“Dios no juega a los dados” (Albert Einstein)
Introducción y dos paradojas del azar en el absoluto...
El azar, de por sí, es un tema complejo y difícil de abordar. El azar pone los pelos de punta, nos remite a eso que no controlamos, a lo raro. En particular, la cuestión del azar nos aboca inmediatamente a la dificultad de su definición, a la elaboración de un concepto que nos permita pensarlo. Platón, por ejemplo, dio una definición por oposición, reflexionó que allí donde hay orden no hay azar. No iba del todo desencaminado Platón, pues el mismo Kolmogorov, un genio de las matemáticas del siglo XX que destacó por sus trabajos entorno a la probabilidad, realizó también importantes contribuciones en el estudio de la entropía. No obstante, por lo general, sobre todo en el ámbito científico, se recurre a una vía nominalista, es decir, se trata del azar sin decir qué es, en qué consiste, que es aquello que lo caracteriza. Es más, cuando algunos científicos tratan de los conceptos, esto es, de la filosofía, se han caracterizado por su espontaneidad. Caso significativo a este respecto es el reduccionismo del fundador de la sociobiología Edward Wilson. Este autor extrapola las formas de movimiento características de las células, los cromosomas, las leyes de la biología o el comportamiento de las hormigas a otros niveles de realidad como, por ejemplo, el nivel social y el comportamiento humano. Por tanto, siendo un poco ambiciosos, podemos afirmar que la cuestión del azar ha sido y es de suma importancia para determinar las características de la naturaleza misma en sus diferentes niveles o, como mínimo, siendo más modestos, para saber meridianamente con qué concepto podemos tratar cuando, al estudiar la naturaleza en su complejidad, nos referimos a lo aleatorio.
En este breve artículo vamos a considerar dos casos extremos que llevan a una situación paradójica: una naturaleza regida en un sentido absoluto por el azar y una naturaleza completamente determinista. En ambos casos, supondremos cómo válido el «principio del tercio excluso», es decir, que toda proposición es verdadera o falsa y no cabe otra posibilidad.
Si consideramos que la naturaleza está gobernada de forma absoluta por el azar diremos que el resultado de lanzar un dado al aire es enteramente aleatorio pero, dado que estamos inmersos en una naturaleza casual, también esta afirmación acerca del lanzamiento habrá sido producto del azar luego será imposible determinar su valor de verdad. Si, por el contrario, consideramos que el mundo está regido por la necesidad absoluta afirmaremos que el resultado de nuestra tirada responde a un momento dentro de la secuencia exacta de las causas eficientes. Ahora bien, en en el marco de una realidad determinista al completo, también nuestra respuesta en relación al carácter aleatorio o determinado de la tirada responderá a la necesidad misma. De nuestra afirmación, por tanto, tampoco podrá extraerse qué valor de verdad tiene pues, de igual forma, podríamos haber dicho que la realidad era azar, simplemente hemos dicho lo que teníamos que decir, nuestra respuesta no responde a consideración alguna sino que es consecuencia, igual que el resultado del tirar el dado, de una suma total de causalidades. Nuestra afirmación, por tanto, no tendría por qué coincidir con la verdad acerca del carácter necesario o aleatorio de la naturaleza misma pues de lo necesario no tiene por qué derivar el juicio correcto. No obstante, por fortuna (o no), los absolutos sólo existen en la cabeza de las personas.
Continuará...
2 comentarios:
Dices que en el primer caso,en un mundo regido de forma absoluta por el azar, la afirmación de que un acto es aleatorio no es más que otro acto aleatorio y por lo tanto, es imposible determinar su valor de verdad. El valor de verdad de una afirmación es, en términos prácticos, su validez en el mundo real, ya que nos habla de suscesos del mundo real.
¿No es acaso el método científico el instrumento que mide la validez de afirmaciones sobre los sucesos del mundo real? Es decir: repetición, predicción, etc...
Esto me hace llegar a la conclusión de que no vivimos en un mundo controlado enteramente por el azar ya que podemos aplicar métodos que funcionan para alcanzar conocimientos con un cierto grado de validez, o verdad.
Entiendo que tus dos opciones o mundos son imaginarios. Ninguno me parece válido para representar lo que yo llamo mundo real.
Má bien sospecho que nuestro mundo puede definirse como regido de forma parcial por el azar.
Hola Ender,
Sin lugar a dudas. Ambos absolutos pertenecerían al orden de lo simbólico, al ámbito del discurso y no al ámbito de lo real.
Ahora bien, ¿quedan las leyes físicas establecidas a partir del método científico en el ámbito de lo real o en el ámbito lo simbólico? ¿No son acaso un mundo posible más las representaciones científicas del mundo?
Es curioso que hables de certeza, validez, método, etc. Todos estos conceptos forman parte del discurso moderno que se elabora a partir de Descartes. Es a través de este discurso que nosotros, los modernos, pensamos lo real. Es muy probable que si prestáramos atención al fundamento mismo de dichos conceptos y, por tanto, de dicho discurso, nos lleváramos más de una sorpresa.
La verdad, la validez, siempre es la de un determinado discurso constituido históricamente. No creo que haya algo así como LA verdad o LA validez sino que, por el contrario, hay tantas verdades como discursos históricamente determinados. Así, tendríamos la verdad relativa al discurso constituido sobre la base del método científico, la verdad relativa a un discurso elaborado sobre la base de la dialéctica, etc.
En cuanto al azar te adelanto que considero que no pasa de ser un concepto más que nos permite pensar lo real. El "valor ontológico" del concepto de azar, la terrenalidad de dicho concepto, como el de cualquier otro, vendrá determinado por un criterio pragmático que siempre remite a una época histórica concreta.
Saludos.
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