martes, diciembre 11, 2007

De la actitud natural

TX 7. E.Husserl (1859-1938) Ideas … I,(1913) §30 "Ningún dudar de los datos del mundo natural, ninguna refutación de los mismos, altera en modo alguno la tesis general de la actitud natural".

Husserl en esta breve cita nos invita a pensar que el hecho de poner en tela de juicio aquello que se nos es dado a través de los sentidos, de dudar acerca de los datos que nos ofrece el mundo natural y lo que nos rodea en general, incluso de suspender dicho “material sensible” una vez ha sido espontáneamente organizado por las categorías y los conceptos propios del entendimiento, no supone acicate alguno respecto a la disposición "natural" de los seres humanos a cosificar dichos aparatos conceptuales. De esta manera categorías como “causa” o “sustancia” no son tomadas como formas del “esquematismo” trascendental a partir de las cuáles el entendimiento organiza espontáneamente el material sensible u obtiene nuevo conocimiento sino que, por el contrario, se consideran como pertenecientes a lo nouménico como tal, a la cosa-en-sí. Así pues, y esto es la clave de lo expuesto por Husserl, los humanos tenemos la tendencia natural a tomar los productos del pensamiento, las ideas y los conceptos, como la realidad misma, o dicho de otra manera, en lo cotidiano confundimos el plano de la razón con el plano de lo nouménico-absoluto. Husserl, por tanto, trae a colación la famosa posición filosófica de Kant consistente en aludir nuestra tendencia “natural” a la metafísica.

De esta tendencia a naturalizar los productos del pensamiento sólo citaremos dos ejemplos a modo de ilustración: la cosificación de los aparatos conceptuales de los científicos y, más en lo cotidiano, nuestro comportamiento cuando, por ejemplo, "suena el timbre de nuestra casa". Los científicos hacen uso de sus propios aparatos conceptuales y la deducción lógica realizada a partir de ellos. Estos aparatos conceptuales son válidos en la medida que, diríamos con Popper, dan explicación de los fenómenos y soportan los experimentos que puedan resultarles más adversos. Uno de los aparatos conceptuales que goza de mayor popularidad desde ya hace tiempo es el del modelo atómico. La tendencia metafísica citada, la actitud natural en relación al modelo atómico se traduciría en la cosificación de dicho modelo atómico. Así, los átomos no se tomarían como conceptos que nos permiten interpretar la “realidad” que nos es dada vía la experimentación nuclear sino que, inclinados por nuestra actitud natural, se supondrían como entidades, cuerpos últimos con determinadas propiedades, cuantos de energía, funciones de onda, etc. que existen independientemente del sujeto que conoce. Esta cosificación del átomo es muy común entre muchos científicos por no hablar ya entre el resto de mortales. Si nos alejamos del ámbito científico para ir al ámbito de lo cotidiano ocurre exactamente lo mismo. Imaginemos que “suena el timbre de casa”. Para el sujeto que percibe dicho sonar del timbre, cosa que corresponde a determinado conjunto de impresiones sensibles que diría Hume, automáticamente, espontáneamente, sin que reflexione acerca de ello, esto significa que alguien reclama su atención al otro lado de la puerta. Ahora bien, dicho fenómeno, ”sonar el timbre”, no significa, de suyo, que alguien nos espere al otro lado de la puerta. Sólo en la medida que el fenómeno “sonar el timbre” es incorporado a nuestro universo simbólico, cosa que se hace espontáneamente, hace que nos levantemos espontáneamente para mirar quien se encuentra al otro lado de la puerta. Nosotros, no obstante, no nos planteamos esto cada vez que “suena el timbre” sino que, por el contrario, nuevamente por efecto de una naturalización, consecuencia de la asociación y la costumbre diría Hume, efecto del carácter performativo del gesto dirían autores tan dispares como Marx o Wittgenstein, nos comportamos como si el “sonar del timbre” tuviese como propiedad positiva suya la de alertarnos de que alguien nos espera al otro lado de la puerta. Esto que describimos nos ocurre un gran número de veces a lo largo de cada día sin que nos lo planteemos, es más, si nos paráramos a pensar a qué concepto o significado corresponde cada haz de impresiones que nos llega a los sentidos acabaríamos sencillamente locos. Así pues, en lo cotidiano vivimos en una determinada metafísica, en un determinado universo simbólico que consideramos como algo positivo, natural.

Los dos ejemplos citados pertenecen a ámbitos bien distintos, el primero pertenece a un discurso, el científico, que pretende ocuparse de lo real, de aprehender lo inteligible del fenómeno, de lo que nos aparece de la cosa-en-sí, el segundo en cambio pertenece al ámbito de los universos simbólicos, de la “realidad” de la vida cotidiana en que vivimos las personas y que, entre otras cosas, sirven de sostén a nuestras decisiones éticas, nos impelen a elegir una u otra forma de vida, tomar partido a favor de unas u otras opciones políticas, etc. Lo curioso en relación al tema que nos ocupa es que ambos ámbitos se sustentan en gran medida por dicha actitud natural y ello a pesar de que cada día se encuentran más separados. El universo simbólico en que se desarrolla nuestra vida cotidiana, su fundamento, sus preguntas más radicales, es impensable que se sustenten en la “ciencia” o, dicho de otra manera, estamos más lejos que nunca del ideal ilustrado pues la ciencia, en la medida que es un jeroglífico para la mayoría de los mortales, no puede situarse ya como universo simbólico intersubjetivo universal. A modo de resumen, por lo general, el científico cosifica sus conceptos de igual modo a como, por ejemplo, el cristiano cree en Dios, ambos naturalizan los conceptos que al primero sirven de interpretación de la realidad y, al segundo, le sirven de sostén ético-político en su vida cotidiana.

El origen de esta actitud natural es en sí mismo problemático, Hume diría que es el efecto de la costumbre, Kant que emana de una razón que busca partir de lo más general (de lo absoluto sería el caso extremo del cuál arrancará el “idealismo alemán”) para llegar a lo particular, Marx que sería el reflejo ideológico directo de nuestra actividad material cotidiana, Adorno lo situaría como un resto de nuestro instinto animal, de nuestro pretérito carácter cerrado en el entorno natural, etc. No nos vamos a ocupar de esto por falta de espacio pero sí, para finalizar, de lo que a ojos de la fenomenología constituye el reverso mismo de dicha actitud natural, esto es, del acto de epojé, de la suspensión de todo aquello nos es dado y mediado por el entendimiento. Resulta obvio que lo “natural” no es tanto hacer epojé como imbricarnos espontáneamente en nuestra sensibilidad mediada siempre-ya por las imágenes y los significados de nuestro tiempo, por las fantasías y el lenguaje que nos envuelve desde que nacemos y venimos al mundo. Así pues, invirtiendo el énfasis de la sentencia de Husserl objeto de nuestro comentario tratamos ahora no tanto de la actitud natural, de nuestra inclinación patológica a la metafísica que diría Kant, como de la otra cara de la moneda, esto es, de lo problemático mismo del acto por excelencia de la fenomenología, del acto de epojé. Para Husserl dicho acto de epojé es, nada más y nada menos, el punto inicial en la búsqueda de conocimiento. La cuestión que sugerimos es si la epojé, esa observación cauta que suspende la realidad, ¿escapa al marco ideológico o, por el contrario, es el acto ideológico por excelencia? Cuando desde la fenomenología se opone el acto de epojé a la actitud natural es como si se otorgase a sí misma la posibilidad de situarse en un punto de vista privilegiado más allá de categorías, metafísicas de toda índole, etc. Dicho de forma sintética, pareciera que la fenomenología se arrogase a través de la epojé el derecho de propiedad sobre ese lugar que sitúa al sujeto en el punto de vista del “ojo de Dios”, en esa mirada que es ya, que pone, la cosa-en-sí, lo nouménico-absoluto. A mi modo de ver, si tal es el caso, la fenomenología carece de propiedad alguna pues no hay lugar privilegiado desde el cuál se nos presente la cosa-en-sí, sin “esquematismos trascendentales”, sin la mediación de los conceptos, sin “pantalla”, sencillamente, el objeto, también se pierde.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

A modo de resumen, por lo general, el filósofo cosifica sus conceptos de igual modo a como, por ejemplo, el cristiano cree en Dios, ambos naturalizan los conceptos que al primero sirven de interpretación de la vida humana y, al segundo, le sirven de sostén ético-político en su vida cotidiana.

