jueves, septiembre 14, 2006
Elogio al suicidio
Fruto de una conversación transgresora a dos bandas con JL e Iván, dos amantes de la vida, dos sufridores, dos amigos.
Si hay una unidad universal elemental de la cual todos fomamos parte, si somos polvo de estrellas enamorado, si somos un modo o atributo de la naturaleza toda, esto es, si existimos en y a través de la naturaleza, bastará romper con la enajenación respecto a la naturaleza que hay implícita en toda forma de conciencia para experimentar un fuerte sentimiento de inmanencia, de verse como parte insoslayable, inseparable, del universo. En este punto de retorno, recobrada nuestra unidad original con la naturaleza, se alcanza un sentimiento de plenitud.
No obstante, lo paradójico es que la propia naturaleza haya dado con algo tan extraordinario como ese escapar al silencio cósmico, que haya tenido lugar ese reflejo que permite a la naturaleza un mirarse a sí misma. En este punto singular que llamamos conciencia es donde se rebela nuestro carácter trágico pues si bien somos naturaleza, ahora, surgida la conciencia, ésta pasa a ser vivida como un sufrir, como un martirio que es consecuencia de la ausencia de unidad con aquello que esencialmente somos. De ahí esa inquietud que nos moviliza, esa lucha por abarcar la totalidad de lo real a través de esas herramientas de la conciencia que llamamos conceptos. Y es precisamente esa inquietud que activaba a Sócrates con vistas a desentrañar el mensaje apolíneo del oráculo de Delfos unida a la imposibilidad de superar lo abismático de ese hiato que media entre el pensar y la naturaleza misma, entre las palabras y las cosas, lo que hace aflorar, ineludiblemente, nuestras fiebres y neurosis. Dada la quimera de desear fundirnos con eso somos, dada esa inclinación de nuestra naturaleza pensante a retornar a sí misma en el artifício de la palabra, la locura y el sufrir están servidas.
Este pesar, esta losa de sufrimiento que cargamos sobre nuestras espaldas, lo contrarrestaban los místicos vía el éxtasis, abandonándose a sí mismos, más allá del cuerpo, viviendo un sentimiento de plenitud que consideraban rebasaba lo individual elevándonos a lo divino. El genio de Spinoza propuso la alegría como pasión que realiza la perfección del espíritu posibilitando así nuestra apertura a la naturaleza toda. Muerto Dios, convertida la alegría en placer efímero bajo el efecto atroz de la sociedad capitalista, nuestra escisión quizá sólo pueda hacerse llevadera a través del pensamiento de que hoy, si quiero, puedo suicidarme, puedo salir de mi mismo, escapar a esa enajenación implícita en el fenómeno de la conciencia, para pasar a ser eso que somos, para fundirnos con ese milagro que llamamos naturaleza. Pensar el suicidio es una vía para la reconciliación, quizá también para hacer más llevadera la existencia en este mundo atroz, para sobrevivir, aunque parezca paradójico.
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