martes, diciembre 18, 2007

El laberinto del Fauno

Perderse por El laberinto del fauno significa adentrarse de lleno en la barbarie fascista de la dictadura franquista a través de la imaginación de un niña que crece en dicho contexto histórico. Junto a la lucha de resistencia de los maquis republicanos contra el fascismo, la fantasía de infancia se revela, de una parte, como un mecanismo de consuelo que permite evadir, y de otra parte, como aproximación mimética de la realidad arbitraria, sin sentido, donde la tortura, la reprisión brutal y el hambre se imponen en los años de la España de posguerra.

El laberinto del Fauno es una película genial que, además, es de esas necesarias en un presente que como el nuestro se encuentra sumergido en el olvido y amenaza a diario y por doquier con el holocausto y la barbarie fascista. Que este brevísimo post sirva para agradecer a mis amigos de siempre, especialmente al compositor, el habérmela descubierto.

martes, diciembre 11, 2007

De la actitud natural

TX 7. E.Husserl (1859-1938) Ideas … I,(1913) §30 "Ningún dudar de los datos del mundo natural, ninguna refutación de los mismos, altera en modo alguno la tesis general de la actitud natural".

Husserl en esta breve cita nos invita a pensar que el hecho de poner en tela de juicio aquello que se nos es dado a través de los sentidos, de dudar acerca de los datos que nos ofrece el mundo natural y lo que nos rodea en general, incluso de suspender dicho “material sensible” una vez ha sido espontáneamente organizado por las categorías y los conceptos propios del entendimiento, no supone acicate alguno respecto a la disposición "natural" de los seres humanos a cosificar dichos aparatos conceptuales. De esta manera categorías como “causa” o “sustancia” no son tomadas como formas del “esquematismo” trascendental a partir de las cuáles el entendimiento organiza espontáneamente el material sensible u obtiene nuevo conocimiento sino que, por el contrario, se consideran como pertenecientes a lo nouménico como tal, a la cosa-en-sí. Así pues, y esto es la clave de lo expuesto por Husserl, los humanos tenemos la tendencia natural a tomar los productos del pensamiento, las ideas y los conceptos, como la realidad misma, o dicho de otra manera, en lo cotidiano confundimos el plano de la razón con el plano de lo nouménico-absoluto. Husserl, por tanto, trae a colación la famosa posición filosófica de Kant consistente en aludir nuestra tendencia “natural” a la metafísica.

De esta tendencia a naturalizar los productos del pensamiento sólo citaremos dos ejemplos a modo de ilustración: la cosificación de los aparatos conceptuales de los científicos y, más en lo cotidiano, nuestro comportamiento cuando, por ejemplo, "suena el timbre de nuestra casa". Los científicos hacen uso de sus propios aparatos conceptuales y la deducción lógica realizada a partir de ellos. Estos aparatos conceptuales son válidos en la medida que, diríamos con Popper, dan explicación de los fenómenos y soportan los experimentos que puedan resultarles más adversos. Uno de los aparatos conceptuales que goza de mayor popularidad desde ya hace tiempo es el del modelo atómico. La tendencia metafísica citada, la actitud natural en relación al modelo atómico se traduciría en la cosificación de dicho modelo atómico. Así, los átomos no se tomarían como conceptos que nos permiten interpretar la “realidad” que nos es dada vía la experimentación nuclear sino que, inclinados por nuestra actitud natural, se supondrían como entidades, cuerpos últimos con determinadas propiedades, cuantos de energía, funciones de onda, etc. que existen independientemente del sujeto que conoce. Esta cosificación del átomo es muy común entre muchos científicos por no hablar ya entre el resto de mortales. Si nos alejamos del ámbito científico para ir al ámbito de lo cotidiano ocurre exactamente lo mismo. Imaginemos que “suena el timbre de casa”. Para el sujeto que percibe dicho sonar del timbre, cosa que corresponde a determinado conjunto de impresiones sensibles que diría Hume, automáticamente, espontáneamente, sin que reflexione acerca de ello, esto significa que alguien reclama su atención al otro lado de la puerta. Ahora bien, dicho fenómeno, ”sonar el timbre”, no significa, de suyo, que alguien nos espere al otro lado de la puerta. Sólo en la medida que el fenómeno “sonar el timbre” es incorporado a nuestro universo simbólico, cosa que se hace espontáneamente, hace que nos levantemos espontáneamente para mirar quien se encuentra al otro lado de la puerta. Nosotros, no obstante, no nos planteamos esto cada vez que “suena el timbre” sino que, por el contrario, nuevamente por efecto de una naturalización, consecuencia de la asociación y la costumbre diría Hume, efecto del carácter performativo del gesto dirían autores tan dispares como Marx o Wittgenstein, nos comportamos como si el “sonar del timbre” tuviese como propiedad positiva suya la de alertarnos de que alguien nos espera al otro lado de la puerta. Esto que describimos nos ocurre un gran número de veces a lo largo de cada día sin que nos lo planteemos, es más, si nos paráramos a pensar a qué concepto o significado corresponde cada haz de impresiones que nos llega a los sentidos acabaríamos sencillamente locos. Así pues, en lo cotidiano vivimos en una determinada metafísica, en un determinado universo simbólico que consideramos como algo positivo, natural.

Los dos ejemplos citados pertenecen a ámbitos bien distintos, el primero pertenece a un discurso, el científico, que pretende ocuparse de lo real, de aprehender lo inteligible del fenómeno, de lo que nos aparece de la cosa-en-sí, el segundo en cambio pertenece al ámbito de los universos simbólicos, de la “realidad” de la vida cotidiana en que vivimos las personas y que, entre otras cosas, sirven de sostén a nuestras decisiones éticas, nos impelen a elegir una u otra forma de vida, tomar partido a favor de unas u otras opciones políticas, etc. Lo curioso en relación al tema que nos ocupa es que ambos ámbitos se sustentan en gran medida por dicha actitud natural y ello a pesar de que cada día se encuentran más separados. El universo simbólico en que se desarrolla nuestra vida cotidiana, su fundamento, sus preguntas más radicales, es impensable que se sustenten en la “ciencia” o, dicho de otra manera, estamos más lejos que nunca del ideal ilustrado pues la ciencia, en la medida que es un jeroglífico para la mayoría de los mortales, no puede situarse ya como universo simbólico intersubjetivo universal. A modo de resumen, por lo general, el científico cosifica sus conceptos de igual modo a como, por ejemplo, el cristiano cree en Dios, ambos naturalizan los conceptos que al primero sirven de interpretación de la realidad y, al segundo, le sirven de sostén ético-político en su vida cotidiana.

El origen de esta actitud natural es en sí mismo problemático, Hume diría que es el efecto de la costumbre, Kant que emana de una razón que busca partir de lo más general (de lo absoluto sería el caso extremo del cuál arrancará el “idealismo alemán”) para llegar a lo particular, Marx que sería el reflejo ideológico directo de nuestra actividad material cotidiana, Adorno lo situaría como un resto de nuestro instinto animal, de nuestro pretérito carácter cerrado en el entorno natural, etc. No nos vamos a ocupar de esto por falta de espacio pero sí, para finalizar, de lo que a ojos de la fenomenología constituye el reverso mismo de dicha actitud natural, esto es, del acto de epojé, de la suspensión de todo aquello nos es dado y mediado por el entendimiento. Resulta obvio que lo “natural” no es tanto hacer epojé como imbricarnos espontáneamente en nuestra sensibilidad mediada siempre-ya por las imágenes y los significados de nuestro tiempo, por las fantasías y el lenguaje que nos envuelve desde que nacemos y venimos al mundo. Así pues, invirtiendo el énfasis de la sentencia de Husserl objeto de nuestro comentario tratamos ahora no tanto de la actitud natural, de nuestra inclinación patológica a la metafísica que diría Kant, como de la otra cara de la moneda, esto es, de lo problemático mismo del acto por excelencia de la fenomenología, del acto de epojé. Para Husserl dicho acto de epojé es, nada más y nada menos, el punto inicial en la búsqueda de conocimiento. La cuestión que sugerimos es si la epojé, esa observación cauta que suspende la realidad, ¿escapa al marco ideológico o, por el contrario, es el acto ideológico por excelencia? Cuando desde la fenomenología se opone el acto de epojé a la actitud natural es como si se otorgase a sí misma la posibilidad de situarse en un punto de vista privilegiado más allá de categorías, metafísicas de toda índole, etc. Dicho de forma sintética, pareciera que la fenomenología se arrogase a través de la epojé el derecho de propiedad sobre ese lugar que sitúa al sujeto en el punto de vista del “ojo de Dios”, en esa mirada que es ya, que pone, la cosa-en-sí, lo nouménico-absoluto. A mi modo de ver, si tal es el caso, la fenomenología carece de propiedad alguna pues no hay lugar privilegiado desde el cuál se nos presente la cosa-en-sí, sin “esquematismos trascendentales”, sin la mediación de los conceptos, sin “pantalla”, sencillamente, el objeto, también se pierde.

martes, octubre 16, 2007

Kant y Hegel: la cosa-en-sí

Usualmente se presenta a Hegel como una vuelta a la metafísica antigua. Por el contrario, Hegel deontologiza a Kant, disuelve ese resto metafísico denominado noúmeno o cosa-en-sí.

