Ahora bien, si ha habido una revolución de amor a lo largo de la historia ésta ha sido la propiciada por el amor cristiano, por ágape. Seguiremos en este punto el genial estudio del erudito cura protestante Anders Nygren titulado Eros y ágape.
Si el eros griego, tal y como hemos aludido a través de El Banquete de Platón por boca de un Sócrates inspirado por Diotima, va de los hombres hacia lo divino, hacia la Belleza, hacia el Bien, el amor cristiano, por el contrario, va de Dios hacia los hombres. Tenemos, así pues, un cambio drástico en el sentido del amor -ahora, por así decir, va de arriba a abajo, no de abajo hacia arriba-. Este cambio de sentido supone, a su vez, una transformación radical de la propia naturaleza del amor. Si eros es amor motivado, ágape es amor inmotivado. Eros, como asegura Nygren, es un amor egocéntrico, narcisista, por cuanto aspira a la perfección del propio amante mediante la búsqueda del Bien, de la Belleza, de la divinidad. Bajo eros, el propio valor del objeto amado, del amado, califica, valoriza al amante. Por el contrario, el amor de Dios, el ágape, es radicalmente gratuito, tiene estatuto de don, por cuanto no hay razón alguna, no hay interés alguno, para que Dios ame a los hombres, esto es, a seres caídos, pecadores, etc. Cristo también amaba a los desvalidos, a los parias, a los desalmados, a los miserables, a las prostitutas, etc. ¡Menuda ingenuidad creer que nosotros somos dignos del amor de Dios! ¡Menuda vanidad pensar que nuestras obras diarias nos hacen merecedores del amor de Dios o de su recompensa! «El eros es, por naturaleza, egoísmo. […] Inversamente, ágape excluye, por principio, todo egoísmo». Desde la perspectiva cristiana Dios nos ama en virtud del absurdo, ágape es amor en virtud del absurdo.
Nygren, y antes que él ya el propio Kierkegaard, vieron en la «cristiandad», una traición al auténtico legado del cristianismo por cuanto fue sustituyendo paulatinamente el ágape, el amor cristiano conceptualizado por el político San Pablo, por una regresión hacia el eros, esto es, hacia el amor propio del universo pagano. Por de pronto, resaltamos, una vez más, los efectos políticos del amor, de esta revolución del amor cristiano. El propio San Pablo concebía el amor, el ágape, como la fuerza que, en su fidelidad al acontecimiento de la resurrección de Cristo, en la declaración de esta verdad detentada, abría un proceso subjetivo y militante ajeno a la ley escrita judía y al cosmos estructural griego. En este sentido, nos atrevemos a afirmar que el ágape de San Pablo tuvo mucho que ver con la desaparición del universo griego, lo que, a su vez, no deja de corroborar el carácter subversivo, revolucionario, que los griegos ya intuían en esa otra figura del amor, a saber, en eros.
Si el eros griego, tal y como hemos aludido a través de El Banquete de Platón por boca de un Sócrates inspirado por Diotima, va de los hombres hacia lo divino, hacia la Belleza, hacia el Bien, el amor cristiano, por el contrario, va de Dios hacia los hombres. Tenemos, así pues, un cambio drástico en el sentido del amor -ahora, por así decir, va de arriba a abajo, no de abajo hacia arriba-. Este cambio de sentido supone, a su vez, una transformación radical de la propia naturaleza del amor. Si eros es amor motivado, ágape es amor inmotivado. Eros, como asegura Nygren, es un amor egocéntrico, narcisista, por cuanto aspira a la perfección del propio amante mediante la búsqueda del Bien, de la Belleza, de la divinidad. Bajo eros, el propio valor del objeto amado, del amado, califica, valoriza al amante. Por el contrario, el amor de Dios, el ágape, es radicalmente gratuito, tiene estatuto de don, por cuanto no hay razón alguna, no hay interés alguno, para que Dios ame a los hombres, esto es, a seres caídos, pecadores, etc. Cristo también amaba a los desvalidos, a los parias, a los desalmados, a los miserables, a las prostitutas, etc. ¡Menuda ingenuidad creer que nosotros somos dignos del amor de Dios! ¡Menuda vanidad pensar que nuestras obras diarias nos hacen merecedores del amor de Dios o de su recompensa! «El eros es, por naturaleza, egoísmo. […] Inversamente, ágape excluye, por principio, todo egoísmo». Desde la perspectiva cristiana Dios nos ama en virtud del absurdo, ágape es amor en virtud del absurdo.
Nygren, y antes que él ya el propio Kierkegaard, vieron en la «cristiandad», una traición al auténtico legado del cristianismo por cuanto fue sustituyendo paulatinamente el ágape, el amor cristiano conceptualizado por el político San Pablo, por una regresión hacia el eros, esto es, hacia el amor propio del universo pagano. Por de pronto, resaltamos, una vez más, los efectos políticos del amor, de esta revolución del amor cristiano. El propio San Pablo concebía el amor, el ágape, como la fuerza que, en su fidelidad al acontecimiento de la resurrección de Cristo, en la declaración de esta verdad detentada, abría un proceso subjetivo y militante ajeno a la ley escrita judía y al cosmos estructural griego. En este sentido, nos atrevemos a afirmar que el ágape de San Pablo tuvo mucho que ver con la desaparición del universo griego, lo que, a su vez, no deja de corroborar el carácter subversivo, revolucionario, que los griegos ya intuían en esa otra figura del amor, a saber, en eros.