Un rasgo característico, intempestivo, de Maquiavelo va a ser su dura crítica al cristianismo y a la Iglesia romana. Así no es de extrañar que sus obras fueran incluídas en el Índice de libros prohibidos.
En la medida que Maquiavelo ve en la política la disciplina filosófica práctica más importante, esto es, la disciplina a la cual deben subordinación el resto de disciplinas, por ejemplo, la ética, la economía o la religión, podemos decir que es un pensador eminentemente clásico.
Así pues, la política no debe ser sierva de la religión tal y como plantea el cristianismo sino que, por el contrario, la religión debe ser útil a la ciudad, contribuir a solidificar y unificar a un pueblo en torno a una determinada identidad cultural y ciudadana. En este punto arremete el florentino de manera feroz contra la Iglesia romana juzgándola como la principal responsable de la irreligiosidad de los italianos y de la división de Italia, llegando a afirmar incluso que si la corte de la Iglesia se estableciese en Suiza entonces esa nación, que está ahora sólidamente unida, pasaría ipso facto a sucumbir en divisiones, presa de las contradicciones y trifulcas palaciegas inherentes a la corte eclesial romana.
En opinión de Maquiavelo, la religión se muestra imprescindible a la ciudad en la medida que contribuye a cohesionar al pueblo en torno suyo, en la medida que mantiene alta la moral de los soldados que la defienden, que educa a sus ciudadanos y a la plebe en las buenas costumbres, etc. Nuevamente el italiano está escorando su mirada hacia una antigüedad romana en la que dominaba una religión caracterizada por su función civil. Dice nuestro autor de la religión civil romana: «ella produjo buenas costumbres, las buenas costumbres engendraron buena fortuna, y de la buena fortuna nació el feliz éxito de sus empresas»(Discorsi, I, 11) o, en otro lugar, «qué útil resultó para mandar ejércitos, para confortar a la plebe, mantener en su estado a los hombres buenos y avergonzar a los malos»(Discorsi, I, 11) o, finalmente, «veremos ahora como los capitanes de los ejércitos se servían de la religión para mantenerlos dispuestos [a sus soldados, nota mía] para sus empresas»(Discorsi, I, 13).
Ante este particular interés de Maquiavelo hacia la religión, sólo le importa en la medida que es útil y se subordina a la comunidad política, y ante su fuerte crítica a las iglesias en general, no es de extrañar -tal y como indican Rafael del Águila y Sandra Chaparro en su libro La República de Maquiavelo y J. M. Bermudo en su pequeña síntesis titulada Maquiavelo- que los religiosos partidarios de Reforma y Contrarreforma no escamotearan insulto alguno contra nuestro canciller, que le declararan la guerra creando el «maquiavelismo», que se incluyeran sus libros en el Index librorum prohibitorum de 1559, que fuera señalado como corruptor de la fe, maestro de asesinos, etc.
viernes, julio 27, 2007
viernes, julio 13, 2007
Maquivelo: Fortuna y virtù (III)
De la fortuna, o del elemento contingente, que sólo puede hacérsele frente oponiéndole la virtú, esto es, una determinación política dedicida y sin fisuras.
Maquiavelo es un pensador terriblemente pesimista en relación a la condición humana, tanto es así que todo aquello que tenga que ver con lo humano, incluidas las cosas civiles, están ontológicamente condenadas a la degeneración y la corrupción. Dado el contexto que vivió el florentino y el objeto de su principal preocupación, esto es, la política, no es de extrañar que pensara así. Vio el italiano, tal y como ya hemos indicado, como Italia se desmoronaba de un día para otro, como los gobiernos se sucedían sin demora presos de sus propias inconsecuencias. Incluso César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, a pesar de ser la principal fuente de inspiración y aprendizaje de Maquiavelo, a pesar de ser considerado por el florentino el ejemplo paradigmático de principe nuovo, de político cuya virtù es capaz de doblegar a la fortuna, tendrá un final trágico como consecuencia de un único error grave (ver El Umbral de la Modernidad, M. A. Granada, p. 169-192).
