sábado, febrero 09, 2008

Una vida colonizada…

¿Hasta qué punto mi vida es mi vida? Esta es la cuestión que a mí me viene a la cabeza cuando me esfuerzo en decir qué siento, qué pienso de esta mi vida.

Cómo saber si lo que yo diga aquí no es expresión de otra Vida que se me impone cada día y a cada momento. Posiblemente sea expresión de una vida ocupada y sometida, que balbucea un discurso trillado dentro de los límites de lo establecido, quizá también, y a un mismo tiempo, sea lo que Artaud denominaba el grito mismo de una vida que odia la vida, que sufre y que por ello mismo intenta pensar lo impensado, que no puede soportar una cárcel que limita y filtra la existencia.

Hoy se nos alecciona incesantemente, por doquier, con qué vida merece la pena ser vivida. Si la vida, pensada metafóricamente, fue otrora un desierto, éste ya ha sido parcelado, en él se han trazado unas fronteras tan invisibles como las telas de araña, es territorio vedado mediante cercos y muros que están ahí muy próximos, modelando nuestra existencia, y muy lejanos, tanto que resultan imperceptibles. El cercado de campos que la burguesía decimonónica trajo consigo, los enclousures, era una anticipación de entre múltiples de lo que estaba por llegar en el ámbito de la vida. La vida lleva ya largo tiempo, más si cabe en nuestra contemporaneidad, siendo espacio de combate, es terreno que conquistar, que ocupar. En los lares de la vida se da otra batalla no manifiesta, que poco tiene que ver directamente con las guerras que detonan bombas, es otra guerra de ocupación que permanece invisible y que sólo alcanzamos a sentir mediante un sufrir inefable, un malestar que atraviesa nuestra corporeidad. El capitalismo ha colonizado, coloniza y sigue colonizando a diario la vida. El capitalismo se ha establecido hasta tal extremo en nuestro pensamiento, en nuestro cuerpo, que parece una simple quimera plantearse encontrarse a uno mismo, delimitar al margen del mercado qué hacer con la propia vida.

Se nos exige de continuo cómo hay que vivir. Un canto de sirenas nos seduce y adiestra con la idea de que nuestra vida sólo vale la pena en la medida que nos ciñamos a cierto humano tipo, en la medida que adoptamos determinados patrones de conducta, cánones de consumo, cierto standard de vida. Lo que hoy se denomina estilos-de-vida no son más que un abanico de vidas cosificadas por el capitalismo. La elección por una de esas diferentes opciones vitales puede identificarse con la elección entre una variada gama de mercancías dispuestas para ser vendidas en el mercado. La adscripción a cierto estilo-de-vida, la militancia en una u otra oferta “cultural” mercantilizada es tolerada siempre que se halle previamente mediada por la universalidad que la lógica del capital impone. El pluralismo está al orden del día: todas las culturas son igualmente válidas siempre que no sean tomadas demasiado en serio y asuman, eso sí, la universalidad que exige el capital. Así, la vida es encorsetada bajo uno u otro patrón de vida light ofertado en el mercado. La consecuencia: nuestra propia experiencia existencial no pasa de ser un producto adulterado de mercado más. Paradójicamente, por una lado, esas experiencias encorsetadas referentes a uno o múltiples corsés son casi infinitas, por otro lado, penetran hasta tal punto en nuestra cotidianidad que aun siendo tantas cuesta incluso enumerar unas cuantas: vive la sensación de conducir un buen coche último modelo, disfruta del viaje programado de turno al otro rincón del planeta, cómprate la ropa skater que sigue la moda del momento, hipotécate hasta el cuello en tu vivienda, ponte al día de la basura televisiva, de los reality-shows, del programa color salsa rosa, ¡del corazón lo llaman!, etc. Esta es la Vida que ya se ha instalado en nuestro superyo vía imperativos tales como: “cumple con tu trabajo por el que te pagan cuatro duros tras una larga jornada de esfuerzos denodados”, “obedece ciegamente”, “no rechistes”, “haz pocas preguntas”, “piensa lo menos posible”, “repite como una cacatúa lo que se dice a diario por los mass media”, “pasa los ratos muertos comentando una y otra vez las veleidades referentes al último producto tecnológico de éxito de mercado”, “aprovecha tu tiempo, estás obligado a divertirte”, etc.

La amenaza que pende como la espada de Democles tras tú posible negativa a ceñirte a uno u otro estilo-de-vida “cultural” ofertado, a desobedecer los mandatos imperativos, es quedarte desconectado de la realidad, la exclusión pura y dura. Hoy verse condenado al ostracismo no es quedarse fuera de la ciudad como en tiempos de Atenas sino quedar fuera de la realidad misma. Conéctate y sobrevivirás. Es más, el precio de la desconexión es perder el tren de la Vida, estar desperdiciando tu vida que sólo merece ser vivida según el canon impuesto por la Vida, asumir que tu vida no vale nada, que no es digna de ser vivida.

2 comentarios:

Ender el Xenocida dijo...

De acuerdo en algunos puntos pero ¿tu visión catastrofista de la actualidad es también un nuevo estilo de vida de los ofertados por el sistema?

Porque, si es así, no podemos entonces escapar de ello ni siquiera para criticarlo, ya que al criticarlo ese método se reconduce rápidamente hacia una nueva pose comercializada también.
Parece peligroso caer en ese círculo vicioso semejante a la manía persecutoria.

Una visión más optimista sería pensar que a pesar de todo, tú has sigo consciente de ese esclavismo social. Luego, no es un esclavismo total. Hay lugar para la crítica y por lo tanto para un cambio. La vida sí vale la pena ser vivida.

Saludos.

Edmundo V dijo...

Estoy de acuerdo contigo.

Parece ser que el texto ha jugado su función hasta el punto que tú Ender llamas a la vida, al pensamiento crítico y a encontrar un punto de fuga respecto del esclavismo.

Saludos lunáticos.