De esta tendencia a naturalizar los productos del pensamiento sólo citaremos dos ejemplos a modo de ilustración: la cosificación de los aparatos conceptuales de los filósofos y, más en lo cotidiano, nuestro comportamiento cuando, por ejemplo, "suena el timbre de nuestra casa". Los filósofos hacen uso de sus propios aparatos conceptuales y la deducción lógica realizada a partir de ellos. Estos aparatos conceptuales son válidos en la medida que, diríamos con Lenin, dan explicación de sus suposiciones y soportan los experimentos que puedan resultarles más adversos. Uno de los aparatos conceptuales que goza de mayor popularidad desde ya hace tiempo es el del modelo del ser humano. La tendencia metafísica citada, la actitud natural en relación al modelo humano se traduciría en la cosificación de dicho modelo humano. Así, las personas no se tomarían como conceptos que nos permiten interpretar la “realidad humana” que nos es dada vía la experimentación en la sociedad, sino que, inclinados por nuestra actitud natural, se supondrían como entidades, cuerpos últimos con determinadas propiedades, personas concretas con intereses, sentimientos, necesidades propias, etc. que existen independientemente del sujeto que conoce. Esta cosificación del humano es muy común entre muchos filósofos por no hablar ya entre el resto de mortales.

Como consclusión, el átomo es tan sólo un aparato conceptual de los físicos, las células no existen, es un invento de los biólogos, las plantas nacen de la fértil imaginación de los botánicos, los minerales tan sólo son conceptos inventados por los geólogos pero no sustancias materiales con propiedades determinadas que podamos tocar, los órganos del cuerpo humano no son una realidad tangible, son producto del aparato conceptual de los cirujanos, la explotación y la lucha de clases son conceptos inventados por el marxismo para interpretar la “realidad” y las personas de carne y hueso son producto de la imaginación de la gente normal y corriente. En realidad, tan sólo podemos decir que existe uno mismo, lo exterior a nosotros es producto de la imaginación.

Saludos
Félix.

P.D.: ¿Existo yo realmente o soy producto del aparato conceptual de alguien?

Ender el Xenocida dijo...

Muy interesante el tema y agudo el comentario, hubiera deseado que fuera mío.;-)
Es cierto lo que se desprende del comentario: la posición de observador que toma la filosofía hace que en sus discursos la crítica se haga simpre sobre otras disciplinas, porque realmente -pienso- la filosofía no se considera a sí misma como una disciplica con tics comunes criticables. (A excepción de Marx que los criticó a todos, pero ahí se quedó, no?)

Estoy de acuerdo en la tendencia natural a la metafísica que decía Kant y en el caso de la ciencia es evidente que se cosifican los conceptos.
Ahora bien, el ejemplo del átomo no es muy afortunado. Es justamente el modelo atómico, uno de los modelos que en menor tiempo ha sufrido más transformaciones. Por ello no hay un modelo atómico, sino muchos, aunque para el gran público todo está hecho de bolitas, se descubrieron hace tiempo y ahí se quedó todo, pero no es así.

El modelo atómico de finales del S. XIX sirve bien para explicar el 90% de los procesos químicos observados actualmente. Así que los científicos usan el que les interesa dependiendo del ámbito, regidos por el principio de economía del trabajo y muy conscientes de que usan un modelo aplicable a esa situación.

La cosificación, si se da, es extremadamente temporal y por encima de ella, la actitud científica general es de escepticismo y utilitarismo.
El científico no cosifica por tanto de igual modo que el cristiano. Más bien, si quieres encontrar alguna similitud entre ambos, deberías decir que es el método lógico-deductivo lo que habitualmente está cosificado por el científico pero no los modelos conceptuales concretos. Ahí sí que estaría más de acuerdo. El científico no cree en el modelo atómico actual, pero le es útil. El cristiano sí cree en Dios y no lo cambiará pasado mañana si no puede explicar alguna cosa. He ahí la diferencia.

