viernes, julio 27, 2007

Maquivelo: una religión civil (IV)

Un rasgo característico, intempestivo, de Maquiavelo va a ser su dura crítica al cristianismo y a la Iglesia romana. Así no es de extrañar que sus obras fueran incluídas en el Índice de libros prohibidos.

En la medida que Maquiavelo ve en la política la disciplina filosófica práctica más importante, esto es, la disciplina a la cual deben subordinación el resto de disciplinas, por ejemplo, la ética, la economía o la religión, podemos decir que es un pensador eminentemente clásico.

Así pues, la política no debe ser sierva de la religión tal y como plantea el cristianismo sino que, por el contrario, la religión debe ser útil a la ciudad, contribuir a solidificar y unificar a un pueblo en torno a una determinada identidad cultural y ciudadana. En este punto arremete el florentino de manera feroz contra la Iglesia romana juzgándola como la principal responsable de la irreligiosidad de los italianos y de la división de Italia, llegando a afirmar incluso que si la corte de la Iglesia se estableciese en Suiza entonces esa nación, que está ahora sólidamente unida, pasaría ipso facto a sucumbir en divisiones, presa de las contradicciones y trifulcas palaciegas inherentes a la corte eclesial romana.

En opinión de Maquiavelo, la religión se muestra imprescindible a la ciudad en la medida que contribuye a cohesionar al pueblo en torno suyo, en la medida que mantiene alta la moral de los soldados que la defienden, que educa a sus ciudadanos y a la plebe en las buenas costumbres, etc. Nuevamente el italiano está escorando su mirada hacia una antigüedad romana en la que dominaba una religión caracterizada por su función civil. Dice nuestro autor de la religión civil romana: «ella produjo buenas costumbres, las buenas costumbres engendraron buena fortuna, y de la buena fortuna nació el feliz éxito de sus empresas»(Discorsi, I, 11) o, en otro lugar, «qué útil resultó para mandar ejércitos, para confortar a la plebe, mantener en su estado a los hombres buenos y avergonzar a los malos»(Discorsi, I, 11) o, finalmente, «veremos ahora como los capitanes de los ejércitos se servían de la religión para mantenerlos dispuestos [a sus soldados, nota mía] para sus empresas»(Discorsi, I, 13).

Ante este particular interés de Maquiavelo hacia la religión, sólo le importa en la medida que es útil y se subordina a la comunidad política, y ante su fuerte crítica a las iglesias en general, no es de extrañar -tal y como indican Rafael del Águila y Sandra Chaparro en su libro La República de Maquiavelo y J. M. Bermudo en su pequeña síntesis titulada Maquiavelo- que los religiosos partidarios de Reforma y Contrarreforma no escamotearan insulto alguno contra nuestro canciller, que le declararan la guerra creando el «maquiavelismo», que se incluyeran sus libros en el Index librorum prohibitorum de 1559, que fuera señalado como corruptor de la fe, maestro de asesinos, etc.

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