domingo, julio 26, 2009

Noción de significado en Wittgenstein

Ahora bien, descartada la concepción agustiniana del lenguaje, ¿cuál es pues la noción de significado que nos propone el segundo Wittgenstein?

Nuestro filósofo nos invita a sustituir la pregunta «¿Qué es el significado?» por esta otra pregunta «¿Qué es una explicación del significado?». Esta última pregunta, a diferencia de la primera, nos inmuniza contra la tentación de buscar un presunto objeto correspondiente al significado, aquí no se pregunta por un trasunto candidato a significado sino por cómo funciona el significado. En este nuevo marco Wittgenstein nos explicará que el significado de una palabra es su uso, un uso que, como es de esperar y veremos, sólo será explicable en la medida que seamos capaces de atender a los contextos lingüísticos y sociales de dicho uso. Asimismo, en este nuevo contexto Wittgenstein nos va a hablar de juegos de lenguaje y formas de vida que, respectivamente, remiten, por un lado, a patrones simples de actividad lingüística que establecen reglas específicas y, por otro lado, a las costumbres, convenciones, en una palabra, a las prácticas sociales institucionalizadas. Las formas de vida serán la condición de posibilidad de los juegos de lenguaje mismos y, por tanto, tendrán prioridad respecto de éstos. Afinando un poco más nuestra primera definición wittgensteiniana del significado ahora podríamos decir que el significado de una palabra es su uso en el marco de un determinado juego de lenguaje que, a su vez, remite a cierta forma de vida. Es interesante que apuntemos aquí que el carácter histórico de las formas de vida, su variabilidad con el paso del tiempo, conlleva a su vez, de acuerdo con esta concepción, la historicidad de los juegos de lenguaje y, por tanto, finalmente, de los significados mismos.

De acuerdo con esta concepción nuestro filósofo nos va a proponer que cuando nos preguntemos «¿Qué significa bien?», «¿Qué significan tiempo, verdad o belleza?» no sucumbamos en el embrujo de la concepción agustiniana de significado, es decir, no reifiquemos las palabras «bien», «tiempo», «verdad», «belleza», etc. buscando un objeto con el que identificar cada una de ellas, sino que, por el contrario, pongamos toda nuestra atención en cómo usamos las mismas en el marco de determinados juegos de lenguaje que remiten a su vez a ciertas formas de vida, prácticas sociales, etc. Así, desde esta perspectiva, de lo que se trataría no sería tanto de preguntar por el significado de «bien», de buscar un objeto eidético, una idea trascendente que se le corresponda al estilo del Platón de La República, sino de mirar cómo usamos esa palabra de continuo en nuestro uso cotidiano del lenguaje ordinario. Lo que subyace tras esta traslación de la pregunta por el qué a la pregunta por el cómo es el intento por parte de Wittgenstein de mostrar que la fuente de gran parte de las confusiones filosóficas está en la tendencia a preguntar por el significado de una palabra aún cuando su uso ésta perfectamente claro en el lenguaje ordinario. Entraremos un poco más en profundidad sobre esta cuestión al final de este breve trabajo.

Pongamos ahora un par de ejemplos para clarificar lo dicho hasta aquí y para, además, dilucidar lo que se denomina dimensión pragmática del lenguaje:

Consideremos la oración «te voy a dar una galleta». Esta oración tiene uno u otro sentido en función del contexto lingüístico de enunciación. Así si esta frase es proferida por un padre a su hijo cuando éste está realizando una gamberrada da a entender que el padre va a castigar a la criatura mientras que se si es proferida ante un niño que es un cielo durante una dulce mañana de vacaciones sugiere lo que parece su significado más literal, a saber, que entrega una galleta al niño para que desayune y tenga energías para jugar durante todo el día. Este fenómeno, que usualmente se denomina dimensión pragmática del lenguaje, lo encontramos permanentemente en nuestra vida ordinaria. Por ejemplo, no tiene el mismo significado la palabra «energía» en boca de un científico como Einstein que en boca de Aramis Fuster -aunque ésta lo pretenda-, tampoco significa lo mismo la palabra «rey» si nos encontramos jugando a ajedrez o si nos hallamos, pongamos por caso, en un acto conmemorativo del 14 de Abril.

2 comentarios:

Myns dijo...

Interesante este artículo. Sin ser un gran estudioso del lenguaje, considero al Wittgenstein de las Investigaciones mucho mejor encaminado que el del Tractatus. En mi Blog http://pensamientosconfuelle.blogspot.com/
hay unos capítulos sobre lógica donde se dice que una proposición como "llueve" no se puede aislar de un entramado lógico-normativo. Así la expresión llueve sería del tipo: "sí y solo si las cosas son como están ante nosotros, se dice "llueve". Las cosas, en efecto están así, entonces llueve".
Se trata, claro está, de una tautología. Si alguien, cuando está lloviendo, en su lugar, dijera que "no llueve", lo que se estaría produciendo es la negación del modus ponens anterior. Entonces ya no se podría hablar de proposiciones fácticas verdaderas o falsas, sino de tautologías o contradicciones.
En apariencia, esta concepción mía tiene un punto débil: si las tautologías no dicen nada, y todas las tautologías son equivalentes, entonces todas las cosas que se digan en el lenguaje son equivalentes.
Esta inconveniencia la solvento afirmando que la forma de una tautología es esencial en las proposiciones. No es lo mismo decir llueve o no llueve que nieva o no nieva. De acuerdo que ninguna de las dos dicen nada, pero su estructura no es la misma. Lo que distingue una proposición de otra es su estructura.
No hay esa pretendida separación entre proposiciones fácticas y lógicas.
Por otra parte, usar el lenguaje supone dictar y a la vez acatar una norma de uso o consuetudinaria, por tanto, no escrita. El punto débil del tractatus es que consideraba a los hechos independientes entre sí a priori (un no causalismo similar al de Hume), y sin embargo, en la designación de la realidad se establecían relaciones de necesidad del tipo => (entonces) o <=> (sí y sólo si). Lo que me sorprende es que Wittgenstein en las investigaciones no considerara la moral como algo consustancial al lenguaje, ya que en cada acto uso del lenguaje se establece y acata a la vez una norma de como se debe usar el mismo. No existe una frontera entre el lenguaje y lo extralingüístico. Todo lo que se dice que "es", en realidad se dice como "debe ser". Cuando digo, este es Juan, estoy diciendo,éste debe ser llamado Juan.

Myns dijo...

Cuando en la primera parte de mi comentario digo "sin ser un gran estudiante del lenguaje" y acto seguido pongo una coma y "Wittgenstein", me estoy refiriendo a mí como no estudioso del lenguaje, no a Wittgenstein. A veces el mal uso del lenguaje -por mi parte- llega a cuestiones como ésta.