Nos ocupa ahora una cuestión que apunta al problema de la trascendencia filosófica e histórica del idealismo alemán. Esta píldora va dirigida contra la idea clave de la filosofía crítica, a saber, la finitud de la razón. Ya hemos dicho que lo dado en la sensibilidad es lo que marca el carácter finito del sujeto. La condición humana es finita a ojos de Kant en la medida que sólo tiene intuición sensible y no intuición intelectual, al hombre la cosa sólo se le presenta de manera inmediata en la sensibilidad, pasivamente, si tuviésemos intuición intelectual nuestra acción de pensar, de suyo, ya pondría, ya sería lo nouménico.

Ahora bien, es precisamente en la susodicha contraposición kantiana entre lo dado y lo pensado, en la distancia misma introducida por Kant entre lo fenoménico, lo percibido esquematizado por la “pantalla” que constituyen las «categorías trascendentales» y lo nouménico, donde ya se nos muestra algo en sí mismo, esto es, la famosa «reconciliación» hegeliana, o dicho de otro modo, la no existencia del abismo escéptico kantiano entre categorías y noúmeno, entre lo dado y lo pensado. Hegel, por tanto, no elimina como suele decirse la distancia kantiana entre lo pensado y el noúmeno, sino que, por el contrario, la afirma en toda su radicalidad, convierte nuestro conocimiento incompleto de la cosa-en-sí en un aspecto positivo de la cosa misma.

jueves, octubre 11, 2007

La racionalidad en Kant

Kant en un intento de dignificar a la razón abordó la problemática de cuáles son las luces y sombras de la razón, sus diferentes usos, sus ilusiones, sus condiciones de posibilidad, etc. Así mismo su filosofía será el precedente directo del idealismo alemán.

Para Kant la actividad del espíritu tiene tres niveles: sensibilidad (Sinnlichkeit), entendimiento (Verstand) y razón (Vernunft). La razón, con sus principios, unifica las reglas del entendimiento y éstas, a su vez, operan cara a la unificación de lo sensible. Razón y entendimiento piensan los objetos dados por la sensibilidad. Como dice Kant: «Nuestro conocimiento empieza por los sentidos, de allí pasa al entendimiento y termina en la razón» (KrV, B355). En consecuencia, por un lado, el entendimiento que opera al margen de la experiencia se mueve en el vacío y, por otro lado, lo sensible sin la mediación espontánea del entendimiento aparece como un conglomerado abigarrado de sensaciones sin unidad ni sentido. Asimismo, la unidad que pone la razón si no descansa en las síntesis del entendimiento y la sensibilidad no pasa de ser ilusión, dialéctica.

Para comprender la racionalidad en Kant es clave ver en qué consiste lo que el propio filósofo alemán denomina su «giro copernicano». Hay en Kant lo dado y lo pensado, el sujeto es a la vez pasivo y activo. La sensibilidad, el entendimiento y la razón conforman lo pensado, constituyen el elemento activo del sujeto, configuradora a partir de sus estructuras trascendentales, de sus categorías, intuiciones puras, etc. Por primera vez el sujeto se reconoce a sí mismo por su actividad creadora apuntando ya al idealismo alemán posterior. Así pues, el sujeto trascendental en la medida que pone las condiciones de posibilidad del conocimiento y de la vida moral, sus formas a priori, se reconoce como autolegislador, autónomo, libre. Ahora bien, a un mismo tiempo, para Kant la dependencia de la sensibilidad respecto de lo dado, respecto a ese ámbito donde no hay libertad que el denomina como lo nouménico, define el carácter finito de la razón humana. Esta posición filosófica será criticada nuevamente por Hegel apuntando a una filosofía de la infinitud. Esto lo veremos en un futuro...

sábado, septiembre 29, 2007

¿Kant o Hegel?

El dilema persiste... ¿Kant o Hegel? ¿filosofía finita o infinita? ¿Conocer el conocer o conocer conociendo?

Kant abre un periodo filosófico clave que culminará con el idealismo alemán. Si Hume fue el ilustrado que nos sumió en la melancolía escéptica para no dejarnos más consuelo que el hábito, la costumbre y la convención social, Kant es el intento ilustrado de recuperar para la filosofía el derecho a su función positiva, de volver superar el escepticismo en el conocimiento, de fundamentar la moral de forma que no descanse en las pasiones, en nuestras inclinaciones, sino en la estricta racionalidad. Kant reclama para la filosofía el derecho a una razón que ahora ya, educada y templada por la travesía escéptica y demoledora de Hume, está en condiciones de reconocer sus propios límites, de sentar cuáles son sus usos legítimos e ilegítimos. De esta manera Kant abre el problema de afrontar la circularidad lógica implícita en un planteamiento en que la razón comparece frente al tribunal de la propia razón.

Hegel, poco más tarde, dará a este planteamiento un toque maestro: si preguntarse por las condiciones de posibilidad del conocimiento (o de la vida ética) es ya conocimiento no debería Kant haberse preguntado por las condiciones de posibilidad de establecer condiciones de posibilidad del conocimiento (o la vida ética), y así ad infinitum. Así, a Hegel, a diferencia de Kant, no le interesará tanto el tratar del acto de conocer en sí como lo conocido en el conocimiento. De aquí que Hegel recrimine a Kant que se preocupe del cuchillo (conocimiento) sin atreverse a cortar (conocer), que estudiando el cuchillo (conocimiento), afilándolo (conociendo el conocer), no se corta (conoce), es más, por el contrario, sólo cortando (conociendo) con el cuchillo (mediante el conocimiento) se sabe si éste está afilado (si conoce).

viernes, septiembre 14, 2007

Mi librito es un continuo

Una poesía inspirada en un cuento de Jorge Luis Borges que hace tiempo leí. No me acuerdo del título... ¿Alguien me lo podría recordar?


Mi librito es un continuo,
ignoro casi todo acerca de él,
su lenguaje, si lo tiene, es jeroglífico,
su comienzo, si lo hay, un enigma,
¿su autor?, ¿su título?
y el mensaje, ¿lo alberga?

No tiene páginas consecutivas,
entre dos suyas, cualesquieras,
si cierras el libro y lo vuelves a abrir,
si pasas a otro capítulo y vuelves ahí,
surgen siempre cuartillas "nuevas",
hojas escritas que estaban ya allí.

En este librito no hay principio ni fin,
su lectura se inicia donde quieras,
hay siempre una página por detrás,
y a un mismo tiempo, al inrevés,
puedes pasar pliegos y pliegos,
terminar donde quieras, no hay fin.

sábado, agosto 25, 2007

Hitchcock y lo real de lo espectral

¿Qué es más real, lo que alguien imagina o lo que ocurre pero nadie ve? Esta es una típica pregunta filosófica que aún hoy da mucho que hablar...

En la respuesta a esta cuestión Hegel, Marx y Freud, como en tantas otras cuestiones, apuntarían a un enfoque similar, a saber, poner de manifiesto lo real de lo espectral, lo real de la apariencia, de lo imaginario. Nosotros nos vamos a servir del primer capítulo de la serie Hitchcock Presenta titulado Venganza para escudriñar una respuesta.

En Venganza Hitchcock nos presenta un matrimonio, Spawn y Elsa, que tras la crisis nerviosa de la mujer, con vistas a la recuperación de ésta, se van a vivir unos días en una caravana junto a la playa. Spawn se separa de ella una mañana y cuando vuelve se encuentra que su mujer ha sido víctima del misterioso maltrato de un hombre alto de traje gris. Spawn le pregunta qué le ha pasado y ella responde: «¡Me ha matado! ¡Me ha matado!». Todo el universo simbólico parece cobrar significado a partir de esta expresión de Elsa. Los detectives buscan pistas en la carabana que no hayan, el médico no encuentra daños físicos en la esposa, sólo les aconseja que abandonen ese entorno traumático para ella, Spawn le promete venganza a Elsa, que matará a su maltratador. Finalmente, siguiendo la indicación del médico, la pareja se marcha en coche cuando, circulando por la ciudad, Elsa exclama: «¡Es ese! ¡Es él! ¡Es él!». Spawn se baja del coche, esconde bajo su manga una llave inglesa, persigue disimuladamente al hombre sospechoso del traje gris por su hotel y, finalmente, cumpliendo con su promesa, lo asesina brutalmente. Cuando Spawn sale del hotel, vuelve a subirse al coche y lleva un rato al volante junto a su esposa, ésta presa del pánico vuelve a repetir: «¡Ahí está! ¡Es él! ¡Es él!».

