sábado, febrero 21, 2009

Las tres transformaciones en Nietzsche

La vida en Nietzsche designa «lo que hay», lo que usualmente se entiende por el «ser», el «mundo», la «existencia»...

Tres preguntas a propósito de la vida se formula Nietzsche: ¿Qué es la vida tal como hasta ahora ha sido comprendida?; ¿Qué es la vida tal como en verdad es?; y por último, ¿cómo ha de ser comprendida la vida por el que sabe cómo es en verdad? A la primera pregunta responde Nietzsche que la vida hasta ahora ha sido entendida a partir de un sentido (Sinn) en sí, objetivo y trascendente, que hay que desenmascarar; respecto a la segunda nuestro pensador asevera que la vida es un sinsentido (Unsinn), de aquí lo ineludible del nihilismo; y, finalmente, el filósofo no se queda en el estadio negativo que niega el sentido, busca un recoveco para éste, para su afirmación consciente como postulado, como simulacro de verdad, como ilusión necesaria que permita la autosuperación. Es en éste último momento donde habríamos de ubicar los conceptos de «superhombre», «eterno retorno», «transvalorización», etc. (1)

Ahora bien, estas tres preguntas y sus respuestas corresponden a su vez a tres momentos del espíritu. En Así habló Zaratustra Nietzsche nos los explica aludiendo las famosas tres transformaciones: la del camello, el león y el niño (2). El camello es la figura que simboliza la carga con ese sentido objetivo y trascendente cuya expresión máxima es el ideal de Dios cristiano, el vivir llevando a cuestas el mundo platónico suprasensible con sus esencias y valores objetivos que fundan lo sensible. El camello vive un mundo fundado por Dios, en una interpretación moral, en el ideal ascético, en el «tú debes». A esta etapa les corresponden las tranquilidades y seguridades que proporciona la metafísica. Podemos escribir, usando metáforas que el propio Nietzsche pone en boca de un loco insensato (3), que el cristianismo, ese platonismo para el pueblo, ha dado a los hombres un mar, un horizonte y un sol que, respectivamente, les calma su sed de infinito, de plenitud, les otorga valores y verdades trascendentes que dotan de origen y finalidad a su existencia, y, finalmente, les alumbra con su luz y experiencia de Dios.

El león es «yo quiero», nos remite al momento del «no» nihilista, a la negación del sentido en sí, a la muerte de Dios, a la revelación de este o aquél centro fundante de nuestras metafísicas como nada. La muerte de Dios en Nietzsche es mucho más que la mera negación de la existencia de Dios, es la negación del lugar mismo que hasta ahora ocupaba Dios, de toda presencia, certeza, instancia fundante de esta o aquella metafísica. Muerto Dios el hombre ve hundirse su mundo metafísico bajo sus pies, se ve abocado al abismo de la nada. La antigua tranquilidad del mundo metafísico, sus seguridades, se revelan vanas. Siguiendo con las metáforas nietzscheanas: muerto Dios no existe transmundo ni sol que nos ilumine con su luz y nos de fuerza con su calor, no hay horizonte para nuestras posiciones de verdad y de valor, no hay mar con que saciar nuestra sed de plenitud. Nihilismo, crisis del sentido, y muerte de Dios son en Nietzsche un mismo acontecimiento que marca nuestra cultura europea, que nos indica que el hombre de hoy no sabe ya cuál es su origen ni destino, por qué fines vale la pena luchar y sacrificarse, definir la existencia propia, apoyarse, orientarse.

Finalmente, el niño indica el momento afirmativo, del santo decir «sí», apunta a la superación del nihilismo, a la capacidad de aprovechar la libertad que supone la muerte de Dios, la mirada más allá de la interpretación moral del mundo, para realizar una nueva afirmación de sentido consciente de sí, para crear nuevos valores desde el sentido de la tierra que aumenten nuestra voluntad de poderío al margen de las metafísicas que nihilizan la vida, de mundos suprasensibles, de valores y verdades trascendentes.


Notas
  1. Nos inspiramos para introducirnos en las tres cuestiones citadas en la introducción de Nietzsche que hace Eusebi Colomer en El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, Herder, Barcelona, 2001, pp. 252-265.
  2. Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Madrid, 2004, pp. 53-55.
  3. El loco insensato aparece utilizando estas metáforas en La gaya ciencia, Akal, Madrid, 2001, pp. 160-162, aforismo 125. Este es el primer aforismo donde se trata el importante tema de la muerte de Dios, esto es, el intento de pensar desde fuera de la metafísica.