeidad, con la causa eficiente, el azar y la necesidad mínima derivada de las diferentes figuras atómicas, limpia así la filosofía de su tiempo de ilusiones teleológicas y ficciones derivadas de la creencia en una lógica inmanente a la naturaleza.

Realizada esta labor de higiene filosófica lo divino ya no organiza la materia ni como trascendencia, esto es, desde un más allá, desde fuera del Universo, ni de forma inmanente, de manera interna al propio Universo. Los dioses -dirá Epicuro- no se ocupan de los asuntos humanos ni de la naturaleza, por el contrario, permanecen ociosos, sin trabajar, en un estado de serenidad e imperturbabilidad, practicando la ataraxia, en los intermundia. Es más dado que sólo hay átomos y vacío y, por tanto, los dioses han sido reducidos a materia, materia más sutil que la que nos conforma a los humanos pero materia al fin y al cabo, entonces, de alguna manera, podríamos decir que se asemejan a los ídolos pintados en los cuadros de uno u otro museo, perduran inmortales generación tras generación, sin preocupación alguna, para que los hombres podamos adorarlos. Los dioses epicúreos tienen los atributos propios del sabio epicúreo, forman una comunidad amistosa, son reducidos a poca cosa más que un ideal imaginario a seguir por toda persona que anhele mejorar su forma de vida y alcanzar la felicidad. Esos infiernos de una u otra índole que emanan de las múltiples máscaras del poder son para el epicúreo, simple y llanamente, cuentos escatológicos destinados a meter miedo, a aterrorizar y embrutecer las mentes humanas con vistas a dominar y domesticar. Giordano Bruno afirmará, mucho tiempo después, seguramente pensando en el sabio del jardín: «El infierno no existe pero es el temor infundado de que existe lo que hace del infierno una realidad».



BIBLIOGRAFÍA

1. Epicuro, Obras, Ed. Tecnos, 2005.
2. Granada, M. A. El umbral de la modernidad. Ed. Herder, 2000.
3. Granada, M. A. Giordano Bruno. Ed. Herder, 2002.
4. Hadot, P. ¿Qué es la filosofía antigua?, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1998.
5. Kuhn, T.S. La revolución copernicana, Ed. Ariel, 1996.
6. Lledó, E. El epicureísmo, Ed. Taurus, 2003.
7. Long, A. La filosofía helenística, Ed. Alianza Universidad, 2004.
8. Rioja y Ordóñez, Teorías del Universo, Vol.I, Ed. Síntesis, 2004.

domingo, abril 15, 2007

Amores clandestinos

Iván, amigo, compañero, que no cejamos en el empeño de perdernos entre sueños ilimitados, entre quimeras inalcanzables y, sin embargo, lo absoluto no es para nosotros...

Amigo, compañero,
seguirán esos dos sueños
volando, inertes,
por el universo infinito
teñidos de tricolor,
rojo, amarillo y morado.

Qué noche la de ayer,
la de ese 14 de abril
de amores clandestinos,
subterráneos, lunáticos,
de palabras aladas
que evocan la Granada
de un Lorca eterno,
que aluden estaciones
olvidadas, abandonadas,
versos rojos que
vuelan hacia lo alto,
entre remolinos,
como vientos del pueblo.

Amigo, compañero,
que el lunático del club
no es un triunfador
sino un luchador,
apocalíptico, incansable,
que esos dos sueños,
cándidos, inmaculados,
no son para tí,
no son para mí.

Anoche no estaban, no,
y estaban aquí, aquí,
como la Luna llena
siempre bien redonda,
aunque no la veamos.

Dos sueños,
cándidos, inmaculados,
por ellos, a través de ellos
todo cobra sentido,
y la nada no es nada,
todo ya es poco
y mucho no es nada.