Considero que el Principio de superposición, que es una premisa tácita en la ciencia y en la vida, (muy importante en la Cuántica) está más cosificado como entidad real que el modelo atómico, que como ya indica la expresión, se toma mayoritariamente como un modelo conceptual.

Edmundo V dijo...

Félix,

En efecto en su vida cotidiana toda persona, incluido el filósofo, cosifica sus propios conceptos, vive en una cierta metafísica, que le proporciona seguridad, tranquilidad, etc. Dicho sea de paso, esa misma actividad cotidiana, afirma la realidad existente a diario.

Yo no he negado que haya objeto, corporeidad, individuación, como quieras llamarlo, lo que afirmo es que éstas no se pueden hipostasiar metafísicamente al modo idealista. Dicho de manera hegeliana, como le gustaba a Marx, que el objeto, el cuerpo, la materia, etc. solo nos son dados a través de múltiples mediaciones sociológicas, ideológicas, etc. Las mediaciones hacen del cuerpo órganos o átomos, del individuo sujeto social, revolucionario, burgués o científico, nadie tiene en su código genético ser revolucionario pongámos por caso o médico o físico. Todas estas máscaras ideológicas (médico, revolucionario, obrero, etc.) sólo cobran sentido en el marco de una ideología dominante, etc. Que esta ideología y sus ilusiones descansen a su vez en la organización material de la sociedad -como diría Marx- yo no lo pongo en duda.

Evidentemente que tú existes, que estás ahí como objeto, pero eso no quita que tu actividad social, lo que hace que tu cuentes como sujeto social, ético, político, etc. no sean determinaciones exclusivas del objeto. Creerlo así te igualaría (caso de ser así) a aquél que atribuye al dinero, como cualidad positiva suya, el ser equivalente universal de cambio olvidando que dicha ilusión resulta del efecto performativo de su uso cotidiano, que el dinero, abolida la sociedad de mercado, no pasaría de ser mero papel que podríamos destinar a otros fines más loables. Esta misma ilusión, el fetiche de la mercancía que explicara Marx, también denominada por él "metafísica de la mercancía", se reproduce permanentemente en nuestra vida cotidiana y aunque descansa en relaciones objetuales, en la sociedad misma, en su forma de organización material, no quita que el fetiche siga siendo un fetiche.

A Ender le comento algo más adelante, que ahora no puedo...

Ender el Xenocida dijo...

Las mediaciones hacen del cuerpo órganos o átomos, del individuo sujeto social, revolucionario, burgués o científico, nadie tiene en su código genético ser revolucionario pongámos por caso o médico o físico.

Haces una afirmación del ámbito de la ciencia basándote en tu ideología. (La ideología de que es la ideología lo único determinante). Esta cosificación del concepto no deja que estés abierto a nuevos marcos conceptuales: el de la determinación genética. Aunque defiendas el poder de la ideología como marco que da sentido a lo que uno es, no deberías tener ese prejuicio.
Habilidades y aptitudes específicas podrán determinarse genéticamente muy pronto. Otra cosa es que luego ese individuo acabe siendo una cosa u otra.

Saludos.

Edmundo V dijo...

La ideología siempre se alza, en última instancia, sobre las formas de organización material de la sociedad. Por tanto no hipostizo la ideología. La ideología atraviesa las relaciones materiales, la formas de materialidad la ideología. El sujeto está siempre mediado por el objeto y viceversa. Hay una dialéctica. Es más, en mi opinión, hay una primacía del objeto, de la sociedad.

