Epicuro fue partidario de una cosmología que permanecerá subterránea hasta el final del Renacimiento y el inicio de la modernidad con Giordano Bruno. Ambos defenderán un Universo homogéneo, eterno en el tiempo e infinito en el espacio.
Para Epicuro el universo es infinito. El sabio, fundador de la Escuela del Jardín, le dice a su discípulo Heródoto: «Insisto: el universo es infinito» [41, Carta a Heródoto]. Después el de Samos argumenta que si no fuera así tendría un extremo y éste extremo lo sería a su vez de otra cosa, o dicho de otra manera, si el universo tuviera límite entonces qué habría más allá de dicho límite, qué ocurriría si lanzáramos un objeto cualquiera desde el límite mismo, ¿donde iría a parar? Aristóteles podría haber replicado que finito no implica, de suyo, tener límite, es más, ¿no es precisamente el universo aristotélico eso, es decir, un cosmos finito sin límite? Asímismo el universo epicúreo como el de Aristóteles es eterno en el tiempo, Epicuro dirá a su discípulo Heródoto «el universo ha sido siempre tal y como ahora es, y siempre será igual» [39, Carta a Heródoto]
El Cielo para un epicúreo a diferencia de Aristóteles carece de significado religioso alguno, no hay en el Universo de Epicuro jerarquía ontológica, una escala de seres con diferente valor ontológico sino que, por el contrario, tenemos un universo homogéneo e infinito formado, como hemos visto, de átomos y vacío. El Universo epicúreo es incompatible con la clásica distinción entre las dos esferas, la del Cielo por una parte y la de la Tierra por otra parte, con el modelo del matemático platónico Eudoxo (390-388aC) formado por las diferentes esferas concéntricas correspondientes a la Tierra quieta en el centro, la Luna, el Sol, los planetas y en el borde las “estrellas fijas”. El Universo de Epicuro carece de centro o, lo que es lo mismo, cualquier punto puede considerarse el centro, luego ni la Tierra ni el Sol son el centro o tanto la una como el otro. En un Universo infinito cualquier lugar puede ser considerado el centro.
Esta pérdida de carácter religioso del cielo, así como el exceso de confianza en los sentidos, «el tamaño del Sol y de la Luna, así como el de los astros restantes, si tenemos en consideración lo que nos interesa, podemos decir que es tal como lo vemos» [91, Carta a Pitocles], lleva a los seguidores de la Escuela del Jardín a una actitud de despreocupación y rechazo por la astronomía. De ahí que no encontremos en Epicuro y sus seguidores, a diferencia de en los seguidores de la tradición platónico-pitagórica y aristotélica, una teoría geométrica del Universo. Epicuro dirá aludiendo claramente a los seguidores de la Academia y el Liceo de forma peyorativa: «La investigación de la naturaleza no debe realizarse según axiomas y legislaciones vanas, sino de acuerdo con los hechos. Porque nuestra vida no tiene necesidad de locuras ni de vanas suposiciones, sino de transcurrir en la tranquilidad, y en todos los problemas se obtiene la máxima serenidad si los resolvemos según el método de las múltiples explicaciones basadas en los fenómenos, y admitiendo las que guarden verosimilitud. Pero, cuando se acepta una explicación y se rehúsa otra que está de acuerdo con las experiencia, entonces es evidente que hemos abandonado los límites de la ciencia de la naturaleza y hemos caído en la mitología»[87, Carta a Pitocles]
Es más, para Epicuro intentar buscar las esencias inteligibles del Universo vía la matemática, esto es, más allá de unos sentidos que según los platónico-pitagóricos y aristotélicos siempre inducen a engaño, únicamente puede llevar a quebraderos de cabeza y, en consecuencia, a una falta respecto al principio ético de la búsqueda de placer. Para Epicuro todo conocimiento debe estar al servicio, en última instancia, de la ética, esto es, de la vida feliz, de una forma de vida conforme a la ataraxia, así pues «en primer lugar, hay que creer que la única finalidad del conocimiento de los fenómenos celestes, tanto si se trata en relación con otros, como independientemente, es la tranquilidad y la confianza del alma, y este mismo fin es el de cualquier otra investigación»[86, Carta a Pitocles]
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