La trama de Venganza pone de manifiesto lo real de lo espectral, es decir, de qué manera lo que alguien imagina, en este caso la fantasía de Elsa consistente en verse a sí misma como víctima de un maltrato a manos de un personaje imaginario de traje gris, desde el momento en que es colocado dentro de las coordenadas de lo real, el marido ignorante de las secuelas psíquicas de la crisis nerviosa de su mujer toma la fantasía de su mujer como real, condiciona toda nuestra “realidad”, hasta el punto que Spawn comete el asesinato del primer hombre alto de traje gris que Elsa identifica como su maltratador. El desenlace traumático del corto coincide con el momento en que la fantasía se muestra “como tal”, esto es, cuando Elsa, una vez Spawn ya había cometido el asesinato, vuelve a repetir «¡Ahí está! ¡Es él! ¡Es él!». A partir de ese instante queda claro el sin sentido de aquél «¡Me ha matado!» que pretendía resumir el maltrato, queda patente su carácter ilusorio, espectral, y toda "la realidad", todo el universo simbólico, de Spawn, del resto de protagonistas e, incluso, de los espectadores cobra un nuevo significado radicalmente distinto.

martes, agosto 07, 2007

Entrevista a Sartre

En esta primera parte Sartre expone la alienación respecto del otro, cómo la identidad se establece a partir de lo que somos para los demás, a partir de lo que el otro considera que nosotros somos...



En la segunda parte desde la relación libertad-compromiso, la dialéctica entre el yo y el nosotros, entre lo particular y lo general, se aborda la lucha contra el racismo, la religión, etc.



sábado, agosto 04, 2007

Maquiavelo, ¿fundador de la ciencia política? (V)

¿Puede considerarse a Maquiavelo el fundador de la ciencia política? Althusser dirá que el florentino es el descobridor de un nuevo continente científico, otros que es un férreo defensor del pragmatismo político...

En el capítulo XV de El Príncipe Maquiavelo, aún sabiendo que lo que va a exponer no es lo «políticamente correcto», que lo que va a decir es susceptible de constituirse en materia de escándalo, se propone dar consejos útiles al príncipe. Maquiavelo escribe: «Siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma». Éste propósito nos dice el florentino exige tratar lo político limitándose a la verità efecttualle della cosa, esto es, un atender a lo político al desnudo, a su gramática, a su lógica, manteniéndose al margen de representaciones imaginarias y fantasías de toda índole.

Hay quien ha visto en este famoso capítulo de El Príncipe el acto fundacional de la «ciencia» política. Maquiavelo, bajo esta perspectiva, vendría a ser a la política lo que Galileo a la naturaleza. Spinoza, el hermeneuta por antonomasia, diría del florentino que pensaba lo político como si de puntos, rectas y planos se tratase, es decir, que su razonamiento, igual que el razonamiento del matemático, está libre de consideraciones morales. El canciller florentino de alguna manera nos alerta contra lo que voy a denominar «falacia moralista» en claro contraste con la «falacia naturalista» enunciada, ya en plena modernidad ilustrada, por Hume. Si el filósofo ilustrado nos indica que de juicios de hecho, de conocimiento, no pueden deducirse consideraciones morales o de conducta, el filósofo italiano afirma que de consideraciones de conducta y morales no pueden desprenderse juicios de conocimiento. Así, la «falacia moralista» viene a ser la otra cara, el reverso, de la «falacia naturalista». Sea como fuere, éste es un rasgo típicamente moderno del pensador italiano. De alguna manera, en este sentido, lo que sorprende del Maquiavelo de El Príncipe es lo que no se dice, la ausencia de argumentos religiosos, la falta de moralina cristiana, aún encontrándonos todavía en un mundo no secularizado. No hay una línea en la obra que se sirva de argumentaciones teológicas para defender sus posiciones, ni una sola vez recurre al miedo fundamentado en escatologías. Hay, por tanto, en el proceder del autor que tratamos un labor profiláctica, una limpieza del pensar político de contenidos metafísicos, religiosos e incluso morales. Esta misma labor higiénica ocurrirá poco después en los modelos cosmológicos posaristotélicos.

En este llamado que hace Maquiavelo a desechar ilusiones, representaciones imaginarias, a un mismo tiempo, se nos está diciendo que si realmente queremos el «bien común», es decir, el establecimiento y mantenimiento de una comunidad política estable, atendamos a la gramática propia del fenómeno político con todas sus vicisitudes, con toda la crueldad que lleva aparejada. Esto es así porque son precisamente los juicios y opiniones acerca de la cosa política basados en la moral dominante los que impiden entender el fenómeno político en su complejidad y, en consecuencia, hacer de la Utopía, de la unidad nacional italiana a través del Principado, una posibilidad real. Esta perspectiva libre de la máscara imaginaria es la que, durante su segunda legación con César Borgia, entre Octubre de 1502 y Enero de 1503, le convence de que la maldad pertenece, de suyo, a la cosa política. Comprendido este principio del mal en política, para el canciller florentino, lo que cuenta ahora no son tanto las buenas intenciones como las consecuencias de la acción política misma, de forma que de poco vale una praxis política sustentada en la moral (cristiana y dominante) y en motivos loables si dan con la ruina definitiva de la comunidad política y, por ende, con la posibilidad de la comunidad ética misma. Tradicionalmente se considera a Maquiavelo un “apologeta” del mal, un defensor acérrimo de la escisión entre ética y política. Nada más lejos de la realidad, Maquiavelo simplemente pone en evidencia dicha fractura entre lo ético y lo político como efecto de la inherencia del mal a la política misma. El florentino simplemente pone en evidencia una problemática.

Aquí llegamos a la famosa crítica que intenta subordinar a Maquiavelo al «maquiavelismo», al artífice de una política amoral. Como ya hemos indicado, para el canciller florentino lo importante es la política porque, en última instancia, la ciudad es la condición de posibilidad de la vida humana misma, de la vida ética y moral, de la libertad. Para Maquiavelo el fenómeno moral no descansa en un sujeto trascendental kantiano, ni en ninguna otra entidad abstracta del mundo de las ideas, idea esta por otra parte típicamente moderna e individualista, sino que éste es producto directo de la comunidad política, de la ciudad. Esto es fundamental porque, tal y como indica el profesor J. M. Bermudo en su pequeña síntesis acerca del pensamiento del italiano, permite desmontar el subterfugio del «maquiavelismo». Maquiavelo, en efecto, se muestra dispuesto a todo, al mal, a la crueldad despiadada, a la apariencia, a simular y disimular, a la perfidia y el engaño, pero ello siempre partiendo de la convicción de que el mal pertenece de suyo a la política en situaciones de excepción como la enfrentada por el duque Valentino en Octubre de 1502 y siempre con vistas a salvar la condición de posibilidad de la vida ética misma. En resumen, el canciller florentino defiende medidas extremas en situaciones de excepción como la italiana y, además, con el objetivo de salvaguardar la ciudad, la comunidad política, conditio sine qua non de la comunidad ética.

viernes, julio 27, 2007

Maquivelo: una religión civil (IV)

Un rasgo característico, intempestivo, de Maquiavelo va a ser su dura crítica al cristianismo y a la Iglesia romana. Así no es de extrañar que sus obras fueran incluídas en el Índice de libros prohibidos.

En la medida que Maquiavelo ve en la política la disciplina filosófica práctica más importante, esto es, la disciplina a la cual deben subordinación el resto de disciplinas, por ejemplo, la ética, la economía o la religión, podemos decir que es un pensador eminentemente clásico.

Así pues, la política no debe ser sierva de la religión tal y como plantea el cristianismo sino que, por el contrario, la religión debe ser útil a la ciudad, contribuir a solidificar y unificar a un pueblo en torno a una determinada identidad cultural y ciudadana. En este punto arremete el florentino de manera feroz contra la Iglesia romana juzgándola como la principal responsable de la irreligiosidad de los italianos y de la división de Italia, llegando a afirmar incluso que si la corte de la Iglesia se estableciese en Suiza entonces esa nación, que está ahora sólidamente unida, pasaría ipso facto a sucumbir en divisiones, presa de las contradicciones y trifulcas palaciegas inherentes a la corte eclesial romana.

En opinión de Maquiavelo, la religión se muestra imprescindible a la ciudad en la medida que contribuye a cohesionar al pueblo en torno suyo, en la medida que mantiene alta la moral de los soldados que la defienden, que educa a sus ciudadanos y a la plebe en las buenas costumbres, etc. Nuevamente el italiano está escorando su mirada hacia una antigüedad romana en la que dominaba una religión caracterizada por su función civil. Dice nuestro autor de la religión civil romana: «ella produjo buenas costumbres, las buenas costumbres engendraron buena fortuna, y de la buena fortuna nació el feliz éxito de sus empresas»(Discorsi, I, 11) o, en otro lugar, «qué útil resultó para mandar ejércitos, para confortar a la plebe, mantener en su estado a los hombres buenos y avergonzar a los malos»(Discorsi, I, 11) o, finalmente, «veremos ahora como los capitanes de los ejércitos se servían de la religión para mantenerlos dispuestos [a sus soldados, nota mía] para sus empresas»(Discorsi, I, 13).