Hay en el pensamiento de Maquiavelo dos conceptos clave: fortuna y virtù. Si hemos caracterizado la época italiana que nos ocupa por la contingencia, el azar, la arbitrariedad, en suma, por la fortuna, a ésta opone el italiano la virtù, esto es, una determinación política sin fisuras caracterizada por la astucia, la inteligencia, el ingenio y la fuerza, que tenga por objeto la fundación y/o mantenimiento de un Estado garante de una comunidad política estable y segura. Sólo esta determinación política sin fisuras al servicio del nuevo Estado, que en la situación italiana materializa il principe, una personaje excepcional para una situación excepcional, puede hacer frente a la susodicha fortuna, a la corrupción generalizada, a la división nacional y a la inclinación natural de los hombres a los vicios y malas costumbres, haciendo posible, por otra parte, un vivire civile que, en el mejor de los casos futuros, sea entre hombres libres e iguales. Ahora bien, si la virtù implica lo dicho hasta aquí necesariamente conlleva dos cosas de suma importancia:
Maquiavelo es un pensador terriblemente pesimista en relación a la condición humana, tanto es así que todo aquello que tenga que ver con lo humano, incluidas las cosas civiles, están ontológicamente condenadas a la degeneración y la corrupción. Dado el contexto que vivió el florentino y el objeto de su principal preocupación, esto es, la política, no es de extrañar que pensara así. Vio el italiano, tal y como ya hemos indicado, como Italia se desmoronaba de un día para otro, como los gobiernos se sucedían sin demora presos de sus propias inconsecuencias. Incluso César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, a pesar de ser la principal fuente de inspiración y aprendizaje de Maquiavelo, a pesar de ser considerado por el florentino el ejemplo paradigmático de principe nuovo, de político cuya virtù es capaz de doblegar a la fortuna, tendrá un final trágico como consecuencia de un único error grave (ver El Umbral de la Modernidad, M. A. Granada, p. 169-192).
Hay en el pensamiento de Maquiavelo dos conceptos clave: fortuna y virtù. Si hemos caracterizado la época italiana que nos ocupa por la contingencia, el azar, la arbitrariedad, en suma, por la fortuna, a ésta opone el italiano la virtù, esto es, una determinación política sin fisuras caracterizada por la astucia, la inteligencia, el ingenio y la fuerza, que tenga por objeto la fundación y/o mantenimiento de un Estado garante de una comunidad política estable y segura. Sólo esta determinación política sin fisuras al servicio del nuevo Estado, que en la situación italiana materializa il principe, una personaje excepcional para una situación excepcional, puede hacer frente a la susodicha fortuna, a la corrupción generalizada, a la división nacional y a la inclinación natural de los hombres a los vicios y malas costumbres, haciendo posible, por otra parte, un vivire civile que, en el mejor de los casos futuros, sea entre hombres libres e iguales. Ahora bien, si la virtù implica lo dicho hasta aquí necesariamente conlleva dos cosas de suma importancia:
- Tomar como modelo a Roma, imitar su ejemplo. Deshacerse definitivamente del príncipe cristiano, esto es, del príncipe cuya actividad política es sierva de la religión y la moral dominante. Roma y su ejemplo desempeñan, por tanto, el papel de ideal político a perseguir, de imagen que cabe ponerse en frente con vistas a movilizarse en una acción política consecuente.
- Asumir un «realismo político», es decir, adecuarse a la verità efecttualle della cosa o, lo que es lo mismo, mirar a la cosa política más allá de la apariencia, liberándonos de contenidos morales y metafísicos, de representaciones imaginarias. Así pues, para Maquiavelo, la posibilidad de doblegar la fortuna y de que la ilusión utópica devenga algo posible, algo susceptible de ser real, pasa ineludiblemente por un pensar la política de forma realista.
martes, julio 10, 2007
Maquiavelo: utopía y realismo político (II)
Maquiavelo, ¿un apologeta del pragmatismo político o, por el contrario, un pensador de las condiciones de posibilidad para hacer de ese lugar que no hay, del u-topos, una realidad?
