miércoles, octubre 04, 2006

Pensando el azar (II)


Tres concepciones acerca del Azar


El determinismo, heredero del racionalismo cartesiano y del mecanicismo, consiste en concebir las causas y los efectos como una función, es decir, a cada elemento del conjunto de causas corresponde un único elemento del conjunto de efectos. Así pues, se descarta bajo estas premisas que una misma causa, o conjunto de causas, produzcan efectos diferentes. Por el contrario, sí es posible pero no necesario que un mismo efecto sea resultado de causas distintas, es decir, nuestra función no debe ser necesariamente inyectiva. Bajo esta concepción o bien no hay azar o bien el azar es entendido como ignorancia pues, en tanto que todo acontece de acuerdo a la necesidad, esto es, según la secuencia insoslayable y fatal que resulta de la concatenación de las causas eficientes, lo raro, aquello que no se aviene a la regularidad, es producto, igualmente, de una suma causal desconocida, efecto de un conjunto de causas ignorado. Para el determinista todo acontece de acuerdo a los pares ordenados causa-efecto definidos por la función matemática, de ahí que, en su frenesí, algún que otro incauto seducido por esta concepción haya llegado a afirmar que el pasado, el presente y el futuro de lo real caben en una única fórmula.

En la Física de Aristóteles se trata acerca del azar. Allí el azar se define como lo vano, cómo aquello que acontece cuando no se ha realizado lo intencionado, cuando la potencia no ha devenido acto realizando así su esencia. El azar, por tanto, pertenece en el Estagirita a lo accidental y no a lo esencial, se entiende como lo raro, como causa impedible, como deficiencia de causalidad material, eficiente o final. El planteamiento de Aristóteles, por tanto, puede considerarse menos rígido que el enfoque determinista en la medida que lo intencionado es susceptible de ser o no realizado. Hay cabida en la concepción aristotélica para la posibilidad. Un ente puede llegar o no a realizar su potencial mientras que, para un mecanicista, como Laplace por ejemplo, no hay cabida para la posibilidad, lo que ocurre es lo que tiene que ocurrir de acuerdo a los pares ordenados causa-efecto que definen la función matemática. Es más, estas líneas que ahora escribo, la lectura que usted está realizando de estas líneas, también responden a la estricta sucesión descrita por esa función.

Boecio introducirá un nuevo enfoque a la hora de considerar el azar, lo entenderá como un encuentro entre líneas causales independientes, como una conjunción inesperada. Esta última concepción, que harán célebre Cournot a finales del siglo XIX y Poincaré a principios del siglo XX en su estudio acerca de los sistemas dinámicos, puede entenderse tanto en clave aristotélica como en clave determinista. Para el Estagirita simplemente se trataría de un cambio de referencia a la hora de explicar lo acaecido. Aristóteles se sitúa en una de las dos líneas causales y el encuentro con la otra es un suceso accidental, contingente, independiente de lo intencionado, mientras que Boecio se coloca en el punto de vista de un tercero, al margen de ambas líneas causales, viéndolas converger. Es curioso, asimismo, que ese situarse fuera de ambas líneas causales, en un ámbito más general, es lo que prepara el terreno a la explicación determinista del encuentro. La conjunción -dirá el determinista- es el resultado necesario en un ámbito superior al de ambas líneas causales, lo que ocurre es que si nos situamos en una de las dos líneas causales ignoramos la otra línea causal. Dicho de otra manera, lo que desde una de las dos líneas causales aparece como azar desde un ámbito general aparece como necesario. El azar, por tanto, nuevamente, queda circunscrito así en el terreno de lo necesario.

