Epicuro niega toda escatología sea de tipo trascendente o inmanente, en este sentido, es un pensador que opta por una ontología mínima. El sabio de la Escuela del Jardín es el pensador del periodo helenístico que sin renunciar a la filosofía realizará un recorte metafísico del pensamiento de mayor calado, sin precedentes...
Dice Epicuro a Heródoto «más allá del universo no existe nada» [39,
Carta a Heródoto], no hay trascendencia, y a Pitocles en clara alusión a Aristóteles y a los estoicos le enseñará «La sucesión ordenada de movimientos regulares hay que comprenderla por analogía con los acontecimientos similares que se producen en la tierra. De ningún modo hemos de considerar como causa de ellos a la naturaleza divina sino que, muy al contrario, a esta debemos conservarla desligada de cualquier trabajo y disfrutando de una felicidad sin límites. De no hacerlo así, cualquier análisis de los fenómenos celestiales será vano, como ha sucedido ya a aquellos que, abandonando el criterio de posibilidad, dieron en lo banal, ya que, creyendo que las cosas se originan por una sola causa, rehusaron todas las demás posibles y, conducidos a un razonamiento ilógico, fueron incapaces de valorar los hechos que nos proporcionan elementos de juicio.» [97,
Carta a Pitocles]. Así pues, el Universo, la materia que conforma esos mundos que surgen y desaparecen, no es el producto del trabajo de Demiurgo conforme a un
modelo o
paradigma (Platón), no es efecto de la
causa final de un
Primer Motor Inmóvil trascendente situado más allá de la esfera de las “estrellas fijas” (Aristóteles), ni tampoco es el resultado de la mediación de un
logos inmanente a la naturaleza, esto es, de la actividad de ese
fuego divino propio de los estoicos que estructura la naturaleza y que Bruno citará en el famoso poema a sus verdugos antes de ser quemado. Para el epicúreo sólo hay
causa eficiente, colisión aleatoria de unos átomos con los otros que, caso de haber suficiente afinidad entre ellos, dan lugar a la constitución aleatoria de nuevos mundos, mundos que, con el transcurrir del tiempo, desaparecerán. Epicuro realiza con estos planteamientos una profilaxis metafísica sin precedentes para su tiempo, se queda con la ontología mínima del átomo, esto es, con la intuición fenomenológica básica de la corporeidad, con la
causa eficiente, el
azar y la
necesidad mínima derivada de las diferentes figuras atómicas, limpia así la filosofía de su tiempo de ilusiones teleológicas y ficciones derivadas de la creencia en una lógica inmanente a la naturaleza.
Realizada esta labor de higiene filosófica
lo divino ya no organiza la materia ni como trascendencia, esto es, desde un más allá, desde fuera del Universo, ni de forma inmanente, de manera interna al propio Universo. Los dioses -dirá Epicuro- no se ocupan de los asuntos humanos ni de la naturaleza, por el contrario, permanecen ociosos, sin trabajar, en un estado de serenidad e imperturbabilidad, practicando la
ataraxia, en los
intermundia. Es más dado que sólo hay átomos y vacío y, por tanto, los dioses han sido reducidos a materia, materia más sutil que la que nos conforma a los humanos pero materia al fin y al cabo, entonces, de alguna manera, podríamos decir que se asemejan a los ídolos pintados en los cuadros de uno u otro museo, perduran inmortales generación tras generación, sin preocupación alguna, para que los hombres podamos adorarlos. Los dioses epicúreos tienen los atributos propios del sabio epicúreo, forman una comunidad amistosa, son reducidos a poca cosa más que un ideal imaginario a seguir por toda persona que anhele mejorar su forma de vida y alcanzar la felicidad. Esos infiernos de una u otra índole que emanan de las múltiples máscaras del poder son para el epicúreo, simple y llanamente, cuentos escatológicos destinados a meter miedo, a aterrorizar y embrutecer las mentes humanas con vistas a dominar y domesticar. Giordano Bruno afirmará, mucho tiempo después, seguramente pensando en el sabio del jardín: «El infierno no existe pero es el temor infundado de que existe lo que hace del infierno una realidad».
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