martes, octubre 07, 2008

De la tiranía de lo universal a...

Desde los años sesenta del siglo XX comenzó a ponerse énfasis en la creciente relevancia de los medios de comunicación en nuestra vida cotidiana...

Theodor W. Adorno, entre otros, alertó de la potencia del capitalismo para, a través de los medios de comunicación y de toda su industria cultural, homogeneizar a los sujetos, configurar subjetividades y con ello las miradas a través de las cuáles divisamos y hacemos el mundo. La industria cultural venía así a alicatar, aún más si cabe, la mediación espontánea del mercado sobre nuestras formas de conciencia, de vida y de experiencia. Para hacernos una idea de los extremos a que llega esta mediación sólo cabe pensar, a modo de ejemplo, en las experiencias encorsetadas y adulteradas que suponen hoy los viajes programados a los rincones más inhóspitos del planeta, los relatos autobiográficos que ponen el énfasis de la propia existencia en los tópicos de mercado (cuando me compré tal coche, cuando viaje a tal lugar, cómo se ve mi televisión panorámica, etc.). Todo esto evidencia hasta qué punto la existencia en Occidente es víctima de un empobrecimiento cultural inusitado. Creemos pues que el paso del tiempo parece confirmar el juicio acerca del potencial mediático y, ante todo, del fetichismo mercantil.

No obstante, pensamos que esta homogeneización de fondo de sujetos y subjetividades que profetizara Adorno se da hoy en connivencia con la ideología del multiculturalismo que hace de su valor más sagrado en bolsa la insistencia en la diferencia. Si Adorno criticaba el principio de identidad por no recoger la diferencia que omite toda universalidad, hoy la insistencia en la identidad en la diferencia no sólo se ha convertido en la ideología dominante del capitalismo sino también, entre otras cosas, en una fuente de segregación cultural en los más diversos ámbitos sociales, de comunitarismos herméticos que huelen al betún de botas militares, de una cada vez mayor fragmentación de los derechos fundamentales que la modernidad consideró siempre universales, etc. Para colmo de las ironías... ¡hasta izquierdas de tradiciones otrora revolucionarias alzan la bandera del pluralismo! Sospechamos que, efectivamente, hay homogeneización de sujetos, de subjetividades, pero homogeneización en la diferencia, en la fragmentación. Tenemos subjetividades “iguales”, igualmente fragmentadas. Este fenómeno no deja de ser una lección irónica en relación a Adorno y a todos los “apologetas” de la diferencia de las últimas décadas. Esta insistencia en la diferencia, en el pluralismo, se ciñe como anillo al dedo a las necesidades de un mercado siempre dispuesto a crecer. El mercado no sólo oferta una cantidad infinita de mercancías sino también un variopinto abanico de estilos de vida tipo, de identidades, de experiencias adulteradas, etc. dispuestos a ser consumidos en breve plazo. Cuanto más colorido sea el espectro de los consumidores, cuantos más gustos y placeres estéticos que saciar, mayor será el número de mercancías que vender.

Hoy las cadenas no precisan estar ataviadas con las guirnaldas de Rousseau, éstas se han hecho invisibles por efecto del deslumbramiento general que el espectáculo de la sociedad actual brinda. El individuo occidental de hoy permanece eclipsado ante el fetichismo mercantil y las “diferentes” identidades vacías ofertadas. No obstante, estas identidades light reificadas se consumen como los ropajes que se cambian a diario, no constituyen una fuente de coherencia, ideales, no forjan carácter alguno sino, por el contrario, llevan al desasosiego y a la frustración propias del consumo rápido, efímero y desenfrenado. Estamos así al borde de la locura esquizoide, nuestro yo parece desdoblarse no sólo en las infinitas racionalidades técnicas de Weber sino también en esa variedad multicolor de estilos de vida que nos acosan a diario desde los mass media, que relativizan toda opción ética llevándonos a la impotencia práctica. Cegados por esta ideología estética parecemos incapaces de dar con razones que nos abran a formas de vida y experiencia exteriores a nuestro mundo capitalista, que abran la puerta hacia otras formas de cultura. El individuo contemporáneo occidental, salvo raras excepciones muy loables, deviene espectador pasivo, incapaz por ahora de mover un dedo frente al espectáculo de su mundo, frente a la inmediatez insoportable resultante de la mediación general del mercado. En los años 60 nos pusieron en alerta contra el peligro de la tiranía de lo universal pero… ¡henos aquí enredados en las cadenas de la diferencia y la fragmentación! Por desgracia, si Marx levantara mañana la cabeza en Occidente vería que la “separación” que él identificaba en su juventud como enajenante rebasa hoy límites del todo inesperados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dices lo mismo que Zizek, pero no lo citas. Es gracioso como ese cocainomano esloveno surge como salvacion de esta izquierda reaccionara que se niega a morir.

Edmundo V dijo...

Gracias por tu comentario.

Me alegro de coincidir con Zizek, sé que él también critica el multiculturalismo y el fundamentalismo totalitario de la diferencia, es decir, la nueva ideología del capital.

No veo por qué tendría que citar a Zizek cuando hay multitud de autores que sostienen esa posición. ¿Cada vez que tú, pongamos por caso, hablas de la diferencia a quién citas? ¿A Derrida? ¿A Foucault? ¿A Deleuze? ¿A Lyotard?...

En todo caso antes que Zizek tenía en mente el texto de Badiou en relación a Pablo. Te lo recomiendo.

Pues sí, lo viejo -para mí esta expresión no tiene ningún sentido peyorativo necesariamente- sigue vivo. Mejor que sea así porque "lo nuevo" ya ha quedado como una mercancía más de supermercado.

Gracias de nuevo por tu comentario.

Saludos ortodoxos y universalistas.