martes, diciembre 05, 2006

Melancolía...


Este es la primera de una serie de reflexiones acerca de la Melancolía...
«Desechad tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar.» (Federico García Lorca)

Alejarse respecto de la cosa es condición de posibilidad para pensar la cosa misma o, dicho de otro modo, pensar la cosa supone un previo alejamiento respecto a la cosa misma. Ese distanciarse de la cosa puede ser consecuencia de la melancolía, así como de otras pasiones del sujeto tales como la angustia, la tristeza u otras. No obstante, lo característico de la enajenación melancólica es que sitúa la cosa a una distancia insalvable, abre una diferencia abismática entre sujeto y objeto.

Ahora bien, si la cosa escapa, si no comparece, entonces se pierde no sólo la posibilidad de pensar la cosa misma sino también la totalidad pues toda otra cosa, al ser discernible a partir de lo que es y lo que no es, que es esto y aquello y lo de más allá y que no es esto otro ni lo otro, precisa, en particular, la determinación propia de la cosa escapada. Por tanto, la melancolía lleva aparejada cierta predisposición nihilizadora, una inclinación a decir "no", a negar la realidad. Un negar que no es propuesta alternativa sino ausencia de determinación y, por tanto, un abocarse hacia la nada. Así pues, el melancólico experimenta un extrañamiento respecto al universo simbólico en que transcurre su existencia, desprecia el mundo, la cultura o, si se quiere, vive en un desapego respecto al sostén metafísico de nuestra existencia. No obstante, si lo descrito hasta aquí se revela en el melancólico no es lo que le es genuino, no es lo dicho anteriormente lo que delimita el quid de la melancolía por cuanto lo especificado también es propio, por ejemplo, del angustiado o de aquel que padece tristeza. Lo característico del melancólico va a ser que dicho desapego, dicho nihilismo, va a ser radical, drástico en el sentido de que es un extrañamiento vivido como mutilación, como lesión incurable, es decir, nunca como el preludio de un nuevo y renovado intento de apegarse significativamente a la cosa, como el paso previo a una nueva apertura significativa hacia la totalidad. Así pues, la mutilación melancólica imposibilita al sujeto para ejercer la libertad de aceptar lo necesario, esto es, la posibilidad de verse determinado por el objeto, de imbricarse en su mundo, en el juego de relaciones y significados mundanos.

El pensamiento es siempre pensamiento de algo, algo que para el melancólico, en función de lo dicho hasta ahora, ya no puede ser el mundo, el objeto. Luego entonces cabe preguntarse: ¿Qué es ese algo objeto del pensamiento? Ese algo que mueve el pensamiento sólo puede ser ya el pensamiento mismo del que piensa, luego la melancolía no es un pensar a propósito del mundo, un abrirse al mundo sino todo lo contrario, supone un colapsarse hacia adentro. La melancolía es un adentrarse en la interioridad, un sumergirse en la tiniebla del propio pensamiento indeterminado, en el ardor de las sensaciones, de las percepciones que escapan al propio control. El melancólico, por tanto, vive extasiado en los afectos indomables que atraviesan su corporeidad, deviene preso y abandonado a la suerte de sus sensaciones internas. El melancólico es un narcisista, se pliega sobre sí mismo quedando petrificado frente al propio pensar indefinido. La melancolía es un punto de fuga respecto al mundo a través de la interioridad. El melancólico no está en el mundo, no es un ser-en-el-mundo en términos de Heidegger, sino que el mundo habita en él quedando a expensas de su interioridad emotiva.

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