Ante este particular interés de Maquiavelo hacia la religión, sólo le importa en la medida que es útil y se subordina a la comunidad política, y ante su fuerte crítica a las iglesias en general, no es de extrañar -tal y como indican Rafael del Águila y Sandra Chaparro en su libro La República de Maquiavelo y J. M. Bermudo en su pequeña síntesis titulada Maquiavelo- que los religiosos partidarios de Reforma y Contrarreforma no escamotearan insulto alguno contra nuestro canciller, que le declararan la guerra creando el «maquiavelismo», que se incluyeran sus libros en el Index librorum prohibitorum de 1559, que fuera señalado como corruptor de la fe, maestro de asesinos, etc.

viernes, julio 13, 2007

Maquivelo: Fortuna y virtù (III)

De la fortuna, o del elemento contingente, que sólo puede hacérsele frente oponiéndole la virtú, esto es, una determinación política dedicida y sin fisuras.

Maquiavelo es un pensador terriblemente pesimista en relación a la condición humana, tanto es así que todo aquello que tenga que ver con lo humano, incluidas las cosas civiles, están ontológicamente condenadas a la degeneración y la corrupción. Dado el contexto que vivió el florentino y el objeto de su principal preocupación, esto es, la política, no es de extrañar que pensara así. Vio el italiano, tal y como ya hemos indicado, como Italia se desmoronaba de un día para otro, como los gobiernos se sucedían sin demora presos de sus propias inconsecuencias. Incluso César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, a pesar de ser la principal fuente de inspiración y aprendizaje de Maquiavelo, a pesar de ser considerado por el florentino el ejemplo paradigmático de principe nuovo, de político cuya virtù es capaz de doblegar a la fortuna, tendrá un final trágico como consecuencia de un único error grave (ver El Umbral de la Modernidad, M. A. Granada, p. 169-192).

Hay en el pensamiento de Maquiavelo dos conceptos clave: fortuna y virtù. Si hemos caracterizado la época italiana que nos ocupa por la contingencia, el azar, la arbitrariedad, en suma, por la fortuna, a ésta opone el italiano la virtù, esto es, una determinación política sin fisuras caracterizada por la astucia, la inteligencia, el ingenio y la fuerza, que tenga por objeto la fundación y/o mantenimiento de un Estado garante de una comunidad política estable y segura. Sólo esta determinación política sin fisuras al servicio del nuevo Estado, que en la situación italiana materializa il principe, una personaje excepcional para una situación excepcional, puede hacer frente a la susodicha fortuna, a la corrupción generalizada, a la división nacional y a la inclinación natural de los hombres a los vicios y malas costumbres, haciendo posible, por otra parte, un vivire civile que, en el mejor de los casos futuros, sea entre hombres libres e iguales. Ahora bien, si la virtù implica lo dicho hasta aquí necesariamente conlleva dos cosas de suma importancia:

  1. Tomar como modelo a Roma, imitar su ejemplo. Deshacerse definitivamente del príncipe cristiano, esto es, del príncipe cuya actividad política es sierva de la religión y la moral dominante. Roma y su ejemplo desempeñan, por tanto, el papel de ideal político a perseguir, de imagen que cabe ponerse en frente con vistas a movilizarse en una acción política consecuente.

  2. Asumir un «realismo político», es decir, adecuarse a la verità efecttualle della cosa o, lo que es lo mismo, mirar a la cosa política más allá de la apariencia, liberándonos de contenidos morales y metafísicos, de representaciones imaginarias. Así pues, para Maquiavelo, la posibilidad de doblegar la fortuna y de que la ilusión utópica devenga algo posible, algo susceptible de ser real, pasa ineludiblemente por un pensar la política de forma realista.

martes, julio 10, 2007

Maquiavelo: utopía y realismo político (II)

Maquiavelo, ¿un apologeta del pragmatismo político o, por el contrario, un pensador de las condiciones de posibilidad para hacer de ese lugar que no hay, del u-topos, una realidad?

Un importante contemporáneo de Nicolás Maquiavelo, Tomás Moro, pensará la ciudad a partir del género literario de la Utopía. Para Tomás Moro la Utopía se presenta aquí como ese no ha lugar que sirve de excusa para realizar una crítica mordaz a la política del momento y que además, por qué no, nos empuja a pensar un horizonte posible en el que se materialicen los ideales políticos de libertad, igualdad y justicia. El «maquiavelismo» por lo general ha intentado siempre desligar a Maquiavelo de toda consideración política que tuviera que ver con esa Utopía, con ese horizonte que no es pero que puede ser. La tradición cristiana occidental en la que nos encontramos inmersos nos ha presentado un pensador frío, calculador, inmoral, un Satán sobre la tierra. De hecho es la Iglesia de Roma la que crea el «maquiavelismo». Sin embargo, a mi modo de ver, tal y como ya he indicado, hay en el italiano un pensar la coyuntura política, la situación fáctica, de cierta manera y con vistas a que se haga posible el advenimiento de un horizonte utópico. Cuando Nicolás Maquiavelo propone Il Principe como única forma capaz de realizar la unidad nacional italiana restringe su pensar al estricto realismo, evita lo que él denomina «representaciones imaginarias» de las condiciones políticas que caracterizan la realidad italiana. Digamos que para Maquiavelo la salida a la situación sólo puede realizarse analizando la situación de manera realista y aceptando las reglas propias del juego político, aunque éstas ineludiblemente conlleven el mal, la crueldad, el engaño y la perfidia. De nada sirven las buenas intenciones, los discursos morales y ejemplarizantes sin son incapaces de dar con otra realidad que la que hay, sin son incapaces de plantear de manera viable una acción política destinada a la construcción de la unidad nacional italiana. Para la situación concreta y excepcional italiana Maquiavelo propone Il Principe. Ahora bien, ni siquiera el Principado, aún siendo en la situación dada la mejor de las opciones, es la forma política que más le agrada al florentino. Esto es fácilmente constatable a través de una lectura atenta de los Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, donde, el pensador italiano, se nos muestra como firme defensor de la República, esto es, de una comunidad cuyo régimen político sea de libertad, igualdad civil y justicia.

En resumen, para el florentino hacer de la República una posibilidad y no una simple quimera exige realismo político. Aunque Maquiavelo no use el término Utopía, a mi modo de ver, lo importante es que subyace en el italiano un esfuerzo por pensar de forma realista las condiciones de posibilidad de su ideal político. Se puede objetar a este planteamiento el carácter netamente pesimista de Maquiavelo, su concepción cíclica de la historia y su convicción de que la corrupción es inherente a la cosa civil, que a ojos del italiano en particular la forma de Estado que denominamos República siempre desemboca en un gobierno licencioso y en la anarquía. No obstante, lo paradójico aquí es que son precisamente ese carácter pesimista del florentino y esa ley ontológica de la corrupción las que fuerzan a Maquiavelo a realizar el esfuerzo intelectual de pensar de manera realista las condiciones de posibilidad de un Estado lo más perfecto posible, esto es, lo más duradero posible en el tiempo y que, a poder ser, desemboque en una República. Este esfuerzo realista se le impone a Maquiavelo como consecuencia de la lógica de su propio pensar, dicho de otra manera, son las reglas que el mismo Maquiavelo impone a su pensar (pesimismo y corrupción ontológica) las que le obligan a pensar de manera realista el ideal político. En todo este empeño el florentino orientará su mirada -tal y como veremos- a Roma, Monarquía en su origen que deviene rápidamente República y ejemplo paradigmático de duración en el tiempo. El pensamiento de Maquiavelo no escapa a la ilusión utópica.

lunes, julio 02, 2007

Maquiavelo: su tiempo y Roma (I)

Iniciamos una serie entorno a Nicolás Maquiavelo (1469-1527). Este primer "post" trata sucintamente del marco histórico en que vivió el canciller florentino, el Renacimiento italiano, así como del ideal romano como salida a dicho marco-puzzle italiano.

El pensamiento de Nicolás Maquiavelo se da en el contexto del Renacimiento, esto es, se sitúa a medio camino entre dos épocas: la Edad Medieval y la Modernidad. Por tanto, se ubica la vida del florentino en lo que el profesor M. A. Granada ha dado en llamar el umbral de la modernidad y, por tanto, asiste, por un lado, al hundimiento definitivo del mundo medieval con sus tradiciones, vínculos sociales, costumbres, normas sociales, etc. y, por otro lado, es testigo del (re)nacer de lo nuevo cuyo punto de arranque se hace coincidir, simbólicamente, con la quema, por parte de la Iglesia romana, del genio Giordano Bruno (1548-1600). Ahora bien, ese intersticio entre dos mundos, entre dos culturas, entre dos universos espirituales sumamente diferentes, supone un periodo en el que domina un vacío metafísico en sentido amplio, una falta de soporte o referente a partir del cuál dotar de sentido a la propia existencia. Este fenómeno, que denomino ausencia metafísica en la conciencia colectiva del Renacimiento, da lugar a un doble aspecto contradictorio o, como mínimo, paradójico. Por una parte, el Renacimiento va a ser un tiempo de miedos e inseguridades y, por otra parte, se va a tomar conciencia, netamente humanista, de que el hombre tiene ante sí la posibilidad y la libertad de construir lo nuevo, de cimentar las bases de un nuevo universo de significados. Así, el renacentista se encuentra escindido entre una falta consecuencia del hundimiento de la metafísica medieval y, a su vez, impelido a ejercer su libertad con vistas a sentar las bases del nuevo imaginario, de una nueva identidad cultural que caracterice el porvenir.

