Maquiavelo es un pensador terriblemente pesimista en relación a la condición humana, tanto es así que todo aquello que tenga que ver con lo humano, incluidas las cosas civiles, están ontológicamente condenadas a la degeneración y la corrupción. Dado el contexto que vivió el florentino y el objeto de su principal preocupación, esto es, la política, no es de extrañar que pensara así. Vio el italiano, tal y como ya hemos indicado, como Italia se desmoronaba de un día para otro, como los gobiernos se sucedían sin demora presos de sus propias inconsecuencias. Incluso César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, a pesar de ser la principal fuente de inspiración y aprendizaje de Maquiavelo, a pesar de ser considerado por el florentino el ejemplo paradigmático de principe nuovo, de político cuya virtù es capaz de doblegar a la fortuna, tendrá un final trágico como consecuencia de un único error grave (ver El Umbral de la Modernidad, M. A. Granada, p. 169-192).
Hay en el pensamiento de Maquiavelo dos conceptos clave: fortuna y virtù. Si hemos caracterizado la época italiana que nos ocupa por la contingencia, el azar, la arbitrariedad, en suma, por la fortuna, a ésta opone el italiano la virtù, esto es, una determinación política sin fisuras caracterizada por la astucia, la inteligencia, el ingenio y la fuerza, que tenga por objeto la fundación y/o mantenimiento de un Estado garante de una comunidad política estable y segura. Sólo esta determinación política sin fisuras al servicio del nuevo Estado, que en la situación italiana materializa il principe, una personaje excepcional para una situación excepcional, puede hacer frente a la susodicha fortuna, a la corrupción generalizada, a la división nacional y a la inclinación natural de los hombres a los vicios y malas costumbres, haciendo posible, por otra parte, un vivire civile que, en el mejor de los casos futuros, sea entre hombres libres e iguales. Ahora bien, si la virtù implica lo dicho hasta aquí necesariamente conlleva dos cosas de suma importancia:
- Tomar como modelo a Roma, imitar su ejemplo. Deshacerse definitivamente del príncipe cristiano, esto es, del príncipe cuya actividad política es sierva de la religión y la moral dominante. Roma y su ejemplo desempeñan, por tanto, el papel de ideal político a perseguir, de imagen que cabe ponerse en frente con vistas a movilizarse en una acción política consecuente.
- Asumir un «realismo político», es decir, adecuarse a la verità efecttualle della cosa o, lo que es lo mismo, mirar a la cosa política más allá de la apariencia, liberándonos de contenidos morales y metafísicos, de representaciones imaginarias. Así pues, para Maquiavelo, la posibilidad de doblegar la fortuna y de que la ilusión utópica devenga algo posible, algo susceptible de ser real, pasa ineludiblemente por un pensar la política de forma realista.
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