jueves, septiembre 07, 2006
Lo que hay de arbitrario en toda taxonomía
«Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.» (Texto de Jorge Luis Borges)
El pasado domingo, en una conversación entre amigos, surgía el tema de cómo realizar una taxonomía, una clasificación, de los hombres y las mujeres. Una amiga clasificó a los hombres de la siguiente manera: a) "tíos buenos", o sea cachas, pero tontos y superficiales, malas personas; b) feos, tengan o no inteligencia, sean o no buenas personas, tanto da; c) los que acaparan toda belleza, física y espiritual, pero, desgraciadamente para las mujeres, están, en la mayoría de los casos, casados o son gays. Se añadió en la conversación, además, que tanto los sujetos pertenecientes al grupo a) como los pertenecientes al grupo b) son rápidamente descartados por las mujeres con lo cual, esto lo añado yo irónicamente, el destino de toda mujer no es otro que quedarse soltera y aprovechar momentáneamente la carne, el músculo, de aquellos guapetones fibrados que carecen de inteligencia y virtud.
Bromas a parte, más allá de lo anecdótico de dicha clasificación quiero evidenciar dos cuestiones. Por un lado, como dicha taxonomía sacraliza un criterio muy parcial a partir del cual se clasifica y que, por otro lado, basta cambiar dicho criterio para obtener otras clasificaciones diferentes pero igualmente arbitrarias. En definitiva, tras toda taxonomía hay una determinada concepción del mundo, una forma particular de pensar la realidad.
Como toda taxonomía, la realizada aquí, opera con dos formas de entendimiento: diferencia y similitud. Diferencia, similitud y repetición son, tal y como explicara Gilles Deleuze, las formas constitutivas del concepto, del razonamiento basado en el sentido común. En este caso se utiliza la idea de lo bello y lo virtuoso (inteligencia, buen carácter, buena persona, etc.), conforme a los patrones culturales actuales, como criterios para diferenciar e igualar entre sí los individuos pertenecientes al género masculino. Así si eres bello y sin virtud alguna perteneces a la primera especie, si eres feo, independientemente de la capacidad intelectual o lo buena persona se sea, a la segunda especie y, finalmente, si eres bello y virtuoso a la tercera y última especie. Todas estas especies, por efecto de la diferencia, son disjuntas entre sí, es decir, cada sujeto pertenece a una única especie. Esto es, por ejemplo, si eres guapo y superficial no puedes ser feo físicamente ya seas un lumbreras o escaso de coco, ni tampoco virtuoso ya seas un musculitos o un gordito fofo. Sobre esta taxonomía, por lo demás, se constituye un concepto anhelado, un ideal a perseguir constitutivo de un deseo.
Otros criterios sobre la base de los cuáles se podrían obtener clasificaciones completamente distintas que atenderían a esta misma lógica de la diferencia y la similitud podrían ser: la vitalidad, la edad, el nivel cultural, el nivel adquisitivo, la empatía, la sensatez, el ser o no calzonazos, machote, melancólico, romántico, imaginativo, llorón, valiente, maniático, estar o no enfermo, resfriado, ser cojo, medir más de un metro y setenta centímetros, la nacionalidad, la profesión, etc. Así, a modo de ejemplo, si tomamos como criterios la "vitalidad" y el "nivel cultural" podemos obtener la siguiente taxonomía: Hombres que viven apasionados por la vida, que viven empalmados por el vivir, con una actitud activa y que tienen un buen nivel cultural. Otros con una gran fuerza y ganas de vivir pero de escaso nivel cultural. Finalmente, los apagados cultos y los apagados incultos. Las especies que resultarían, por tanto, serían cuatro. Ahora bien, ¿por qué motivo esta clasificación tiene igual, mayor o menor valor que la anterior?
Nuestra razón realiza, sin que en la mayoría de ocasiones nos percatemos de ello, una labor ordenadora, pone la unidad al conjunto abigarrado de hechos, cosas y aconteceres, proyecta significaciones con vistas a constituir una realidad manejable, establece similitudes y diferencias, clasifica un mar de concretos, de individualidades radicales (por ejemplo, en el caso discutido aquí las personas masculinas, las cuáles siempre son radicalmente originales) sobre la base de criterios establecidos convencionalmente, normalizados, institucionalizados. Y ahora viene la pregunta clave, ¿qué es lo que nos lleva a ritualizar la primera clasificación y no la segunda cuando hablamos de los hombres? ¿por qué se constituye en objeto de deseo el ideal de hombre guaperas y inteligente? ¿por qué no, por ejemplo, ideales particulares, originales, que se constituyan sobre una amalgama mucho más diversa y rica de diferencias (criterios)?
Quizá se trate de pensar no tanto sobre la base del principio de identidad como sobre la diferencia...
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