Un importante contemporáneo de Nicolás Maquiavelo, Tomás Moro, pensará la ciudad a partir del género literario de la Utopía. Para Tomás Moro la Utopía se presenta aquí como ese no ha lugar que sirve de excusa para realizar una crítica mordaz a la política del momento y que además, por qué no, nos empuja a pensar un horizonte posible en el que se materialicen los ideales políticos de libertad, igualdad y justicia. El «maquiavelismo» por lo general ha intentado siempre desligar a Maquiavelo de toda consideración política que tuviera que ver con esa Utopía, con ese horizonte que no es pero que puede ser. La tradición cristiana occidental en la que nos encontramos inmersos nos ha presentado un pensador frío, calculador, inmoral, un Satán sobre la tierra. De hecho es la Iglesia de Roma la que crea el «maquiavelismo». Sin embargo, a mi modo de ver, tal y como ya he indicado, hay en el italiano un pensar la coyuntura política, la situación fáctica, de cierta manera y con vistas a que se haga posible el advenimiento de un horizonte utópico. Cuando Nicolás Maquiavelo propone Il Principe como única forma capaz de realizar la unidad nacional italiana restringe su pensar al estricto realismo, evita lo que él denomina «representaciones imaginarias» de las condiciones políticas que caracterizan la realidad italiana. Digamos que para Maquiavelo la salida a la situación sólo puede realizarse analizando la situación de manera realista y aceptando las reglas propias del juego político, aunque éstas ineludiblemente conlleven el mal, la crueldad, el engaño y la perfidia. De nada sirven las buenas intenciones, los discursos morales y ejemplarizantes sin son incapaces de dar con otra realidad que la que hay, sin son incapaces de plantear de manera viable una acción política destinada a la construcción de la unidad nacional italiana. Para la situación concreta y excepcional italiana Maquiavelo propone Il Principe. Ahora bien, ni siquiera el Principado, aún siendo en la situación dada la mejor de las opciones, es la forma política que más le agrada al florentino. Esto es fácilmente constatable a través de una lectura atenta de los Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, donde, el pensador italiano, se nos muestra como firme defensor de la República, esto es, de una comunidad cuyo régimen político sea de libertad, igualdad civil y justicia.
En resumen, para el florentino hacer de la República una posibilidad y no una simple quimera exige realismo político. Aunque Maquiavelo no use el término Utopía, a mi modo de ver, lo importante es que subyace en el italiano un esfuerzo por pensar de forma realista las condiciones de posibilidad de su ideal político. Se puede objetar a este planteamiento el carácter netamente pesimista de Maquiavelo, su concepción cíclica de la historia y su convicción de que la corrupción es inherente a la cosa civil, que a ojos del italiano en particular la forma de Estado que denominamos República siempre desemboca en un gobierno licencioso y en la anarquía. No obstante, lo paradójico aquí es que son precisamente ese carácter pesimista del florentino y esa ley ontológica de la corrupción las que fuerzan a Maquiavelo a realizar el esfuerzo intelectual de pensar de manera realista las condiciones de posibilidad de un Estado lo más perfecto posible, esto es, lo más duradero posible en el tiempo y que, a poder ser, desemboque en una República. Este esfuerzo realista se le impone a Maquiavelo como consecuencia de la lógica de su propio pensar, dicho de otra manera, son las reglas que el mismo Maquiavelo impone a su pensar (pesimismo y corrupción ontológica) las que le obligan a pensar de manera realista el ideal político. En todo este empeño el florentino orientará su mirada -tal y como veremos- a Roma, Monarquía en su origen que deviene rápidamente República y ejemplo paradigmático de duración en el tiempo. El pensamiento de Maquiavelo no escapa a la ilusión utópica.