Nicolás Maquiavelo es la toma de conciencia de esa contradicción. En su pensamiento se manifiesta de manera particularmente acusada esa contingencia propia de su tiempo y, a la vez, un intento encomiable de pensar las condiciones de posibilidad que den salida a esa situación excepcional, a ese mundo que no es ni día ni noche, que se encuentra gobernado por la fortuna, el azar, la crueldad, la arbitrariedad y el sin sentido. El pensamiento y la experiencia vital del canciller florentino se sitúan en una Italia que asiste a su ruina, que ve modificar sus fronteras y gobiernos de un día para otro, que se encuentra desgarrada por los intereses particulares de sus señores feudales, sujeta a las intrigas palaciegas de una Iglesia romana corrupta y degenerada, a expensas de las intervenciones extranjeras de las dos potencias principales del momento, Francia y España. Es en esta coyuntura marcada por la carencia de condiciones para la construcción nacional italiana que Maquiavelo piensa la posibilidad, aparentemente imposible, de una salida. Es en este punto donde entra en juego uno de los rasgos típicamente humanistas del italiano, pensando esa solución imposible, Maquiavelo, se pregunta como puede ser que sus contemporáneos así como elogian e imitan el ejemplo de la antigüedad clásica grecorromana en materia de medicina, arte y otras disciplinas, cuando se trata de la cuestión política sólo la admiren, añoren nostálgicamente el esplendor de la República y del Imperio Romano, pero consideren completamente fuera de su alcance cualquier pretensión de imitación. Maquiavelo rompe con esta creencia y mira el ejemplo político que ofrece la historia de Roma, su fundación y continuidad, como modelo para pensar el futuro. Roma va a ser para el florentino el ejemplo de comunidad política estable y duradera que a lo largo del tiempo ha sabido hacer frente de manera exitosa a adversidades y dificultades de todo género. Además, si el grado de perfección de una comunidad puede valorarse por su duración en el tiempo, por su capacidad de «perseverar en el ser» diríamos con Spinoza, entonces Roma ya no es mero ejemplo sino un caso paradigmático a seguir.

viernes, junio 22, 2007

Intento de esperanza...

De un amigo y compañero que siempre, siempre, está. Es más tengo la absoluta convicción que siempre estará. Porque es de los imprescindibles, de los que dan fuerza para seguir andando el camino de la vida...

Amigo, compañero,
los dos sabemos
que de sueños no se vive,
que no queremos vida sin sueños.

Tu sueño se hizo amor,
y mi amor, permaneció sueño.

¿Recuerdas…
aquella noche,
en la que que ella bailó contigo
y aquella bailó conmigo?
Sólo nuestra comprensión,
nuestras miradas y abrazos
nos hicieron sobrevivir aquella noche.

¿Recuerdas…
porque somos amigos y compañeros?
¿Recuerdas…
aquella tarde en aquella abandonada estación?
¿Aquella noche cubana,
secuestrada por la luna y los mojitos?
Desafortunados fuimos,
afortunados de algún modo somos.

Nunca fuimos triunfadores,
pero tal vez fuimos luchadores.
Siempre pasamos desapercibidos,
al igual que nuestros amores secretos.

Cuentos inacabados, poetas muertos,
romances que dan vida y la quitan,
lunas que brillan y versos que no riman,
miradas que se esconden y se comprenden,
estaciones cerradas y tardes de lluvia.
Dime, amigo, compañero,
¿que sentido tiene todo sin ellas?

La poesía es nuestro refugio,
así como los domingos
lo es de los lunáticos.

Si te acompaña en el camino,
como si no lo hace.
Si está conmigo,
como si se desvanece,
Tanto si existe el vaso,
como si es mera ilusión,
nosotros seguiremos,
juntos, pero no revueltos,
el camino luchando,
y tal vez, triunfando.

viernes, junio 15, 2007

¡ La tesis frenológica !

Tratamos aquí de la controvertida tesis frenológica de Hegel, de algunos ejemplos ilustrativos y controvertidos a un mismo tiempo...

La tesis frenológica de Hegel dice: «El espíritu es un hueso». Esta idea de Hegel sitúa la identidad de dos términos absolutamente incompatibles, dicho de otra manera, que toda posición lleva implícita en el límite su propio contrario: Dios necesita del hombre, de la carne, para manifestarse y reconciliarse consigo mismo, la libertad necesita del esclavo para abrirse paso, Marx diría la absolutización de la libertad en la sociedad capitalista supone también la libertad de explotación que no es otra cosa que la esclavitud asalariada, la absolutización de la razón lleva paradójicamente y trágicamente a lo irracional, el sujeto-substancia, esto es, el espíritu, necesita de un fragmento de carne, cuerpo, para autodesplegarse, el Gran Otro presupone lo Real traumático afirmaríamos con Lacan, etc.

Así, por ejemplo, bajo esta perspectiva hegeliana, el pacifismo absoluto presupone ineludiblemente la violencia, esto es, la renuncia absoluta a la violencia lejos de negarla la afirma. ¿Acaso no fue eso lo que le ocurrió al mismísimo Gandhi? No hubiera sido mejor que partiendo del principio frenológico hegeliano en lugar de dejar en manos del Imperio Británico la canalización de los impulsos agresivos, lo que dio con uno de los mayores genocidios del siglo XX, los independentistas indios hubieran canalizado esa misma violencia contra el colonialismo. El tema del terror es un clásico dentro de la izquierda que, usualmente, es evitado vía prejuicios de corte humanista. De esta manera, se elude pensar la problemática misma de la violencia-terror en los procesos de transformación social. No obstante, la izquierda, si fuera consecuente con la tesis frenológica hegeliana, no debería renunciar nunca a un toquecito de terror.

Otra cuestión que puede servir para ilustrar la posición frenológica de Hegel que se encuentra más en línea directa con Marx y el marxismo es la crítica hegeliana al Imperativo Categórico kantiano. Para Hegel si bien el Imperativo Categórico es estrictamente racional en su forma, en tanto que abstracción pura deviene del todo inútil, no puede guiar ni orientar práctica moral alguna porque, precisamente, carece de contenido, no atiende a lo particular, a las circunstancias, etc. Empieza a verse aquí ya esa identidad de términos opuestos que también estará en Marx y en la tradición marxista y que ilustra, recoge, igualmente esta crítica hegeliana al kantismo. Por un lado, “es el ser social el que determina la conciencia”, énfasis en el aspecto material, en la situación y su contenido, por otro lado, “las ideas cuando arraigan en las masas devienen una fuerza revolucionaria”, ahora se pone el acento en el aspecto formal, en la idea, en su capacidad para orientar las prácticas materiales. Vemos pues a Marx siguiendo a Hegel, moviéndose en la contradicción entre lo material, el contenido, y el aspecto formal, buscando la síntesis apropiada a cada momento dialéctico del proceso histórico.

martes, junio 05, 2007

Ideología con Margarita Gautier como excusa

La película Margarita Gautier protagonizada por la divina, por Greta Garbo, da pie al diálogo entorno a la Ideología y la alienación, la crítica respecto a los convencionalismos sociales, la identidad, el amor como renuncia...

En las primeras escenas de Margarita Gautier, una película dirigida por George Gukor en 1937 en la que destacan la divina Greta Garbo y el pletórico Robert Taylor, vemos como la dama de las camelias, la protagonista que da nombre al filme, tacha de ingenuo el amor honesto y desinteresado de su antigua amiga: la jovencísima Nichette. La dama de las camelias, muy al contrario de su amiga, no cree en el amor, para ella sólo existe el interés, un baile de máscaras, apariencias y convenciones sociales, ella no entiende de amores desinteresados, cándidos, inmaculados. La vulgar y superficial prostituta de lujo Margarita Gautier es un sujeto ideológico definido por su lugar en la red simbólica social, en el universo espiritual, del París burgués de mediados del siglo XIX. La mujer concreta encarnada por Greta Garbo en la película se realiza socialmente por mediación de esta máscara , de este sujeto ideológico. Vivir en esta cáscara simbólica llamada Gautier, realizarse por su mediación, le supone a la mujer de carne y hueso ser una mantenida, tener una fuente "fácil" de beneficio económico, vivir rodeada de lujos frugales, fiestas, joyas, vestidos y camelias por doquier. La mujer concreta enmascarada por el abstracto Gautier obtiene el reconocimiento social de las altas esferas parisinas. De esta manera, la mujer concreta vive alienada en la máscara ideológica Margarita Gautier, encuentra su realización personal, el o la afirmación simbólica del Gran Otro simbólico, del mundo propio de la alta sociedad parisina de 1847, a través de una apariencia, del espectro Gautier. Es más, y esto es importante, esta mujer lejos de vivir apesadumbrada en su realización vía Gautier, inicialmente, se identifica plenamente en dicho abstracto simbólico, en esta máscara espectral.

