sábado, agosto 26, 2006

Corporeidad frente a “yo” metafísico


El “yo”, el sujeto, es ese punto metafísico del que parte todo idealismo. En ese lugar allende los límites de nuestro mundo material se ha situado la prueba de nuestra existencia. Descartes afirmaba en su célebre frase: «(yo) pienso luego (yo) existo». El materialista objetará, al estilo de Spinoza, alertando acerca de la famosa inversión entre causas y efectos: “Disculpe, es justo al contrario, usted piensa porque, de entrada, existe”. Más aún: También se ha encontrado en este concepto de “yo”, en esta idea de sujeto trascendental, el fundamento de la libertad que -a juicio de Kant- es la condición de posibilidad misma del fenómeno moral. Kant, en su Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, argumentará al respecto que si el sujeto no es libre tampoco se le puede considerar responsable de sus actos. Ya advertía Nietzsche, en el marco de una crítica marcadamente individualista, que aquí subyace una moral de esclavo, una metafísica del ¡vigilar y castigar! No obstante, no hay, a nuestro juicio, argumento más poderoso contra este postulado kantiano de la libertad que el inspirado en la siguiente sentencia de Spinoza: «no nos inclinamos por algo porque lo consideramos bueno, sino que, por el contrario, consideramos que es bueno porque nos inclinamos por ello». Nuevamente hallamos aquí ese genial intercambio spinoziano entre las causas y los efectos. Nos permitimos insistir en este punto porque se trata aquí de un nudo gordiano en toda crítica al idealismo. El error -según el pulidor de lentes- consiste en tomar la causa por el efecto y el efecto por la causa, ésta es precisamente la fuente de tantos malos entendidos. El error idealista encuentra su explicación en una ilusión de la razón (ilusión de las causas finales) que es consecuencia del hecho que nuestra conciencia cuenta sólo con los efectos somáticos producidos en ella por otros cuerpos. «Así es como un niño cree desear libremente la leche; un joven furioso la venganza; y un cobarde, la huida» dice Spinoza. El niño cree inclinarse a beber leche desde la libertad, desde su autonomía, porque le parece buena para él pero, en realidad, le parece buena, la bebe, porque en el origen se sitúa la inclinación, la apetencia hacia ella. En el marco del materialismo, en consecuencia, únicamente es posible pensar la libertad circunscrita en el juego de relaciones materiales, en el marco de las pasiones, de los afectos, de las relaciones sociales, etc. El sujeto no puede eludir la contingencia a la hora de determinar e imponerse a sí mismo la ley moral sino que, por el contrario, dicho sujeto dispone, a lo sumo, de una «autonomía relativa» a sus condiciones materiales de existencia. El materialismo considera, por tanto, que no hay libertad absoluta en el ámbito de la razón práctica, que no hay lugar alguno para una metafísica de la libertad.

Para Kant las decisiones que preceden a toda práctica moral son racionales porque remiten a un principio moral, el Imperativo Categórico (IC), que se encuentra en la estructura misma de la razón, al margen de toda contingencia. El sujeto moral, por tanto, es racional en la medida que sigue el IC y aplaca, caso de ser necesario para actuar en conformidad con dicho imperativo, sus inclinaciones, sus impulsos naturales, en una palabra, su corporeidad. Razón y cuerpo, pensamiento y condición material, si bien forman parte de la concepción dualista del hombre que tiene Kant, aparecen en una escisión infranqueable que es condición sine qua non de la acción racional, incluso dicha división parece imprescindible a la definición kantiana de aquello que constituye la dimensión humana por antonomasia. El materialista se encuentra en el polo opuesto de todo este esquema, éste sitúa el punto de partida en el cuerpo, no entiende la razón al margen de nuestra naturaleza, de nuestros impulsos, sino, por el contrario, como parte indisoluble de una unidad somática insoslayable. La concepción antropológica materialista, su imagen del hombre, arranca del hecho sorprendente que expresa el siguiente enunciado: hay cuerpos que piensan. La corporeidad es la condición de posibilidad de nuestro pensamiento y de la cultura en general, su soporte. Las circunstancias materiales, en el sentido más amplio, son las que hacen posible los procesos deliberativos entorno a cuestiones éticas. Las normas morales, los conceptos, las categorías e identidades culturales desde las cuáles pensamos la realidad hayan sus cimientos en el cuerpo, en las circunstancias y en las relaciones sociales que configuran las diferentes realidades materiales. Por tanto, para un materialista, en oposición a Kant, como veremos, el IC es contingente, únicamente puede arrancar de la experiencia del cuerpo, así como de la vivencia de vernos arrojados a una situación histórica concreta.

Además, para el materialista ese “yo autotransparente y autoafirmativo” que se impone a sí mismo la ley moral desde la autonomía trascendental no pasa de ser una ilusión, una visión ingenua del fenómeno de la conciencia misma que brota de una hipóstasis de la razón, de poner como premisa esa entidad metafísica moderna, burguesa por excelencia y característica de todo humanismo, llamada “sujeto”. La separación entre mundo natural e inteligible, entre reino de la necesidad y reino de la libertad, expresada en la tercera antinomia kantiana, le aparece al materialista como mero artificio, como una dualidad puesta por el entendimiento que Kant considera con una carga ontológica que no corresponde. Y las consecuencias de toda esta sublimación idealista de la razón que tendrá su máxima expresión en el romanticismo decimonónico no terminan aquí. El materialismo va a ver en ese “yo autotransparente” típico de la ilustración una cortina de humo que, en sintonía con la moral cristiana, va a obstaculizar la atención y la exploración de aquellos impulsos, apetencias e inclinaciones que operan desde lo desconocido del cuerpo. Paradójicamente, en este punto descansará lo irracional del racionalismo ilustrado del siglo XVIII y su continuación. La amnesia respecto a lo corpóreo hace incomprensibles e incontrolables los impulsos que hay tras la razón misma, la ignorancia respecto a las relaciones sociales, a las condiciones materiales de existencia, prepara el terreno a la ideología dominante y a su función mitificadora, ritualizadora de discursos. Toda esta ausencia de memoria respecto a la materia y su organización allana el camino a la prostitución de nuestro cuerpo por el mercado y el consumismo ciego, nos deja inermes frente a aquellos placeres que no son ni naturales ni necesarios, prepara, incluso, en los albores de este siglo XXI, las bases de ese nuevo holocausto imperialista simbolizado en Guantánamo.

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