Un importante contemporáneo de Nicolás Maquiavelo, Tomás Moro, pensará la ciudad a partir del género literario de la Utopía. Para Tomás Moro la Utopía se presenta aquí como ese no ha lugar que sirve de excusa para realizar una crítica mordaz a la política del momento y que además, por qué no, nos empuja a pensar un horizonte posible en el que se materialicen los ideales políticos de libertad, igualdad y justicia. El «maquiavelismo» por lo general ha intentado siempre desligar a Maquiavelo de toda consideración política que tuviera que ver con esa Utopía, con ese horizonte que no es pero que puede ser. La tradición cristiana occidental en la que nos encontramos inmersos nos ha presentado un pensador frío, calculador, inmoral, un Satán sobre la tierra. De hecho es la Iglesia de Roma la que crea el «maquiavelismo». Sin embargo, a mi modo de ver, tal y como ya he indicado, hay en el italiano un pensar la coyuntura política, la situación fáctica, de cierta manera y con vistas a que se haga posible el advenimiento de un horizonte utópico. Cuando Nicolás Maquiavelo propone Il Principe como única forma capaz de realizar la unidad nacional italiana restringe su pensar al estricto realismo, evita lo que él denomina «representaciones imaginarias» de las condiciones políticas que caracterizan la realidad italiana. Digamos que para Maquiavelo la salida a la situación sólo puede realizarse analizando la situación de manera realista y aceptando las reglas propias del juego político, aunque éstas ineludiblemente conlleven el mal, la crueldad, el engaño y la perfidia. De nada sirven las buenas intenciones, los discursos morales y ejemplarizantes sin son incapaces de dar con otra realidad que la que hay, sin son incapaces de plantear de manera viable una acción política destinada a la construcción de la unidad nacional italiana. Para la situación concreta y excepcional italiana Maquiavelo propone Il Principe. Ahora bien, ni siquiera el Principado, aún siendo en la situación dada la mejor de las opciones, es la forma política que más le agrada al florentino. Esto es fácilmente constatable a través de una lectura atenta de los Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, donde, el pensador italiano, se nos muestra como firme defensor de la República, esto es, de una comunidad cuyo régimen político sea de libertad, igualdad civil y justicia.
En resumen, para el florentino hacer de la República una posibilidad y no una simple quimera exige realismo político. Aunque Maquiavelo no use el término Utopía, a mi modo de ver, lo importante es que subyace en el italiano un esfuerzo por pensar de forma realista las condiciones de posibilidad de su ideal político. Se puede objetar a este planteamiento el carácter netamente pesimista de Maquiavelo, su concepción cíclica de la historia y su convicción de que la corrupción es inherente a la cosa civil, que a ojos del italiano en particular la forma de Estado que denominamos República siempre desemboca en un gobierno licencioso y en la anarquía. No obstante, lo paradójico aquí es que son precisamente ese carácter pesimista del florentino y esa ley ontológica de la corrupción las que fuerzan a Maquiavelo a realizar el esfuerzo intelectual de pensar de manera realista las condiciones de posibilidad de un Estado lo más perfecto posible, esto es, lo más duradero posible en el tiempo y que, a poder ser, desemboque en una República. Este esfuerzo realista se le impone a Maquiavelo como consecuencia de la lógica de su propio pensar, dicho de otra manera, son las reglas que el mismo Maquiavelo impone a su pensar (pesimismo y corrupción ontológica) las que le obligan a pensar de manera realista el ideal político. En todo este empeño el florentino orientará su mirada -tal y como veremos- a Roma, Monarquía en su origen que deviene rápidamente República y ejemplo paradigmático de duración en el tiempo. El pensamiento de Maquiavelo no escapa a la ilusión utópica.
lunes, julio 02, 2007
Maquiavelo: su tiempo y Roma (I)
Iniciamos una serie entorno a Nicolás Maquiavelo (1469-1527). Este primer "post" trata sucintamente del marco histórico en que vivió el canciller florentino, el Renacimiento italiano, así como del ideal romano como salida a dicho marco-puzzle italiano.