Te remito a la Sagrada Familia de Marx, concretamente al apartado acerca de los derechos del ciudadano y el hombre. Allí se explica de manera magnífica como la igualdad y la libertad como posiciones de la razón descansan, en el fondo, en una hipostización de las relaciones sociales que ya funcionan de facto sin que el sujeto se percate de ello, a saber, que el capitalismo, su economía, precisa para autopropulasarse de una ideología en la que obrero y capitalista se presenten al frente como libres, libre uno de vender su fuerza de trabajo, libre el otro de usarla como quiera después, también en condiciones de igualdad en tanto que comprador el capitalista y vendedor el obrero. Marx critica todo esto como una ilusión metafísica, la ilusión que, precisamente reifica, las relaciones de producción mercantiles como eternas y sagradas.

De igual modo, toda la ciencia contemporánea descansa en un presupuesto que ya hace tiempo funciona en la economía política. A saber la cuantificación, la reducción a cantidad, de materia, cuerpos, etc. Mucho antes que la ciencia partiese de ese presupuesto para interpretar la realidad éste ya funcionaba en el mundo de las mercancías como valor de cambio, fíjate que en el acto de cambio en sí se prescinde de las cualidades positivas de la mercancía para quedarse con el valor, se intercambian mercancías de igual valor. Vamos que la res extensa cartesiana, la reducción a cantidad, ya funcionaban en el mercado antes de ser conceptualizadas por el sujeto. La teoría genética, como cualquier, teoría científica sólo se hace posible y remite, en última instancia, a la sociedad en que se produce, al objeto. La formación histórico-social es la condición de posibilidad y a la vez el límite de nuestras formas de conocimiento.

Saludos.

Ender el Xenocida dijo...

¿Y? Aunque muy interesante, no entiendo la relación causal entre mi comentario y tu conferencia.;-)

Tú has hecho una afirmación categórica sobre lo que puede y no puede determinar la biología (la genética), ¿y eso lo basas en los libros que has leído de Marx y otros filósofos?
¿No deberías basarlo en un estudio profundo de la propia genética y su situación actual?
Sino, cualquier afirmación de ese tipo está fuera de ámbito y es un prejuicio.

Saludos.

Edmundo V dijo...

No. Eso es lo que le pasa al científico. Utiliza la ciencia, sus paratos conceptulaes, pero no adopta una actitud crítica hacia los fundamentos mismos de su ciencia. Ya decía Kant que justo en este punto descansa el dogmatismo de la ciencia, es más produce por ese mismo dogmatismo. Creo que tenía razón. Estudiar profundamente la genética no me remite a los fundamentos mismos de la genética, a su origen, a en qué horizontes cobra sentido, etc. o más en general a que es toda conceptualización y qué deja de ser.

Por lo demás pensar que la genética puede determinar que seas jamonero, médico, carpintero o camionero me parece absurdo. No sé de qué manera unos genes pueden encerrar las dimensiones sociales de nuestra existencia, a saber, que el "ser médico", por ejemplo, esté en los genes. Que condicione, no digo que no, pero la determinación, en última instancia, será social.

Saludos.

Ender el Xenocida dijo...

Bueno, ya has suavizado la afirmación: de decir nadie tiene en su código genético ser revolucionario pongámos por caso o médico o físico. aceptas que algo puede determinar. Ése era el dogmatismo que estabas manteniendo, el hacer una afirmación categórica.
Yo, en ningún momento he afirmado que sólo la genética lo determinará todo, en cambio tú parecías afirmar que nada de la genética puede determinar el aspecto social.
Tu postura era la dogmática.

Por otro lado, el que algo te parezca absurdo no da más peso argumentativo a tu postura! Que caigan a la vez pesos diferentes también me parece absurdo a mí y hasta a Aristóteles! Pero sí, resulta que caen a la vez!

Saludos.

Edmundo V dijo...

Me cito:

"Evidentemente que tú existes, que estás ahí como objeto, pero eso no quita que tu actividad social, lo que hace que tu cuentes como sujeto social, ético, político, etc. no sean determinaciones exclusivas del objeto."

A mi me parece absurdo lo que pensaba Aristóteles, aquí hoy, ahora. ;)

Saludos.

Ender el Xenocida dijo...

jeje, sí claro, ahora y aquí, pero es que en tiempos de Aristóteles las cosas también caían a la vez, no te quepa duda, INDEPENDIENTEMENTE de lo que pensara él! :-)