Universo infinito y homogéneo (IV)

Epicuro fue partidario de una cosmología que permanecerá subterránea hasta el final del Renacimiento y el inicio de la modernidad con Giordano Bruno. Ambos defenderán un Universo homogéneo, eterno en el tiempo e infinito en el espacio.

Para Epicuro el universo es infinito. El sabio, fundador de la Escuela del Jardín, le dice a su discípulo Heródoto: «Insisto: el universo es infinito» [41, Carta a Heródoto]. Después el de Samos argumenta que si no fuera así tendría un extremo y éste extremo lo sería a su vez de otra cosa, o dicho de otra manera, si el universo tuviera límite entonces qué habría más allá de dicho límite, qué ocurriría si lanzáramos un objeto cualquiera desde el límite mismo, ¿donde iría a parar? Aristóteles podría haber replicado que finito no implica, de suyo, tener límite, es más, ¿no es precisamente el universo aristotélico eso, es decir, un cosmos finito sin límite? Asímismo el universo epicúreo como el de Aristóteles es eterno en el tiempo, Epicuro dirá a su discípulo Heródoto «el universo ha sido siempre tal y como ahora es, y siempre será igual» [39, Carta a Heródoto]

El Cielo para un epicúreo a diferencia de Aristóteles carece de significado religioso alguno, no hay en el Universo de Epicuro jerarquía ontológica, una escala de seres con diferente valor ontológico sino que, por el contrario, tenemos un universo homogéneo e infinito formado, como hemos visto, de átomos y vacío. El Universo epicúreo es incompatible con la clásica distinción entre las dos esferas, la del Cielo por una parte y la de la Tierra por otra parte, con el modelo del matemático platónico Eudoxo (390-388aC) formado por las diferentes esferas concéntricas correspondientes a la Tierra quieta en el centro, la Luna, el Sol, los planetas y en el borde las “estrellas fijas”. El Universo de Epicuro carece de centro o, lo que es lo mismo, cualquier punto puede considerarse el centro, luego ni la Tierra ni el Sol son el centro o tanto la una como el otro. En un Universo infinito cualquier lugar puede ser considerado el centro.

Esta pérdida de carácter religioso del cielo, así como el exceso de confianza en los sentidos, «el tamaño del Sol y de la Luna, así como el de los astros restantes, si tenemos en consideración lo que nos interesa, podemos decir que es tal como lo vemos» [91, Carta a Pitocles], lleva a los seguidores de la Escuela del Jardín a una actitud de despreocupación y rechazo por la astronomía. De ahí que no encontremos en Epicuro y sus seguidores, a diferencia de en los seguidores de la tradición platónico-pitagórica y aristotélica, una teoría geométrica del Universo. Epicuro dirá aludiendo claramente a los seguidores de la Academia y el Liceo de forma peyorativa: «La investigación de la naturaleza no debe realizarse según axiomas y legislaciones vanas, sino de acuerdo con los hechos. Porque nuestra vida no tiene necesidad de locuras ni de vanas suposiciones, sino de transcurrir en la tranquilidad, y en todos los problemas se obtiene la máxima serenidad si los resolvemos según el método de las múltiples explicaciones basadas en los fenómenos, y admitiendo las que guarden verosimilitud. Pero, cuando se acepta una explicación y se rehúsa otra que está de acuerdo con las experiencia, entonces es evidente que hemos abandonado los límites de la ciencia de la naturaleza y hemos caído en la mitología»[87, Carta a Pitocles]

Es más, para Epicuro intentar buscar las esencias inteligibles del Universo vía la matemática, esto es, más allá de unos sentidos que según los platónico-pitagóricos y aristotélicos siempre inducen a engaño, únicamente puede llevar a quebraderos de cabeza y, en consecuencia, a una falta respecto al principio ético de la búsqueda de placer. Para Epicuro todo conocimiento debe estar al servicio, en última instancia, de la ética, esto es, de la vida feliz, de una forma de vida conforme a la ataraxia, así pues «en primer lugar, hay que creer que la única finalidad del conocimiento de los fenómenos celestes, tanto si se trata en relación con otros, como independientemente, es la tranquilidad y la confianza del alma, y este mismo fin es el de cualquier otra investigación»[86, Carta a Pitocles]

miércoles, abril 11, 2007

El origen epicúreo de la realidad (III)

En el origen, en lo que los griegos denominaban con la palabra arjé, esto es, antes de que hubiera realidad, antes de que hubiera mundo alguno, sólo había una lluvia atómica, átomos cayendo en línea recta a través del vacío...