El pensamiento de Nicolás Maquiavelo se da en el contexto del Renacimiento, esto es, se sitúa a medio camino entre dos épocas: la Edad Medieval y la Modernidad. Por tanto, se ubica la vida del florentino en lo que el profesor M. A. Granada ha dado en llamar el umbral de la modernidad y, por tanto, asiste, por un lado, al hundimiento definitivo del mundo medieval con sus tradiciones, vínculos sociales, costumbres, normas sociales, etc. y, por otro lado, es testigo del (re)nacer de lo nuevo cuyo punto de arranque se hace coincidir, simbólicamente, con la quema, por parte de la Iglesia romana, del genio Giordano Bruno (1548-1600). Ahora bien, ese intersticio entre dos mundos, entre dos culturas, entre dos universos espirituales sumamente diferentes, supone un periodo en el que domina un vacío metafísico en sentido amplio, una falta de soporte o referente a partir del cuál dotar de sentido a la propia existencia. Este fenómeno, que denomino ausencia metafísica en la conciencia colectiva del Renacimiento, da lugar a un doble aspecto contradictorio o, como mínimo, paradójico. Por una parte, el Renacimiento va a ser un tiempo de miedos e inseguridades y, por otra parte, se va a tomar conciencia, netamente humanista, de que el hombre tiene ante sí la posibilidad y la libertad de construir lo nuevo, de cimentar las bases de un nuevo universo de significados. Así, el renacentista se encuentra escindido entre una falta consecuencia del hundimiento de la metafísica medieval y, a su vez, impelido a ejercer su libertad con vistas a sentar las bases del nuevo imaginario, de una nueva identidad cultural que caracterice el porvenir.
Nicolás Maquiavelo es la toma de conciencia de esa contradicción. En su pensamiento se manifiesta de manera particularmente acusada esa contingencia propia de su tiempo y, a la vez, un intento encomiable de pensar las condiciones de posibilidad que den salida a esa situación excepcional, a ese mundo que no es ni día ni noche, que se encuentra gobernado por la fortuna, el azar, la crueldad, la arbitrariedad y el sin sentido. El pensamiento y la experiencia vital del canciller florentino se sitúan en una Italia que asiste a su ruina, que ve modificar sus fronteras y gobiernos de un día para otro, que se encuentra desgarrada por los intereses particulares de sus señores feudales, sujeta a las intrigas palaciegas de una Iglesia romana corrupta y degenerada, a expensas de las intervenciones extranjeras de las dos potencias principales del momento, Francia y España. Es en esta coyuntura marcada por la carencia de condiciones para la construcción nacional italiana que Maquiavelo piensa la posibilidad, aparentemente imposible, de una salida. Es en este punto donde entra en juego uno de los rasgos típicamente humanistas del italiano, pensando esa solución imposible, Maquiavelo, se pregunta como puede ser que sus contemporáneos así como elogian e imitan el ejemplo de la antigüedad clásica grecorromana en materia de medicina, arte y otras disciplinas, cuando se trata de la cuestión política sólo la admiren, añoren nostálgicamente el esplendor de la República y del Imperio Romano, pero consideren completamente fuera de su alcance cualquier pretensión de imitación. Maquiavelo rompe con esta creencia y mira el ejemplo político que ofrece la historia de Roma, su fundación y continuidad, como modelo para pensar el futuro. Roma va a ser para el florentino el ejemplo de comunidad política estable y duradera que a lo largo del tiempo ha sabido hacer frente de manera exitosa a adversidades y dificultades de todo género. Además, si el grado de perfección de una comunidad puede valorarse por su duración en el tiempo, por su capacidad de «perseverar en el ser» diríamos con Spinoza, entonces Roma ya no es mero ejemplo sino un caso paradigmático a seguir.
