La melancolía, por último, disminuye la capacidad de obrar del cuerpo, aminora nuestro conatus, nuestra voluntad de ser, de persistir, hasta el punto de sumergirnos en el quietismo, de dejarnos paralizados.
Frente a la tristeza, que en su límite lleva a la melancolía, Spinoza propone la alegría como disposición, como temple, que aumenta la capacidad de obrar del cuerpo y, por tanto, la capacidad de habérselas con el ser, con la cosa. Viene a mi, con vistas a ilustrar esta última cuestión del conatus, la transición habida en el personaje protagonista de la novela de Alejandro Dumas titulada El Conde de Montecristo, transición que, por otra parte, constituye el punto de inflexión radical de la novela misma. La transición que aludo es ese tránsito radical de Edmundo Nantes a El Conde de Montecristo que no es más que un tránsito entre sujetos en un mismo individuo con vistas a poder seguir habiéndoselas con el ser. Ese tránsito supone que El Conde ya no es Edmundo, El Conde surge como negación de Edmundo, El Conde supone una reconciliación con el mundo vía un nuevo universo simbólico que es el resultado de la deconstrucción del mundo propio de Edmundo. Tenemos aquí el paso entre dos concepciones mundanas en un único individuo correspondientes a dos sujetos diferenciados correspondientes a un mismo individuo o, lo mismo dicho de otra manera, el tránsito entre sujetos en un único individuo supone el tránsito entre dos formas de referirse a la totalidad, el tránsito entre dos universos simbólicos. Si el personaje literario en cuestión hubiera padecido melancolía dicha transición entre uno y otro sujeto-mundo sería sencillamente impensable. El individuo que nos trata, una vez recluido en la cárcel, alojado ahora en las cloacas del mundo, llevado a ese otro lugar metafísico terrible, hubiera quedado irremediablemente consumido en la tiniebla de su propio pensar. Ahora bien, lo que va a potenciar la capacidad de obrar del personaje dando lugar a la construcción de un nuevo universo simbólico y de un nuevo sujeto, llamado Conde de Montecristo, va a ser precisamente el deseo de venganza, la constitución de una imagen fantasmática capaz de crear esa alegría spinoziana, ese entusiasmo, necesario a toda nueva apertura al mundo. Es interesante percatarse aquí de una última cuestión: ¿Qué hace necesaria esa nueva fantasía movilizadora? Lo que hace necesaria esa nueva imagen movilizadora es, precisamente, ese cambio de situación, de objeto, que deja descentrado a Edmundo. Nuestro personaje ya no puede volver a centrarse en su antigua metafísica a través de Edmundo, se hace imprescindible a todo intento de reubicación ontológica un cambio de sujeto, El Conde, que a su vez, paradójicamente, supondrá la creación de un nuevo escenario, de un nuevo universo simbólico. Ahora bien, continuando con aquello que nos ocupa, desde el momento en que, como hemos dicho al principio de este breve trabajo, el melancólico pierde la cosa y con ello experimenta un desapego radical respecto al mundo, ya no es susceptible de excentricidad alguna pues cualquier descentrarse refiere siempre a un cierto apego a un ámbito general, a una metafísica, en este caso a un mundo, en el cuál uno queda descolocado, descentrado. Así pues, carece de sentido en el caso del melancólico plantearse reubicación ontológica alguna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario