viernes, enero 05, 2007

Melancolía y tristeza

Tratamos ahora de la relación entre el melancólico y la tristeza... En la foto puede verse a Greta Garbo, a la divina, con el gesto típico del melancólico.

Tristeza y melancolía se hayan estrechamente relacionadas aunque no son lo mismo, digamos que la tristeza es a la melancolía lo que el tedio al hastío. Un estado de tristeza prolongado abre una brecha respecto al mundo, esto es, como venimos diciendo, respecto a los significados mundanos, implica un desprenderse, un relativizar nuestro universo simbólico, su orden y lógica, para situarse en el vacío ontológico o, mejor dicho, en la experiencia existencial de la nada. Luego el ensimismarse en la tristeza puede conducir de lleno a la melancolía. Así mismo, en sentido opuesto, el melancólico experimenta placer a través de la tristeza, posiblemente es un fetichista de la tristeza. En una sola frase: la melancolía lleva aparejada la tristeza y la persistencia en la tristeza conduce a la melancolía. Ahora bien, la tristeza no tiene por qué vivirse como mutilación sino que, por el contrario, puede constituirse en momento previo a la alegría, esto es, la tristeza puede albergar un desapego, un encontrarse en la nada que indique el camino hacia la aurora de un nuevo habérselas con el Ser. Esto último ya no es propio del melancólico, la melancolía de suyo no se aviene con aurora metafísica alguna, por el contrario, siempre tiene que ver con el deseo de su ocaso definitivo. El melancólico no tiene una predisposición erótica hacia el Ser sino hacia su interior, lo que se establece como elemento constitutivo de su deseo no es una metafísica sino la vida misma que habita en las entrañas de su corporeidad.

Ilustremos muy brevemente la relación entre tristeza y melancolía, así como la escisión entre significado y significante, valiéndonos del existencialismo de Sartre. Como es sabido para el existencialista no hay significado inmanente alguno, significado y significante son independientes por completo. Así pues, el existencialismo se autoafirma como conciencia de lo contingente, conciencia de que depende en exclusiva de la elección el que un algo-todo ocurra o no ocurra. El existencialista niega la metafísica del Ser, niega esencias inmanentes o trascendentales, niega toda substancia, para afirmar la metafísica de la libertad, es decir, para tomar la libertad no como "relativa a" sino en sentido absoluto, para asumir, en definitiva, un concepto de libertad acrítico. Así pues, bajo el supuesto de que estado emocional y pensamiento no estén radicalmente separados, es plausible pensar a modo de hipótesis que ese acento en lo contingente propio de la filosofía de Sartre debió estar relacionado con largos tiempos de tristeza, con flirteos que bordeaban el límite de lo melancólico. El gris como color emblemático de los existencialistas es la versión ligth de la bilis negra medieval y expresa, metafóricamente, ese límite que aproxima a lo negro, a lo melancólico. A modo de anécdota, apuntar que esta última intuición estética es una lanza rota a favor de lo que los hoy denostados comunistas decían del francés, a saber, que adolecía de fuerte subjetivismo.

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