domingo, agosto 27, 2006

Dos cuerpos que piensan...


Dos pensadores, dos actitudes frente a la realidad, dos prácticas. Uno piensa que significante y significado forman una unidad inseparable, que el mundo tiene su sentido independientemente de él, el otro considera que la realidad es mero significante, que es absurda, que el significado lo ponemos nosotros, que constituimos el mundo mediante significaciones proyectadas. El primero busca el sentido del mundo y de su existencia, viaja, se desplaza de una geografía a otra, conoce diferentes culturas, contrasta, luego moviliza su pensamiento, produce nuevos conceptos y desecha otros que ya le parecen caducos a tenor de la experiencia, persevera en su actitud siempre encaminada a captar una lógica inmanente a la realidad. El segundo no busca un sentido que considera no tiene la realidad, ésta le aparece como simple contingencia, como un conglomerado desordenado e indistinto de acontecimientos, entonces se queda en casa, opta por la vida sedentaria y se decide a hacer uso de la razón, inventa, pone la unidad en el caos, crea diferencias en lo indistinto, y ello aún estando convencido de que el sentido no es más que mera ilusión, capricho puesto por el sujeto. El primero atiende a la epifanía del sentido, si es cauto desecha las palabras que considera no dicen nada de las cosas y sus relaciones, hace acopio del mínimo discurso que cree apunta a lo real, sabe que por muy potente que sea el sistema de conceptos de que dispone jamás aprehenderá la complejidad de lo real, esto lejos de sumirlo en el quietismo lo activa como si de un reto se tratara, busca una lluvia de conceptos que rodeen lo concreto, por el contrario, si es dogmático queda paralizado melancólicamente frente a la imagen del mundo que le proporcionan sus conceptos y, además, confunde esta imagen con la realidad misma, es un metafísico. El segundo si es pesimista acaba sumergido en el abismo enigmático del silencio, posiblemente reniega de la filosofía, si es optimista acaba languideciendo agotado por una voluntad de representación que considera siempre artificial, simple apariencia. El primero posiblemente era un lector apasionado de Epicuro, de Spinoza y Marx, el segundo, sin lugar a dudas, un admirador de los escépticos, de Hume, Berkeley y, casi seguro, del primer Sartre.

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