Ahora bien, dada esta situación originaria si algo podía ocurrir sólo podía ser una cosa, a saber, que un átomo negara su ser, esto es, que se produjera una pequeña desviación, que un átomo se saliese por poco que fuera de la recta que definía su ser. De alguna manera puede decirse que si en el origen la recta definía el ser de cada átomo entonces una vez sucedido el clinamen, esa desviación originaria de carácter contingente, los átomos anteriores y posteriores a dicho clinamen no son ya los mismos. No obstante aunque muy interesante este es un tema que no vamos a poder tratar aquí. Siguiendo con lo que nos ocupa, sucedida esa desviación, producido el clinamen, los átomos empiezan a colisionar entre sí dando lugar a la realidad, empiezan a conformarse torbellinos atómicos que darán lugar a los mundos. Estos mundos que surgen y desaparecen como los remolinos de viento serán resultado de la estricta coincidencia casual, del encuentro aleatorio de átomos. Esta forma de razonar que pone en el origen de la realidad y de todo mundo la contingencia y no la causa necesaria o teleológica es muy característica de Epicuro, también lo será en el futuro de pensadores tales como Maquiavelo, Rousseau o el Marx maduro. Vamos viendo como asoma con Epicuro un pensamiento que se construye en clara oposición al platonismo y al aristotelismo, nos atrevemos a decir incluso contra el pitagorismo. Además, Epicuro afirmará en clara oposición a Aristóteles (384-322aC) que no hay un único mundo sino que: «los mundos existentes son infinitos, tanto los que se parecen al nuestro, como los que son por completo distintos» [45, Carta a Heródoto], unos siglos más tarde Giordano Bruno sería quemado vivo por la Iglesia romana por defender, entre otras cosas, posiciones filosóficas como la siguiente: «Yo puedo imaginar un infinito número de mundos parecidos a la tierra, con un jardín del edén en cada uno».

jueves, abril 05, 2007

El átomo para el de Samos (II)

Tratamos ahora del átomo, esa unidad ontológica fundamental a partir de la cuál se constituye toda corporeidad, toda realidad...

La concepción de la naturaleza en Epicuro nos ha llegado fundamentalmente a través de su Carta a Heródoto y su Carta a Pitocles, en la Carta a Meneceo se tratará sobretodo de la ética. Esa primera intuición fenomenológica de sentirse “carne”, esa toma de conciencia de nuestro carácter corpóreo, que hemos aludido se va a desplegar ahora en la naturaleza toda. Así pues, lo que hay, lo que constituye la naturaleza desde siempre son átomos y vacío. El ser, lo que "es", son los átomos que se desplazan a través del no-ser, de lo que "no es", del vacío. Parménides hubiera afirmado de Epicuro lo mismo que decía de Heráclito, a saber, que era un bicéfalo en la medida que se atrevía a predicar acerca del no-ser, dotaba al vacío, a lo que no “es”, de realidad cuando del no-ser nada puede decirse, sólo cabe el silencio. Insisto, para los atomistas epicúreos no hay nada más a parte de átomos y vacío, no hay ninguna otra cosa. Esto puede parecer una trivialidad, algo que se desprende de lo ya dicho, pero si se piensa detenidamente unos instantes uno se percata de lo radical del planteamiento materialista de Epicuro. No hay nada más, sólo átomos, sólo vacío, luego nosotros y nuestro pensar no somos más que eso, átomos y vacío, luego los dioses no son más que eso, átomos y vacío, luego todo no es nada más que eso, átomos y vacío.