No obstante, un error hace que sobrevenga un cambio inesperado: Armando Duval, un joven apuesto, coherente, convencido del amor y con un porvenir prometedor, es confundido con el rico, apático y aburrido Conde de Varville. Así, la interesada dama de las camelias cree durante un breve lapso de tiempo que el Conde es Armando y, a partir de aquí, se abre la posibilidad de que el joven apuesto exprese su amor incondicional y desinteresado a la mujer aun cuando ésta vive alienada en la máscara Gautier. Sólo este reconocimiento incondicional de Armando podía enamorar, hacer descubrir el amor verdadero, a nuestra mujer real en la medida que ésta, inicialmente, se identifica plenamente con el espectro Gautier. Ahora bien, el drama del filme llega cuando la protagonista, una vez enamorada de Armando, decide rehacer su vida, irse al campo con su amado huyendo del Conde y de la red de relaciones que la mantienen atada a la dama de las camelias, enajenada en la máscara Gautier. Una vez lejos del superficial ambiente de la alta sociedad parisina, en el campo, la susodicha máscara simbólica la persigue trágicamente, se interpone entre ella y su amado. El padre de Armando Duval se presenta en la casa de campo y le pide a ella que renuncie a su amor si es éste verdadero pues Margarita Gautier, ese sujeto ideológico, ese espectro, en el que ella se identificaba en el pasado y del que ahora intenta huir, será siempre un impedimento, una mancha que perturbará el progreso social futuro de su querido hijo. El espectro persigue a la mujer concreta. Así, paradójicamente, si en los inicios de la película el reconocimiento por parte de Armando Duval de la mujer concreta en el espectro Gautier abre la posibilidad del amor fecundo, ahora, una vez que ambos están enamorados y alejados del ambiente burgués parisino, esa misma figura espectral supone la apertura de un abismo entre los dos. La mujer concreta, invadida ahora por el amor auténtico y desinteresado que antes tachaba de ingenuo, toma la decisión trágica de autoalienarse nuevamente en la máscara Gautier para así alejarse de Armando y no suponer obstáculo ni mácula alguna a su prometedor porvenir.

martes, mayo 15, 2007

Continuidad de los parques

Un maravilloso cuento de Cortázar en el cuál volvemos a encontrar esa topología de la banda de Moëbius con que ya nos habíamos topado en el materialismo histórico, en la dinámica del deseo, en el síntoma, incluso en la obra de arte modernista. El marco siempre forma parte del propio contenido enmarcado...

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

jueves, mayo 03, 2007

Del concepto de “amor” y “lucha” en Hegel

Si la autoconciencia no encuentra satisfacción sino en otra autoconciencia entonces cada autoconciencia reclama de la otra el reconocimiento de sí misma. Así, la relación de las conciencias entre sí pasa por el enfrentamiento.

El joven Hegel había entrevisto la solución de este nudo dialéctico en el ideal de amor cristiano buscando más una conciliación entre las autoconciencias, un reconocimiento mútuo. En el amor desaparece lo tuyo y lo mío. En el amor la oposición entre conciencias se resuelve en comunión. El que ama está dispuesto a reconocer al otro, aún antes de ser reconocido por él. Así, el amor es reconocimiento mutuo, es la revelación mutua de dos seres, el uno se revela al otro y cada uno a sí mismo. Ahora bien, presupuesta la lucha como la fuente del proceso dialéctico mismo, de la dialéctica entre amo y esclavo, el perdón y la reconciliación presuponen claramente el enfrentamiento, al menos como etapa prevista. Esto es lo que Hegel nos ha mostrado con la dialéctica entre amo y esclavo.

Es más, bajo aquella primera concepción se obvia el aspecto de lucha implícito en el amor mismo, cuando le decimos al otro “Te quiero, te amo” ya tenemos ahí algo perturbador, violento, un aspecto de lucha, ya hay ahí una búsqueda de reconocimiento por parte del otro. De hecho, en mi opinión, el amor implica siempre lucha, se ama al enemigo combatiéndolo, el esclavo ama al señor negándolo en tanto que señor y, por tanto, negándose a sí mismo como esclavo, afirmando su libertad. Hoy, por ejemplo, en el plano del multiculturalismo cuando se proclama “¡Oh! Yo respeto tus costumbres...” se afirma un racismo repugnante y sibilino, una especie de “pobrecito el africano, el musulmán...”, en mi opinión, un auténtico reconocimiento del otro pasa por la posibilidad de su negación, el propio acto de negar al prójimo supone su reconocimiento previo. En este sentido, me posiciono con Hegel en su transición del concepto de amor al de lucha, es más, pienso que en el segundo puede recogerse el primero en la medida que se entiende el amor como reconocimiento recíproco en la lucha dialéctica.

domingo, abril 29, 2007

Pasos, más pasos...

Arrojados al mundo definimos nuestra existencia eligiéndonos a cada paso, afirmando, negando nuestro ser, nuestros amores y desamores, lo que nos constituye...



Los pasos recorridos te persiguen
son como huellas imborrables
en arenas de playas inhóspitas perdidas
que permiten verte en lo andado
seguir caminando lanzarse al futuro.

Navegando reconozco a la divina
viendo pasar estrellas fugaces
volando en libertad el horizonte
cielos lunáticos negros infinitos.

Bajo ruinas romanas diviso silencios
caricias vientos marítimos tristes
nostalgias erráticas de amargos fines
no quería lo deseaba sin embargo.

Y ahora que sueños inmaculados
orillean cual remolino mi pensar
tiemblo si asoman lejanías oceánicas
destinos que acechen con tu ausencia.

miércoles, abril 25, 2007

Dialéctica del amo y el esclavo en Hegel

“Autonomía y no autonomía de la autoconciencia; dominación y servidumbre” en la Fenomenología del Espíritu. Este capítulo, el IV, está considerado como uno de los momentos cumbres de la filosofía. Además, este año se cumplen 200 años desde que Hegel acabara esta genial obra bajo los cañonazos de Napoleón, en Jena, a principios de 1807. Marx dirá de la Fenomenología que es el taller del hegelianismo.

El concepto clave en la Fenomenología del espíritu de Hegel es el de espíritu. Si las filosofías anteriores tomaban el ser, lo que “es”, estrictamente como substancia, con Hegel dicha substancia cobra vida a través del concepto de sujeto. Así, el espíritu viene a ser una substancia-sujeto, es lo absoluto entendido como una dialéctica unitaria entre su elemento pasivo, la substancia, y su elemento activo, el sujeto.

Ahora bien, es precisamente en el estudio de la autoconciencia dónde aparece por primera vez el espíritu. La noción de autoconciencia es retorno a sí misma a partir de la alteridad, de lo otro. Lo otro, el mundo sensible, aparece a la autoconciencia como un algo a negar en su alteridad independiente para relacionarlo consigo misma. La conciencia no es la mera contemplación del ser sino deseo de ser. Es el deseo de lo otro lo que lleva a la conciencia a reconocerse a sí misma, por ello Hegel caracteriza a la autoconciencia como apetencia o deseo insaciable. El deseo es el movimiento por el que la conciencia se lanza hacia lo otro no para destruirlo, en este caso la conciencia ya no podría ser reconocida, sino para negarlo en su independencia y convertirlo en medio de la propia autoafirmación. Notémoslo: lo que la conciencia busca en el objeto sensible no es objeto sensible sino a sí misma. Ahora bien, si “la autoconciencia sólo es en cuanto autoconciencia reconocida”, si lo que busca la autoconciencia no es lo otro sino el reconocimiento propio entonces la conciencia no podrá encontrar la satisfacción en ningún objeto sensible sino en un objeto en el que reconocerse y pueda ser reconocida. El deseo que consituye la autoconciencia se realiza, pues, en el fondo como deseo de ser reconocida por otra autoconciencia.

Así, la conciencia para pasar del en sí al para sí necesita de la mediación de otra autoconciencia, el movimiento de reflexión por el que una conciencia llega a sí misma pasa por el reconocimiento de otra conciencia. Ahora bien, cuando cada autoconciencia se afirma como conciencia que debe ser reconocida se enfrentan, se da la lucha entre ambas en la que una debe reconocer y la otra ser reconocida. Esta actitud muestra que la autoconciencia surge como la negación de la naturaleza, se sabe por encima de lo biológico en la medida que implica la voluntad de matar al otro, la otra autoconciencia, y de arriesgar la vida propia, la autoconciencia en sí. El deseo de ser reconocida implica, pues, para la conciencia el riesgo de la vida. El encuentro de estas dos conciencias conlleva, pues, una lucha a muerte en la que cada una pretende someter a la otra y hacerce reconocer por ella. Ahora bien, no todos los hombres ponen el deseo humano por encima del deseo biológico de supervivencia. La una por miedo a perder la vida cede en su deseo de ser reconocida, la otra se mantiene en su deseo de reconocimiento a pesar de poner en riesgo su vida. La primera conciencia se constituye en esclava, la segunda en señor. No obstante, en esta relación hay un elemento llamado a cambiarla de signo. El señor se sirve del siervo como si fuera su propio cuerpo para transformar la naturaleza, su relación con ésta pasa por la mediación del trabajo del siervo y por su reconocimiento como amo. Así, el siervo tendrá dos ventajas sobre su amo:

  1. Si ha escogido vivir ha sido por miedo a la muerte, la angustia frente a la muerte empuja al siervo a tomar plena conciencia de sí mismo.
  2. El trabajo del siervo lleva consigo un elemento humano que le abre el camino a su liberación. El trabajo, en la medida que crea un mundo cada vez menos natural y más humanizado, contribuye a que éste se libere de los instintos y a reconocerse a sí mismo en un mundo que es su producto.