El pensamiento de Nicolás Maquiavelo se da en el contexto del Renacimiento, esto es, se sitúa a medio camino entre dos épocas: la Edad Medieval y la Modernidad. Por tanto, se ubica la vida del florentino en lo que el profesor M. A. Granada ha dado en llamar el umbral de la modernidad y, por tanto, asiste, por un lado, al hundimiento definitivo del mundo medieval con sus tradiciones, vínculos sociales, costumbres, normas sociales, etc. y, por otro lado, es testigo del (re)nacer de lo nuevo cuyo punto de arranque se hace coincidir, simbólicamente, con la quema, por parte de la Iglesia romana, del genio Giordano Bruno (1548-1600). Ahora bien, ese intersticio entre dos mundos, entre dos culturas, entre dos universos espirituales sumamente diferentes, supone un periodo en el que domina un vacío metafísico en sentido amplio, una falta de soporte o referente a partir del cuál dotar de sentido a la propia existencia. Este fenómeno, que denomino ausencia metafísica en la conciencia colectiva del Renacimiento, da lugar a un doble aspecto contradictorio o, como mínimo, paradójico. Por una parte, el Renacimiento va a ser un tiempo de miedos e inseguridades y, por otra parte, se va a tomar conciencia, netamente humanista, de que el hombre tiene ante sí la posibilidad y la libertad de construir lo nuevo, de cimentar las bases de un nuevo universo de significados. Así, el renacentista se encuentra escindido entre una falta consecuencia del hundimiento de la metafísica medieval y, a su vez, impelido a ejercer su libertad con vistas a sentar las bases del nuevo imaginario, de una nueva identidad cultural que caracterice el porvenir.
Nicolás Maquiavelo es la toma de conciencia de esa contradicción. En su pensamiento se manifiesta de manera particularmente acusada esa contingencia propia de su tiempo y, a la vez, un intento encomiable de pensar las condiciones de posibilidad que den salida a esa situación excepcional, a ese mundo que no es ni día ni noche, que se encuentra gobernado por la fortuna, el azar, la crueldad, la arbitrariedad y el sin sentido. El pensamiento y la experiencia vital del canciller florentino se sitúan en una Italia que asiste a su ruina, que ve modificar sus fronteras y gobiernos de un día para otro, que se encuentra desgarrada por los intereses particulares de sus señores feudales, sujeta a las intrigas palaciegas de una Iglesia romana corrupta y degenerada, a expensas de las intervenciones extranjeras de las dos potencias principales del momento, Francia y España. Es en esta coyuntura marcada por la carencia de condiciones para la construcción nacional italiana que Maquiavelo piensa la posibilidad, aparentemente imposible, de una salida. Es en este punto donde entra en juego uno de los rasgos típicamente humanistas del italiano, pensando esa solución imposible, Maquiavelo, se pregunta como puede ser que sus contemporáneos así como elogian e imitan el ejemplo de la antigüedad clásica grecorromana en materia de medicina, arte y otras disciplinas, cuando se trata de la cuestión política sólo la admiren, añoren nostálgicamente el esplendor de la República y del Imperio Romano, pero consideren completamente fuera de su alcance cualquier pretensión de imitación. Maquiavelo rompe con esta creencia y mira el ejemplo político que ofrece la historia de Roma, su fundación y continuidad, como modelo para pensar el futuro. Roma va a ser para el florentino el ejemplo de comunidad política estable y duradera que a lo largo del tiempo ha sabido hacer frente de manera exitosa a adversidades y dificultades de todo género. Además, si el grado de perfección de una comunidad puede valorarse por su duración en el tiempo, por su capacidad de «perseverar en el ser» diríamos con Spinoza, entonces Roma ya no es mero ejemplo sino un caso paradigmático a seguir.
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