Ahora bien, ¿qué son esos misteriosos átomos? Los átomos son los corpúsculos últimos e indivisibles, son el cuerpo mínimo, la corporeidad elemental a partir de la cuál se componen los cuerpos perceptibles a nuestros sentidos. Los átomos son el cuerpo último, el fundamento de todo mundo, de la realidad. Estos cuerpos elementales, asimismo, tienen peso, por ello caen, y figura, lo que permite que haya diferentes tipos de átomo, algunos afines entre sí y otros no, es decir, algunos pueden engarzarse entre sí y otros no. El número de átomos es infinito y el número de formas de los mismos finita, no obstante hay lugar a infinitas combinaciones atómicas, a infinitos mundos. Se suele decir que el atomismo epicúreo viene a ser un cierto pluralismo parmenídeo en cuanto a su concepción del átomo en la medida que las cualidades de cada uno de los átomos son las cualidades del ser en Parménides, esto es, que es uno, inmutable, inmóvil, continuo y eterno, faltaría aquella de que el átomo es bien redondo pero hemos visto que no, que al hablar de los átomos éstos tienen una pluralidad finita de figuras. Además, los átomos se mueven a través del vacío pues «si no existiera eso que nosotros llamamos vacío, y espacio, y sustancia intangible, no tendrían donde existir ni por donde moverse» [40, Carta a Heródoto].

domingo, abril 01, 2007

Epicuro, una experiencia y una elección (I)

Iniciamos con este post una breve serie acerca de Epicuro...

Pierre Hadot en su libro ¿Qué es la filosofía antigua? escribe que el pensamiento filosófico de Epicuro (342 - 271aC) empieza por una experiencia, la de la "carne", y continúa con una elección, el placer entendido como ausencia de dolor.

La experiencia de la "carne", esto es, la vivencia fenomenológica de sentirse algo que siente, que sufre, que es sujeto de emociones, lleva a la toma conciencia de nuestro carácter corpóreo, de que somos cuerpo, polvo enamorado podríamos decir literariamente siguiendo a ese genial poeta estoico del Siglo de Oro español llamado Francisco Quevedo. Ahora bien, en Epicuro esta toma de conciencia de la “carne” viene acompañada del establecimiento de un principio ético a partir del cual guiar y orientar la conducta moral, dicho principio es la elección del placer. Epicuro dirá a su discípulo Meneceo: «El placer es el principio y el fin de una vida feliz, porque lo hemos reconocido como un bien primero y congénito» [129, Carta a Meneceo]. La elección moral del placer, entendido éste como ausencia de dolor, de sufrimiento, es la opción por el respeto a ese algo que nos es constitutivo e imprescindible, ese algo que es conditio sine qua non del resto de nuestras experiencias vitales. Ese algo es el cuerpo. Spinoza dirá siglos más tarde, a pesar de ser también, igual que el poeta español, un pensador fuertemente influenciado por el estoicismo, aquello tan sencillo y profundo de que somos cuerpo que piensa.

Es importante poner de manifiesto que en contra de lo difundido por la tradición cristiana, el placer del que habla el sabio de la Escuela del Jardín no es el placer cinético, agresivo, no es el gusto superficial y efímero del goce sexual gratuito o la gula desmedida sino el placer catastemático, tranquilo, que se encuentra en las satisfacciones espirituales, en la mesura y en la amistad. Por tanto, será a partir del placer entendido de esta manera que la ataraxia, esto es, la serenidad, la autosuficiencia y la imperturbabilidad que permiten alcanzar la felicidad, será posible. Así pues, la vida feliz sólo puede conseguirse mediante el respeto al cuerpo propio y a los cuerpos ajenos, mediante una existencia que evite el sufrir propio y ajeno.