El cuadro de Magritte La condición humana expresa de manera excepcional la siguiente propositio (pensamiento): «Cuando observamos la realidad nosotros mismos nos incluimos en ella. El Sujeto se incluye en el Objeto». 
Más allá de la ventana tenemos la realidad, el Objeto, más acá de la ventana, sobre el lienzo que se sostiene en el caballete, la representación que el Sujeto se hace de dicho Objeto. Ambos, Sujeto y Objeto, cuadro y paisaje, representación y realidad, se confunden hasta el punto de identificarse. Ahora bien, ¿cómo puede sostenerse tal posición?¿no lleva esta postura a una cosificación de nuestras representaciones y aparatos conceptuales?¿no es esto, en consecuencia, una metafísica?
Magritte en su obra
La condición humana quiere significar lo mismo que el siguiente enunciado de Hegel: «Todo lo real es racional y todo lo racional es real». Se alude, por tanto, a la famosa identificación hegeliana entre el pensar y el Ser. Ahora bien, la cuestión aquí es: ¿qué es el Ser? ¿qué es lo Real? La interpretación usual identifica el Ser, lo Real, con la Cosa, con la cosa en sí misma o, dicho en términos kantianos, con el «noúmeno». No obstante, nosotros no nos relacionamos directamente, al desnudo, sin perspectiva, con la Cosa, media siempre-ya entre nosotros y la cosa misma la pantalla conceptual. No hay perspectiva teológica, esto es, punto de vista del «ojo de Dios». Luego, el Ser, lo Real, no puede ser la Cosa, el «noúmeno», sino otra cosa, a saber, aquello con lo que sí nos relacionamos, esto es, lo aparente, lo que se nos aparece, el fenómeno. Aquí Hegel ya está siendo pensado de otra manera, ya ha sido invertido, se ha dado con su núcleo racional que diría Marx. Dicho esto, estamos pensando a Hegel en términos de nuestra
propositio inicial. Ahora ya no hay reificación del pensamiento, ya no hay metafísica y, sin embargo, permanecemos en Hegel.
Ahora, siguiendo con Hegel, usemos el concepto de «Zeitgeist» para ilustrar la tesis de que el Sujeto está siempre-ya en el Objeto. El «Zeitgeist» es el ambiente espiritual de una época, el universo significativo de cada tiempo histórico y concreto. Cuando nos las habemos con la Cosa, de ida y de venida, lo hacemos siempre-ya desde un determinado «Zeitgeist». Esto se afirma en un doble sentido: De venida, el «Zeitgeist» es la
condición de posibilidad que nos permite interpretar la experiencia de la Cosa, aquello que la Cosa "nos habla", y, asimismo, de ida, es la
condición de posibilidad del pensar mismo, de la construcción de conceptos, de un "hablar", un tematizar, acerca de algo relacionado con la Cosa.
Primer sentido, "de venida". El «Zeitgeist» es el
a priori que establece cómo discernir de entre la experiencia lo válido de lo inválido, lo que nos posibilita distinguir de entre los contenidos de la experiencia, por ejemplo «que ahora estoy escribiendo» o «usted está leyendo», si son o no sueño, si son o no ilusión. El «Zeitgeist» hace posible discernir qué forma parte de la realidad y qué no. Ahora bien, aquí el «Zeitgeist», en tanto que
a priori del Sujeto, orienta nuestra mirada, implica una cierta manera de habérselas con la Cosa. Por tanto, lo que se nos aparece no es la Cosa sino un Objeto que incluye ya, de suyo, el
a priori que incorpora el Sujeto, es decir, nuestro «Zeitgeist», el ambiente espiritual propio de nuestro tiempo. Por ejemplo, el moderno que se dedica a la «ciencia», a diferencia de los que le precedieron, se presenta siempre-ya la Cosa como algo susceptible de ser matematizado, todo pensar lo Real lleva implícito este presupuesto, todo lo Real se ubica de entrada en coordenadas espacio-temporales, en configuraciones, más o menos complejas, de puntos. Así, nuestro mundo, la realidad, aquello con lo que nos relacionamos, tiene, de entrada, como presupuesto la matemática.
Segundo sentido, "de ida". Hegel afirmaba que el filósofo es aquél que intenta sumir su tiempo bajo el concepto. Marx afirmaba también que cada época histórica y concreta, cada «Zeitgeist» y cada nivel de experiencia correspondiente, plantea los problemas para los cuáles hay solución. Así, los problemas, pertenezcan al ámbito que pertenezcan (social, científico, etc.), sólo tienen sentido en el marco de la etapa histórica y concreta a que pertenecen, dentro de su propio universo de significados, con arreglo a su nivel de experiencia y, además, si han sido planteados es porque la solución se encuentra, de entrada, de forma implícita, en el propio «Zeitgeist». Luego el acto mismo de pensar, de producir conceptos, parte, de entrada, del universo de significados que ya hay, que forman parte de nuestra época y, además, dicha producción se da siempre-ya con vistas a resolver problemas ya planteados en nuestro «Zeitgeist», problemas que conciernen a nuestro tiempo. Pero si todo problema que se nos presenta, esto es, éste o aquél Objeto susceptible de ser sumido bajo el concepto, no es separable de su contexto histórico y cultural, de su ambiente cultural, de los niveles de producción alcanzados, etc. entonces estamos afirmando, de nuevo, que los problemas planteados ya incluyen, de suyo, al Sujeto. Los problemas, así pues, no se ocupan de la Cosa sino, repito de nuevo con Hegel, de sumir nuestro tiempo en el concepto.
Así pues, si cuando creemos tratar de la Cosa nos la habemos con un Objeto que ya incluye el Sujeto, o dicho de otra manera, lo que nos ocupa no es tanto la Cosa como una realidad dentro de la cuál estamos siempre-ya, entonces -tal y como muestra
La condición humana de Magritte- lo representado en el cuadro sobre el caballete no es la Cosa, el «noúmeno», sino el Objeto que incluye el Sujeto, esto es, nuestra realidad, lo fenómenico dotado de unidad, de sentido, por mediación del espíritu de nuestro propio tiempo, de nuestro «Zeitgeist». Al mirar más allá de la ventana, al mirar una realidad en la que ya estamos incluidos, nos miramos a nosotros mismos. Luego, lo pintado en el lienzo que descansa sobre el caballete es la representación que se hace el Sujeto de un Objeto que incluye siempre-ya al Sujeto, no la Cosa. Así, Objeto (realidad) y Objeto pintado (realidad representada en el lienzo) se confunden porque uno y otro están ineludiblemente identificados por una misma cosa, a saber, ser Sujeto o, lo mismo dicho de otra manera, ser Objetos pensados.