Continuará...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaría añadir a modo de reflexión que el determinismo siempre se aplica en base a un parámetro o propiedad del suceso. Es decir, al final, la relación causa-efecto se aprecia según una medida. Debemos asomarnos al mundo para concluir que tal efecto es fruto de tal causa. Ese asomarnos implica un cambio en las condiciones.
Ese cambio que estamos provocando parece no tener la menor trascendencia en el mundo real. Hemos estudiado mucho lo que nos rodea y obtenido relaciones matemáticas entre las propiedades de las cosas. Vemos que es un buen método, que funciona con cierto éxito. Así que o bien esa interacción con el mundo es despreciable o bien ya la estamos considerando implícitamente en todas nuestras fórmulas, y subyace al definir las propiedades que estudiamos en las cosas del mundo real.
Este es un punto importante. Tal vez definimos las propiedades del mundo real de tal modo que nos sean útiles para luego desarrollar leyes deterministas que nos satisfagan. Que nos permitan progresar y predecir acontecimientos futuros.
Pero todo esto no es un absoluto, a priori. ¿Qué ocurriría si utilizásemos las mismas propiedades de estudio en un entorno diferente? ¿Un entorno para el que nunca haya sido necesaria una filosofía determinista, para el que la relación causa-efecto sea independiente de los sucesos que ocurren en nuestra vida cotidiana?
Una zona del Universo inaccesible a nuestros sentidos, y por lo tanto, trasparente a nuestras interacciones, a que nos asomemos...
El resultado de todo esto será una gran paradoja:
La Teoría Cuántica.

Edmundo V dijo...

El tema es mucho más perverso Ender.

La cuestión más radical estriba en si la relación causal pertenece a la cosa de suyo o, por el contrario, se ubica en nuestra propia ontología. Es decir, en si la causa no es tanto un algo de la cosa como un algo constitutivo de nuestra propia manera de pensar.

Fíjate que entonces desde la segunda posición expresiones que utilizas tales como "las relaciones matemáticas entre las cosas" carecen de sentido alguno a menos que entiendas la cosa ubicada en el ámbito del pensamiento mismo.

Y claro, llegados a este punto, tienes una nueva contradicción cuando, por un lado, tu discurso refiere a una cosa exterior con expresiones tales como "mundo real", "estudiamos en las cosas del mundo real", y, por otro lado, ya antes al hablar de "relaciones matemáticas de las cosas" tratas de las cosas como contenidos del pensamiento.

En cuanto al tema del determinismo no acabo de entender la problemática que sitúas...

Saludos.

Anónimo dijo...

Claro! Aunque lo niegas, veo que me has entendido.
Cuando digo que "Tal vez definimos las propiedades del mundo real de tal modo que nos sean útiles para luego desarrollar leyes deterministas que nos satisfagan" estoy hablando de la misma cuestión que tú comentas, la de si la causa pertenece a la cosas o al que la estudia. Es decir, quizá nosotros forzamos un determinismo del que participamos...Y esto me interesa para discutir sobre la tería cuántica, que es una teoría determinista a un nivel pero que entra en contradicción con el determinismo de la tería clásica (que es válida a otro nivel).
Esto me hace pensar que pueden haber varios determinismos, por decirlo de algún modo, apoyando la idea de que la causalidad está en más en la manera de estudiar el mundo que en el objeto de estudio (el propio mundo).
Quizá mi término "real" parece contradictorio pero en mi opinión no lo es. Creo que el concepto de lo real no tiene significado alguno. Lo real es lo que es. Esto no significada nada si no damos ningún criterio más. Utilizo el término porque estoy siempre hablando con una perspectiva científica.
En vez de "relaciones matemáticas de las cosas" debería haber escrito "relaciones matemáticas entre los conceptos mentales que asignamos a ciertas propiedades susceptibles de ser medidas (ej: el peso, la longitud, el ángulo de giro de un objeto, etc...)".
Para mí, lo real es lo susceptible de estudio, todo aquello para lo que aplicamos el determinismo, estén las causas dentro o fuera de la "cosa de suyo". Podemos prescindir del término "real" o del término "cosas" y escribir frases más abstractas y generales pero costarán más de entender :-)

Saludos.
Juan Luis.