El resultado de este proceso es la emergencia del pensamiento que surge en la conciencia del siervo de la unión de sus dos elementos esenciales: el para sí de la autoconciencia y el en sí del objeto al que ha dado forma con su trabajo. Es precisamente en este pensamiento donde se han unido el en sí y el para sí donde aparece la libertad, donde el siervo cobra conciencia de su libertad.

domingo, abril 22, 2007

Ausencia de escatologías (V y fin)

Epicuro niega toda escatología sea de tipo trascendente o inmanente, en este sentido, es un pensador que opta por una ontología mínima. El sabio de la Escuela del Jardín es el pensador del periodo helenístico que sin renunciar a la filosofía realizará un recorte metafísico del pensamiento de mayor calado, sin precedentes...

Dice Epicuro a Heródoto «más allá del universo no existe nada» [39, Carta a Heródoto], no hay trascendencia, y a Pitocles en clara alusión a Aristóteles y a los estoicos le enseñará «La sucesión ordenada de movimientos regulares hay que comprenderla por analogía con los acontecimientos similares que se producen en la tierra. De ningún modo hemos de considerar como causa de ellos a la naturaleza divina sino que, muy al contrario, a esta debemos conservarla desligada de cualquier trabajo y disfrutando de una felicidad sin límites. De no hacerlo así, cualquier análisis de los fenómenos celestiales será vano, como ha sucedido ya a aquellos que, abandonando el criterio de posibilidad, dieron en lo banal, ya que, creyendo que las cosas se originan por una sola causa, rehusaron todas las demás posibles y, conducidos a un razonamiento ilógico, fueron incapaces de valorar los hechos que nos proporcionan elementos de juicio.» [97, Carta a Pitocles]. Así pues, el Universo, la materia que conforma esos mundos que surgen y desaparecen, no es el producto del trabajo de Demiurgo conforme a un modelo o paradigma (Platón), no es efecto de la causa final de un Primer Motor Inmóvil trascendente situado más allá de la esfera de las “estrellas fijas” (Aristóteles), ni tampoco es el resultado de la mediación de un logos inmanente a la naturaleza, esto es, de la actividad de ese fuego divino propio de los estoicos que estructura la naturaleza y que Bruno citará en el famoso poema a sus verdugos antes de ser quemado. Para el epicúreo sólo hay causa eficiente, colisión aleatoria de unos átomos con los otros que, caso de haber suficiente afinidad entre ellos, dan lugar a la constitución aleatoria de nuevos mundos, mundos que, con el transcurrir del tiempo, desaparecerán. Epicuro realiza con estos planteamientos una profilaxis metafísica sin precedentes para su tiempo, se queda con la ontología mínima del átomo, esto es, con la intuición fenomenológica básica de la corporeidad, con la causa eficiente, el azar y la necesidad mínima derivada de las diferentes figuras atómicas, limpia así la filosofía de su tiempo de ilusiones teleológicas y ficciones derivadas de la creencia en una lógica inmanente a la naturaleza.

Realizada esta labor de higiene filosófica lo divino ya no organiza la materia ni como trascendencia, esto es, desde un más allá, desde fuera del Universo, ni de forma inmanente, de manera interna al propio Universo. Los dioses -dirá Epicuro- no se ocupan de los asuntos humanos ni de la naturaleza, por el contrario, permanecen ociosos, sin trabajar, en un estado de serenidad e imperturbabilidad, practicando la ataraxia, en los intermundia. Es más dado que sólo hay átomos y vacío y, por tanto, los dioses han sido reducidos a materia, materia más sutil que la que nos conforma a los humanos pero materia al fin y al cabo, entonces, de alguna manera, podríamos decir que se asemejan a los ídolos pintados en los cuadros de uno u otro museo, perduran inmortales generación tras generación, sin preocupación alguna, para que los hombres podamos adorarlos. Los dioses epicúreos tienen los atributos propios del sabio epicúreo, forman una comunidad amistosa, son reducidos a poca cosa más que un ideal imaginario a seguir por toda persona que anhele mejorar su forma de vida y alcanzar la felicidad. Esos infiernos de una u otra índole que emanan de las múltiples máscaras del poder son para el epicúreo, simple y llanamente, cuentos escatológicos destinados a meter miedo, a aterrorizar y embrutecer las mentes humanas con vistas a dominar y domesticar. Giordano Bruno afirmará, mucho tiempo después, seguramente pensando en el sabio del jardín: «El infierno no existe pero es el temor infundado de que existe lo que hace del infierno una realidad».



BIBLIOGRAFÍA

1. Epicuro, Obras, Ed. Tecnos, 2005.
2. Granada, M. A. El umbral de la modernidad. Ed. Herder, 2000.
3. Granada, M. A. Giordano Bruno. Ed. Herder, 2002.
4. Hadot, P. ¿Qué es la filosofía antigua?, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1998.
5. Kuhn, T.S. La revolución copernicana, Ed. Ariel, 1996.
6. Lledó, E. El epicureísmo, Ed. Taurus, 2003.
7. Long, A. La filosofía helenística, Ed. Alianza Universidad, 2004.
8. Rioja y Ordóñez, Teorías del Universo, Vol.I, Ed. Síntesis, 2004.

domingo, abril 15, 2007

Amores clandestinos

Iván, amigo, compañero, que no cejamos en el empeño de perdernos entre sueños ilimitados, entre quimeras inalcanzables y, sin embargo, lo absoluto no es para nosotros...

Amigo, compañero,
seguirán esos dos sueños
volando, inertes,
por el universo infinito
teñidos de tricolor,
rojo, amarillo y morado.

Qué noche la de ayer,
la de ese 14 de abril
de amores clandestinos,
subterráneos, lunáticos,
de palabras aladas
que evocan la Granada
de un Lorca eterno,
que aluden estaciones
olvidadas, abandonadas,
versos rojos que
vuelan hacia lo alto,
entre remolinos,
como vientos del pueblo.

Amigo, compañero,
que el lunático del club
no es un triunfador
sino un luchador,
apocalíptico, incansable,
que esos dos sueños,
cándidos, inmaculados,
no son para tí,
no son para mí.

Anoche no estaban, no,
y estaban aquí, aquí,
como la Luna llena
siempre bien redonda,
aunque no la veamos.

Dos sueños,
cándidos, inmaculados,
por ellos, a través de ellos
todo cobra sentido,
y la nada no es nada,
todo ya es poco
y mucho no es nada.

Universo infinito y homogéneo (IV)

Epicuro fue partidario de una cosmología que permanecerá subterránea hasta el final del Renacimiento y el inicio de la modernidad con Giordano Bruno. Ambos defenderán un Universo homogéneo, eterno en el tiempo e infinito en el espacio.

Para Epicuro el universo es infinito. El sabio, fundador de la Escuela del Jardín, le dice a su discípulo Heródoto: «Insisto: el universo es infinito» [41, Carta a Heródoto]. Después el de Samos argumenta que si no fuera así tendría un extremo y éste extremo lo sería a su vez de otra cosa, o dicho de otra manera, si el universo tuviera límite entonces qué habría más allá de dicho límite, qué ocurriría si lanzáramos un objeto cualquiera desde el límite mismo, ¿donde iría a parar? Aristóteles podría haber replicado que finito no implica, de suyo, tener límite, es más, ¿no es precisamente el universo aristotélico eso, es decir, un cosmos finito sin límite? Asímismo el universo epicúreo como el de Aristóteles es eterno en el tiempo, Epicuro dirá a su discípulo Heródoto «el universo ha sido siempre tal y como ahora es, y siempre será igual» [39, Carta a Heródoto]

El Cielo para un epicúreo a diferencia de Aristóteles carece de significado religioso alguno, no hay en el Universo de Epicuro jerarquía ontológica, una escala de seres con diferente valor ontológico sino que, por el contrario, tenemos un universo homogéneo e infinito formado, como hemos visto, de átomos y vacío. El Universo epicúreo es incompatible con la clásica distinción entre las dos esferas, la del Cielo por una parte y la de la Tierra por otra parte, con el modelo del matemático platónico Eudoxo (390-388aC) formado por las diferentes esferas concéntricas correspondientes a la Tierra quieta en el centro, la Luna, el Sol, los planetas y en el borde las “estrellas fijas”. El Universo de Epicuro carece de centro o, lo que es lo mismo, cualquier punto puede considerarse el centro, luego ni la Tierra ni el Sol son el centro o tanto la una como el otro. En un Universo infinito cualquier lugar puede ser considerado el centro.

