
Nicolás Maquiavelo es la toma de conciencia de esa contradicción. En su pensamiento se manifiesta de manera particularmente acusada esa contingencia propia de su tiempo y, a la vez, un intento encomiable de pensar las condiciones de posibilidad que den salida a esa situación excepcional, a ese mundo que no es ni día ni noche, que se encuentra gobernado por la fortuna, el azar, la crueldad, la arbitrariedad y el sin sentido. El pensamiento y la experiencia vital del canciller florentino se sitúan en una Italia que asiste a su ruina, que ve modificar sus fronteras y gobiernos de un día para otro, que se encuentra desgarrada por los intereses particulares de sus señores feudales, sujeta a las intrigas palaciegas de una Iglesia romana corrupta y degenerada, a expensas de las intervenciones extranjeras de las dos potencias principales del momento, Francia y España. Es en esta coyuntura marcada por la carencia de condiciones para la construcción nacional italiana que Maquiavelo piensa la posibilidad, aparentemente imposible, de una salida. Es en este punto donde entra en juego uno de los rasgos típicamente humanistas del italiano, pensando esa solución imposible, Maquiavelo, se pregunta como puede ser que sus contemporáneos así como elogian e imitan el ejemplo de la antigüedad clásica grecorromana en materia de medicina, arte y otras disciplinas, cuando se trata de la cuestión política sólo la admiren, añoren nostálgicamente el esplendor de la República y del Imperio Romano, pero consideren completamente fuera de su alcance cualquier pretensión de imitación. Maquiavelo rompe con esta creencia y mira el ejemplo político que ofrece la historia de Roma, su fundación y continuidad, como modelo para pensar el futuro. Roma va a ser para el florentino el ejemplo de comunidad política estable y duradera que a lo largo del tiempo ha sabido hacer frente de manera exitosa a adversidades y dificultades de todo género. Además, si el grado de perfección de una comunidad puede valorarse por su duración en el tiempo, por su capacidad de «perseverar en el ser» diríamos con Spinoza, entonces Roma ya no es mero ejemplo sino un caso paradigmático a seguir.
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