domingo, febrero 03, 2008

Una vida que se escurre...

..., que se pierde entre los poros del texto. Reflexiones desde la lectura de Antonin Artaud (1896-1948).

El mero objetivo de plasmar negro sobre blanco, en una hoja de papel, qué siento y qué pienso, si es que una cosa y la otra no son lo mismo, es ya un fraude, un artificio llamado a un fin funesto y lamentable. Ante tal fin, Artaud de una manera menos retórica y solemne nos preguntaría: ¿No es absurdo pretender que las palabras traten de aprehender lo que no se alcanza a pensar o sentir? La vida es eso que tenemos a cada instante, eso que en ocasiones nos pesa tanto, también eso que se pierde en el olvido a cada momento, la vida también se nos va. Una vida, la mía o la de cualquier otro, un estado existencial, no puede aprehenderse en un pasaje literario o en un ensayo filosófico, escapa entre los huecos inherentes a toda red tejida bajo los presupuestos de la gramática implícita en todo texto. Cualquier texto, por perspicaz e ingenioso que sea, y la vida, la mía o la de cualquiera, pertenecen a esferas inconmensurables. Es más, estando ese fracaso de lo que intento decir asegurado de entrada, cabe añadir que, además, cuando este texto llegue a las manos del lector, o cuando vuelva a ser leído por mi mismo otro día futuro, aparecerá con la pérdida de vigorosidad mimética que pudo tener mientras lo escribía. No puede dejar ahora de venirme a la cabeza esa vuelta que uno realiza a textos pretéritos propios. Son vueltas terribles donde uno mismo ya no se reconoce a sí mismo. Esa experiencia hace que uno se percate que algo se ha perdido irremediablemente, que todo el color, los sentimientos y emociones, las sensaciones e intuiciones plasmadas antaño en palabras resultan, pasado el tiempo, meras excentricidades que a uno mismo le resultan ajenas u oraciones que no aciertan a hacer sentir lo ya devenido. ¿No es esto indicativo de cómo se nos va la vida? Todo texto, una vez finalizado, finiquitado el ejercicio de su escritura, no puede ser obra alguna que recoja la vida, no puede pasar de ser un excremento de la vida. El destino trágico de decir la vida es inevitable, basta sólo percatarse de que nuestra propia vida nos es inasible, es asumir como fin decir lo indecible. La única obra capaz de asir la vida es la propia vida.

5 comentarios:

Shelley dijo...

Pues no estoy de acuerdo. La literatura o simplemente escribir de si mismo, plasma una porción de los sentimientos o pensamientos que se mojan con tinta en papel. Decir que al reelerlos es mero excremento de lo que fue y ya no es, es obviar la función de la literatura en sí misma, su autorreferencialidad. Y si uno escribe de su vida y luego lo relee no puede en ningún caso sentirse asqueado o etiquetarlas de "meras excentricidades que a uno mismo le resultan ajenas u oraciones que no aciertan a hacer sentir lo ya devenido". Es como decir que no hay Historia o todo pasado fue peor. Aún así ese es otro tema. Mi opinión es que uno es lo que ha sido, lo que ha vivido, es lo único que tiene. Si sólo se puede asir la vida con la vida propia, entonces lo que uno escribió sobre si mismo es la vida igual. Reelerla nos la confirma que no la falsea.

Edmundo V dijo...

Mi intención no es denostar la literatura.

Se trata de mostrar la inconmesurabilidad entre palabras y cosas. Quizá esa misma inconmensurabilidad es la que alimenta a la literatura.

Algo como mi vida, tu vida o la de cualquiera no soy, no eres ni él es capaz de expresarla en palabras, no se deja. ¿Como puede asir un texto algo como la vida? Es sencillamente ridículo.

La vuelta al texto propio pasado el tiempo pone de manifiesto ésto, aunque ésto ya es evidente de por sí. Fíjate que aunque la escritura en gran medida sea la memoria de nuestras vivencias, sentimientos y emociones, en él, en sí, se pierde siempre algo, aunque sólo sea su componente mimética.

Un beso (aunque éste, por estar en el texto, nunca será como uno real) ;)

Shelley dijo...

Por supuesto que no será real y es que lo escrito no busca la realidad sino lo que se siente (que muchas veces es fantasía e irrealidad y muchas otras sentimientos equívocos), no sé, para mí lo que escribo es tan importante como la vida misma y la gente debería tomárselo un poco más en serio. Ridiculizar el intento de plasmar lo que uno siente es poco o más ridiculizar el sentido de la literatura. La vida es lo más importante, claro, pero el texto escrito nos la engloba, sea mentira o sea verdad. Lo único que se pierde es que nadie lo entiende tan bien como su autor. Siempre se va a trasmitir de acuerdo con otras mimesis, pero la una propia... NO SE PIERDE.

Un beso, aquel que evocará en ti algo más que una palabra cualquiera y que quien la dice sólo sabe el empeño que hicimos por crearlo ;) TQ.

Edmundo V dijo...

Yo afirmo que cuando el texto intenta asir la vida no puede pasar de ser un excremento mismo de la vida.

No comparto que pueda equipararse texto y vida. Esto no supone necesariamente un desprecio hacia el texto.

Otro beso que nunca será como el que llegue a casa.

Ender el Xenocida dijo...

Un excremento no sirve para el que lo echa (en el sentido habitual), pero la literatura sí. Es una mala metáfora, por eso a Shelley no le ha gustado.
Sería mejor decir que la literatura es como un hijo de la vida que puede aportar satisfacción o felicidad, que no es como tú aunque se te parece inicialmente y que pasado el tiempo, puede incluso ser tan diferente de aquello tuyo que tiene que se vuelve irreconocible.
Y, por supuesto, el hijo está vivo, como la literatura, porque cada vez que te acercas al mismo texto que escribiste, ves cómo se ha transformado.

Pero bueno, excremento es más provocativo.

:-)