Esta pérdida de carácter religioso del cielo, así como el exceso de confianza en los sentidos, «el tamaño del Sol y de la Luna, así como el de los astros restantes, si tenemos en consideración lo que nos interesa, podemos decir que es tal como lo vemos» [91, Carta a Pitocles], lleva a los seguidores de la Escuela del Jardín a una actitud de despreocupación y rechazo por la astronomía. De ahí que no encontremos en Epicuro y sus seguidores, a diferencia de en los seguidores de la tradición platónico-pitagórica y aristotélica, una teoría geométrica del Universo. Epicuro dirá aludiendo claramente a los seguidores de la Academia y el Liceo de forma peyorativa: «La investigación de la naturaleza no debe realizarse según axiomas y legislaciones vanas, sino de acuerdo con los hechos. Porque nuestra vida no tiene necesidad de locuras ni de vanas suposiciones, sino de transcurrir en la tranquilidad, y en todos los problemas se obtiene la máxima serenidad si los resolvemos según el método de las múltiples explicaciones basadas en los fenómenos, y admitiendo las que guarden verosimilitud. Pero, cuando se acepta una explicación y se rehúsa otra que está de acuerdo con las experiencia, entonces es evidente que hemos abandonado los límites de la ciencia de la naturaleza y hemos caído en la mitología»[87, Carta a Pitocles]

Es más, para Epicuro intentar buscar las esencias inteligibles del Universo vía la matemática, esto es, más allá de unos sentidos que según los platónico-pitagóricos y aristotélicos siempre inducen a engaño, únicamente puede llevar a quebraderos de cabeza y, en consecuencia, a una falta respecto al principio ético de la búsqueda de placer. Para Epicuro todo conocimiento debe estar al servicio, en última instancia, de la ética, esto es, de la vida feliz, de una forma de vida conforme a la ataraxia, así pues «en primer lugar, hay que creer que la única finalidad del conocimiento de los fenómenos celestes, tanto si se trata en relación con otros, como independientemente, es la tranquilidad y la confianza del alma, y este mismo fin es el de cualquier otra investigación»[86, Carta a Pitocles]

miércoles, abril 11, 2007

El origen epicúreo de la realidad (III)

En el origen, en lo que los griegos denominaban con la palabra arjé, esto es, antes de que hubiera realidad, antes de que hubiera mundo alguno, sólo había una lluvia atómica, átomos cayendo en línea recta a través del vacío...


Ahora bien, dada esta situación originaria si algo podía ocurrir sólo podía ser una cosa, a saber, que un átomo negara su ser, esto es, que se produjera una pequeña desviación, que un átomo se saliese por poco que fuera de la recta que definía su ser. De alguna manera puede decirse que si en el origen la recta definía el ser de cada átomo entonces una vez sucedido el clinamen, esa desviación originaria de carácter contingente, los átomos anteriores y posteriores a dicho clinamen no son ya los mismos. No obstante aunque muy interesante este es un tema que no vamos a poder tratar aquí. Siguiendo con lo que nos ocupa, sucedida esa desviación, producido el clinamen, los átomos empiezan a colisionar entre sí dando lugar a la realidad, empiezan a conformarse torbellinos atómicos que darán lugar a los mundos. Estos mundos que surgen y desaparecen como los remolinos de viento serán resultado de la estricta coincidencia casual, del encuentro aleatorio de átomos. Esta forma de razonar que pone en el origen de la realidad y de todo mundo la contingencia y no la causa necesaria o teleológica es muy característica de Epicuro, también lo será en el futuro de pensadores tales como Maquiavelo, Rousseau o el Marx maduro. Vamos viendo como asoma con Epicuro un pensamiento que se construye en clara oposición al platonismo y al aristotelismo, nos atrevemos a decir incluso contra el pitagorismo. Además, Epicuro afirmará en clara oposición a Aristóteles (384-322aC) que no hay un único mundo sino que: «los mundos existentes son infinitos, tanto los que se parecen al nuestro, como los que son por completo distintos» [45, Carta a Heródoto], unos siglos más tarde Giordano Bruno sería quemado vivo por la Iglesia romana por defender, entre otras cosas, posiciones filosóficas como la siguiente: «Yo puedo imaginar un infinito número de mundos parecidos a la tierra, con un jardín del edén en cada uno».

jueves, abril 05, 2007

El átomo para el de Samos (II)

Tratamos ahora del átomo, esa unidad ontológica fundamental a partir de la cuál se constituye toda corporeidad, toda realidad...

La concepción de la naturaleza en Epicuro nos ha llegado fundamentalmente a través de su Carta a Heródoto y su Carta a Pitocles, en la Carta a Meneceo se tratará sobretodo de la ética. Esa primera intuición fenomenológica de sentirse “carne”, esa toma de conciencia de nuestro carácter corpóreo, que hemos aludido se va a desplegar ahora en la naturaleza toda. Así pues, lo que hay, lo que constituye la naturaleza desde siempre son átomos y vacío. El ser, lo que "es", son los átomos que se desplazan a través del no-ser, de lo que "no es", del vacío. Parménides hubiera afirmado de Epicuro lo mismo que decía de Heráclito, a saber, que era un bicéfalo en la medida que se atrevía a predicar acerca del no-ser, dotaba al vacío, a lo que no “es”, de realidad cuando del no-ser nada puede decirse, sólo cabe el silencio. Insisto, para los atomistas epicúreos no hay nada más a parte de átomos y vacío, no hay ninguna otra cosa. Esto puede parecer una trivialidad, algo que se desprende de lo ya dicho, pero si se piensa detenidamente unos instantes uno se percata de lo radical del planteamiento materialista de Epicuro. No hay nada más, sólo átomos, sólo vacío, luego nosotros y nuestro pensar no somos más que eso, átomos y vacío, luego los dioses no son más que eso, átomos y vacío, luego todo no es nada más que eso, átomos y vacío.

Ahora bien, ¿qué son esos misteriosos átomos? Los átomos son los corpúsculos últimos e indivisibles, son el cuerpo mínimo, la corporeidad elemental a partir de la cuál se componen los cuerpos perceptibles a nuestros sentidos. Los átomos son el cuerpo último, el fundamento de todo mundo, de la realidad. Estos cuerpos elementales, asimismo, tienen peso, por ello caen, y figura, lo que permite que haya diferentes tipos de átomo, algunos afines entre sí y otros no, es decir, algunos pueden engarzarse entre sí y otros no. El número de átomos es infinito y el número de formas de los mismos finita, no obstante hay lugar a infinitas combinaciones atómicas, a infinitos mundos. Se suele decir que el atomismo epicúreo viene a ser un cierto pluralismo parmenídeo en cuanto a su concepción del átomo en la medida que las cualidades de cada uno de los átomos son las cualidades del ser en Parménides, esto es, que es uno, inmutable, inmóvil, continuo y eterno, faltaría aquella de que el átomo es bien redondo pero hemos visto que no, que al hablar de los átomos éstos tienen una pluralidad finita de figuras. Además, los átomos se mueven a través del vacío pues «si no existiera eso que nosotros llamamos vacío, y espacio, y sustancia intangible, no tendrían donde existir ni por donde moverse» [40, Carta a Heródoto].

domingo, abril 01, 2007

Epicuro, una experiencia y una elección (I)

Iniciamos con este post una breve serie acerca de Epicuro...

Pierre Hadot en su libro ¿Qué es la filosofía antigua? escribe que el pensamiento filosófico de Epicuro (342 - 271aC) empieza por una experiencia, la de la "carne", y continúa con una elección, el placer entendido como ausencia de dolor.

La experiencia de la "carne", esto es, la vivencia fenomenológica de sentirse algo que siente, que sufre, que es sujeto de emociones, lleva a la toma conciencia de nuestro carácter corpóreo, de que somos cuerpo, polvo enamorado podríamos decir literariamente siguiendo a ese genial poeta estoico del Siglo de Oro español llamado Francisco Quevedo. Ahora bien, en Epicuro esta toma de conciencia de la “carne” viene acompañada del establecimiento de un principio ético a partir del cual guiar y orientar la conducta moral, dicho principio es la elección del placer. Epicuro dirá a su discípulo Meneceo: «El placer es el principio y el fin de una vida feliz, porque lo hemos reconocido como un bien primero y congénito» [129, Carta a Meneceo]. La elección moral del placer, entendido éste como ausencia de dolor, de sufrimiento, es la opción por el respeto a ese algo que nos es constitutivo e imprescindible, ese algo que es conditio sine qua non del resto de nuestras experiencias vitales. Ese algo es el cuerpo. Spinoza dirá siglos más tarde, a pesar de ser también, igual que el poeta español, un pensador fuertemente influenciado por el estoicismo, aquello tan sencillo y profundo de que somos cuerpo que piensa.

Es importante poner de manifiesto que en contra de lo difundido por la tradición cristiana, el placer del que habla el sabio de la Escuela del Jardín no es el placer cinético, agresivo, no es el gusto superficial y efímero del goce sexual gratuito o la gula desmedida sino el placer catastemático, tranquilo, que se encuentra en las satisfacciones espirituales, en la mesura y en la amistad. Por tanto, será a partir del placer entendido de esta manera que la ataraxia, esto es, la serenidad, la autosuficiencia y la imperturbabilidad que permiten alcanzar la felicidad, será posible. Así pues, la vida feliz sólo puede conseguirse mediante el respeto al cuerpo propio y a los cuerpos ajenos, mediante una existencia que evite el sufrir propio y ajeno.